Revista Diario

Integración de genoma materno en el genoma del neonato a través de transporte de fragmentos de RNA en la leche materna

Por 1maternidad_diferente
Integración de genoma materno en el genoma del neonato a través de transporte de fragmentos de RNA en la leche materna Llevaba unos cuantos días atascada con la ponencia de Susana Ares Segura en el VII Congreso Español de Lactancia Materna porque el tema era tan interesante como complejo a la vez: “Integración de genoma materno en el genoma del neonato a través de transporte de fragmentos de RNA a través de la leche materna”.
Pero, al final, he encontrado una gran salida: enlazaros la publicación de María Berrozpe, en su blog, Reeducando a Mamá: Lactancia y ciencia. Transmisión de información genética entre madre e hijo a través de la lactancia . Ella que es científica y asesora de lactancia tiene mucho más arte que yo explicando estas cosas.
Yo no puedo más que reiterarme en el tweet que recuerdo haber enviado en el congreso durante esa ponencia: parece ciencia-ficción pero es realidad. La leche materna contiene partículas (lactosomas) con características similares a los retrovirus que son capaces de transferir material genético de la madre a las células de su hijo (o de cualquier otro bebé que reciba esa leche materna).
Funcionan de tal manera que el material genético (ARN) que transportan está encerrado en una capsula que protege su contenido durante la digestión y el tránsito intestinal, de tal modo que llegan íntegras al torrente sanguíneo. ¡¡¡Alucinante!!! ¿Verdad?
Además del RNA, los lactosomas contienen proteínas que ayudan a que ese material genético se replique y se incluya dentro del genoma del recién nacido. Esto explicaría, por ejemplo, por qué se produce una mayor aceptación de aloinjertos de la madre a sus hijos cuando estos han sido alimentados con leche materna.
Según Susana Ares, estas investigaciones sobre la integración del ADN de la madre en el del bebé abre muchas posibilidades para estudiar la lactancia materna como vehículo para realizar terapia genética, con la ventaja añadida de que al realizarse en un lactante con un sistema inmune inmaduro este tipo de intervenciones lograrían mayor efectividad. En el caso de que la madre estuviera afectada de la misma enfermedad que el bebé, se podría realizar a través de un donante.
María y yo escuchábamos y charlábamos sobre lo que todo esto nos sugería. A mí me parecía casi tan alucinante como las noticias que leía recientemente que aseguraban que el bebé puede mandar sus células a los órganos de la madre. Porque esa noticia, combinada con esta otra, nos habla de un diálogo madre-bebé establecido al más puro nivel biológico desde el inicio de la concepción. El bebé da a la madre y la madre da al bebé, convirtiendo la inmersión en el otro que supone la maternidad en algo que trasciende lo “espiritual” para convertirse en pura física y química.
A María, en cambio, todo esto le traía a la memoria las grandes oportunidades que la lactancia materna ofrece a los bebés adoptados, como la oportunidad de tener un vínculo más físico e incluso genético entre el bebé y la madre. Teorizábamos también sobre cómo esta integración del ADN de la madre se relaciona con lo que nos dice la epigenética (que los mismos genes se manifiestan de manera diferente en función del entorno) y cómo la integración del ADN de la madre en el genoma del bebé podría ser una especie de “seguro de vida” para asegurarse de que el bebé “hereda” ciertas adaptaciones genéticas necesarias, por ejemplo, para el entorno en el que vive la madre (teniendo en cuenta que la mitad del material genético pertenece al padre, pero, lógicamente, los niños se pueden criar “lejos” de los padres pero siempre deben estar cerca de la madre)

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