Sócrates considera la práctica moral como una areté, una capacidad semejante a la del zapatero, la del piloto de naves o del comerciante. Y en la areté interviene tres factores: la capacidad innata, el aprendizaje y la práctica. Esta combinación de los tres factores produce, si es la adecuada, un buen zapatero, un buen comerciante y un buen piloto de barcos; y por extensión, un buen ciudadano. Pero quien hace malos zapatos, es porque carece de la areté del zapatero; y quien obra mal, es porque carece de la areté moral, que supone el previo conocimiento (autoconocimiento) de lo que es bueno.
La moral, para Sócrates, requiere el conocimiento de su objeto, el bien. Todo el mundo persigue su bien, pero los malos no conocen el bien, son ignorantes, actúan mal porque no saben lo que hacen. Si el bien es el auténtico fin de nuestra vida, tal fin ha de ser conocido. Pero la areté moral no puede ser enseñada, como sí ocurre con la areté del zapatero; ha de ser intuida tras el proceso dialéctico que Sócrates utiliza, por el que obtenemos un criterio propio para distinguir lo bueno de lo malo.CRITICAS CONTRA EL INTELECTUALISMO SOCRÁTICOSobre el intelecualismo socrático se han lanzado diversas críticas. Nietzsche, el mayor de sus críticos, afirma que Sócrates olvida la parte irracional del alma humana, apartando los instintos y las pasiones como posibles componentes de la acción moral; reduce la moral al conocimiento, y eso la deja incompleta. Nietzsche se hace eco de una crítica bastante antigua y evidente afirma que "es posible tener conciencia de lo que es moralmente correcto y sin embargo no desearlo; es decir, que sólo el conocimiento no basta para determinar la voluntad" (Cornford). La réplica socrática diría que nadie obra mal a sabiendas, sino en la ignorancia de lo que el verdadero bien significa. Cuando obramos mal hacemos lo que nos viene en gana, pero no lo que nuestro yo nos dicta (como ocurre con el daimon de Sócrates, que actúa como una autoconciencia). La intuición de ese yo deviene conocimiento del bien y del mal.
BIBLIOGRAFÍA
Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, especialmente III 9 y IV 1-2.