Revista Educación

Inteligencia

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Inteligencia

Leí ayer una reflexión del cómico y músico Ignasi Taltavull (síganlo, por favor y por ejemplo, en La Ruina) en sus stories de Instagram (junto con TikTok, la nueva biblioteca de Alejandría). Venía a decir que le sorprendía comprobar cómo la mayoría de sus ídolos eran personas rotísimas por dentro y se preguntaba si habrían conseguido todo lo que han conseguido sin su trauma.

No es que yo tenga muchos ídolos, pero sí conozco, como todos, un montón de historias de genios traumatizados, locos, malditos. Tantas que uno llega a pensar que cualquier zumbado esconde un potencial superhombre. Pareciera que solo con padres maltratadores, depresiones crónicas, enfermedades mentales, desamores enquistados, guerras, hambre y miseria puede uno escribir su nombre en la historia. Que el trauma en sí, o las ganas de superarlo, ganas enfermizas que se transforman en pasión desmedida por una vía de escape, son el único motor posible del arte y el progreso.

Pues qué mal, ¿no?

¿Es esa la realidad? Nuestro progreso científico, nuestra trascendencia artística, nuestra felicidad al fin y al cabo, ¿dependen de la profunda infelicidad de unos pocos trastornados? Todos queremos que la Humanidad trascienda, que la sociedad avance, que la tecnología haga sus tradicionales milagros. ¿Pero es esta la única manera?

Me asusta la Inteligencia Artificial. Como todo lo nuevo. Como a tantos. Pero a lo mejor ha llegado el momento de poder dar un paso al lado. Darle a ella la responsabilidad. Ser un poco menos humanos para poder ser más felices. Todos. Que ella se encargue del brillo, el progreso y la trascendencia. Que lidie ella con la presión y el trauma. Ya nos encargamos nosotros de cuidarnos y disfrutarla.

Tampoco me hagan mucho caso. Esta reflexión puede no ser otra cosa que mi enésimo intento de encontrar una excusa convincente que me permita dejar de trabajar.

Qué largo se me está haciendo 2024.

Inteligencia


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