Por razones que no vienen al caso, hasta hoy no he podido escribir mi comentario sobre Intemperie que, sin embargo, leí muy pronto. Es la novela que menos he tardado en leer de las que hasta ahora llevamos leídas en el club, dos días.Esto es un dato, o un síntoma. Otro dato: el volumen que he manejado es la cuarta reimpresión de la primera edición (febrero 2013). Aunque faltaría por saber de cuántos ejemplares consta cada tirada. Barrunto que unos cuantos miles…La novela me ha gustado, y a ratos me ha fascinado. Es lo primero que quiero decir para que quede claro por encima de otras consideraciones.Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) ha debutado con esta novela en el panorama literario con estruendo y bendiciones de los más importantes críticos y de varias editoriales extranjeras. Sin embargo, este reconocimiento no ha sido unánime. También esta obra ha suscitado tremendas críticas que la han acusado de tratarse de una novela casi fallida, artificial, pretenciosa y elegida por una editorial poderosa para una operación de marketing. (Seix Barral además de su propia fuerza como editorial de culto, forma parte del grupo Planeta como es sabido).A mi modo de ver, todos tienen razón y, por tanto, todos se equivocan en algo.La novela me ha gustado, y a ratos me ha fascinado, repito. A pesar de la ausencia de
coordenadas espaciotemporales es fácil imaginar que la historia se desarrolla muy cerca de nosotros tanto en ubicación como en cronología. Y por eso me ha gustado más: por la valentía en volver la vista hacia un pasado muy próximo a nuestra época, y a la vez mucho más turbio de lo que nos queremos imaginar en la mayoría de los casos. Nuestra sociedad tiene idealizada la vida rural que se vende como vida bucólica propicia para el descanso y el esparcimiento, para reencontrarse con uno mismo imbricándose en el silencio, la paz y la armonía de los campos, los riachuelos y los bosques nemorosos… Pues no. Quienes conocemos otra parte de la realidad —aunque sea de oídas, por el testimonio de nuestros padres— sabemos que la vida en el campo es tan dura o más que la inhóspita vida urbana, y mucho más en épocas pretéritas, aunque no haya que retrasar mucho el calendario para ello. [¿Es baladí recordar en este contexto que las redes de abastecimiento de agua para los domicilios en zonas rurales de Segovia, por ejemplo, se empezaron a generalizar en los años setenta del siglo pasado, y que éstas fueron de las primeras que se ejecutaron en España, gracias a la proximidad con Madrid?]Jesús Carrasco escribe lento, sin prisas aparentes, creando un ambiente que puede llegar a asfixiar al lector. Esto —dicho en otros términos— se ha criticado de Intemperie, sin embargo, creo, bajo mi punto de vista, que este modo de relatar (tan moroso, tan detallista, casi perezoso) es un modo de recordarnos la velocidad a la que suceden, o sucedían, las cosas en el medio rural no hace tanto. Me imagino al niño protagonista de la historia, escondido en esa especie de tumba que se ha cavado la primera noche de su huida, y no es difícil suponer lo terriblemente lento que pasaron los minutos de aquella madrugada.También se ha criticado el uso abusivo de un lenguaje lleno de palabras desconocidas por muchos y que obligaban al uso permanente del diccionario. ¿Es Intemperie un libro lleno de palabras rebuscadas y olvidadas, casi objetos de anticuario…? No. Intemperie es un libro que narra un mundo en desuso, que no es lo mismo; un mundo que pasa a formar parte de los museos etnográficos, un mundo que cuando escuchaba decir caléndula, cabezada, ronzal, jara, cuerdas de pita, terrones, varea… se imaginaba objetos o plantas o útiles muy determinados y precisos. El problema, pues, no es el lenguaje, sino el desconocimiento de ese mundo. Lo mismo que me sucede, por ejemplo, con los relatos que se desarrollan en torno al mundo marítimo. Estoy perdido. No entiendo la mitad de las cosas, y he de ampliar mi vocabulario respecto de esa parte de la realidad. ¿Sólo se puede escribir del mundo urbanita que habitamos la mayoría? ¿Si se escribe de otro mundo hay que hacerlo usando palabras impropias a su contexto?¿O más bien se critican los paisajes donde el lirismo —duro y descarnado— parece que molesta el nervio del relato? Aunque el contexto es diferente, incluso la situación de los personajes es distinta, a ratos he sentido la misma médula narrativa que se percibe en La lluvia amarilla de Julio Llamazares, sin llegar al ritmo del fraseo del leonés. Pero decía que no todo es a favor de quienes ensalzan la obra. A mi modo de ver, el lanzamiento que ha hecho la editorial ha podido ir en contra de la propia novela. Me parece muy desafortunada por desmesurada la comparación de Carrasco con Delibes y McCarthy. ¿Pero esto es achacable al autor?El libro me ha gustado, repito. Y me ha gustado porque entra sin pudor —y desde el principio, cosa que no se suele resaltar en las reseñas que he leído— en un tema realmente complejo y que cada vez está de más actualidad: los malos tratos y abuso de menores. Dice en la página 12 —en realidad la cuarta del relato—: «La estampa del padre, solícito y servil, volvió a su mente en compañía del alguacil. Una escena que, como ninguna otra, provocaba en su cuerpo desórdenes de todo tipo». (El subrayado es mío)Efectivamente de esta frase no se puede aventurar todo lo que vendrá después, pero el lector ya está avisado, y a poco que haya prestado atención, habrá descubierto que tiene que estar atento al padre y al alguacil del niño que en ese momento está dentro del hoyo, preparado para huir…
A mi modo de ver este libro busca (de ahí la ausencia de nombres propios, la falta de precisiones geográficas, la carencia de detalles temporales…), crear una fábula que pueda ser casi arquetípica y pueda usarse en cualquier parte del planeta, allá donde un niño tenga que huir por culpa del trato salvaje recibido de los adultos. En cierto sentido se trata de una novela de iniciación, pero una iniciación no precisamente divertida.
Durante la lectura, sobre todo en la segunda parte, he percibido ciertos paralelismos con relatos bíblicos. Es como si en esta historia, Jesús Carrasco hubiera rescatado y actualizado ecos de relatos del Génesis o de los profetas, incluso del Éxodo. Sin apariciones divinas o angélicas, la historia también sitúa al niño frente a la disyuntiva de elegir un camino, un camino que tiene que ver con el bien y con el mal. En esta dirección apunta la actitud del viejo pastor (que sea pastor —guía del rebaño hacia el pasto y el agua— provoca relacionarlo con personajes de estirpe bíblica), ya que él es el contrapeso moral que se ofrece al niño quien sólo tiene como modelos de adultos los abusos del alguacil, el desinterés del maestro y las zalamerías de su padre con el poderoso y mientras maltrata y desprecia cotidianamente a su mujer.Jesús Carrasco nos ofrece una novela dura, como la intemperie de un clima casi inhumano que todo lo seca y lo mata. Sólo al final llueve, regresa la vida. Entre tanto hemos asistido a un relato en que la interminable sequía sobre la tierra y sus consecuencias (campos baldíos, sed de los humanos y de los animales, abandono de poblaciones…), también es metáfora del alma humana cuando padece la intemperie de la soledad, la injusticia, el abuso, la violencia, el maltrato…
Reseña por Amando Carabias