Revista Espiritualidad

Interdependencia

Por Ane
 
Una de las cosas que me resulta engorrosa de practicar zazen es que las personas de mi alrededor lo sepan porque desde el mismo momento en que se lo digo, comienzan a dar por sentado que soy coherente, madura, inalterable, impecable, comprensiva y pacífica. O borde, seca, seria y tajante. Empiezan a esperar respuestas sorprendentes e incomprensibles, profundísimas de puro simples... por poner sólo unas pocas de las características que se nos suponen.
Y resulta que sí, que soy todo eso y todo lo contrario y que todo depende. O sea, como todos los demás excepto por la sutil diferencia de que yo en concreto, me dedico al noble arte de asumir que no soy nada de todo eso definitivamente, con todo el mundo y en todas las situaciones. Al noble arte de comprender profundamente que DEPENDE, podría decir mejor que DEPENDO o más precisamente todavía, que DEPENDEMOS.
Y así pensado (de pronto) en vez de invadirme la amargura esperada, me encuentro con una marea de alivio. Anda!, resulta que no soy culpable de la felicidad o el malestar de nadie, sino co-culpable, co-responsable, co-dependiente (más bien interdependiente)... qué bien que al menos seamos dos para repartirnos la carga del mundo entero. Pero sé que somos muchos más que dos, que somos todos juntos, de todos los tiempos, de todos los lugares.
Ahora ya sólo me falta que mis “sé”, mis “creo” y mis “pienso” pasen a ser células funcionales y funcionantes. Eso. Un pasito de nada.
Interdependencia

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