Pasado el shock de los primeros días tras el terrible suceso de Los Alpes, ha comenzado el baile de intereses. A raíz de lo sucedido con el avión estrellado por el copiloto Andreas Lubitz se ha abierto un debate de fondo sobre la conveniencia o no de publicar sobre datos sanitarios del protagonista de los hechos. ¿Qué puede haber tras ello?
La prensa recoge estos días la respuesta institucional -corporativa- al asunto. El Colegio alemán de Médicos y la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria están manifestándose a favor de considerar el secreto profesional como “bien jurídico” importante.
La segunda se describe como sociedad “científica” y habla de “estigmatización” de pacientes con problemas de salud mental. Cita la muy responsable actitud de los jueces y otros responsables ante la resistencia para revelar datos íntimos sobre la salud del piloto.
¿Se trata de tapar algo? El piloto está muerto y por tanto no hay ninguna intimidad suya que defender. Tampoco el estigma le va a afectar. Sí afectará durante años a la familia, de manera inevitable.
El médico Javier Padilla, al que aprecio, escribía ayer en Twitter:
me parece brutal que se hable tanto de la historia clínica privada de alguien”.
Coincido con un psiquiatra con el que estoy siguiendo el asunto:
No se trata de saber detalles íntimos que podrían involucrar a otras personas como novias o lo que sea, se trata de saber diagnósticos y tratamientos, en qué fechas y qué seguimientos se hicieron. Qué comunicaciones había. Podría pasar como con Adam Lanza, el asesino de Newtown y otros, que los médicos dan bajas y recetan sin escribir nada, incluso sin ver al paciente, lo que es pésima práctica profesional”.
Se trata de un problema de interés público. En el accidente murieron muchas personas, menores incluidos. Los médicos y doctoras en muchos países tienen la obligación de informar a Servicios Sociales o al juez de que la conducta de un paciente con probabilidad va a poner en grave peligro a uno o varios menores. Tal peligrosidad depende de la historia pasada del paciente y de la medicación que esté tomando.
En el Reino Unido si un médico falla en esta obligación puede ser suspendido, por lo menos cuando yo trabajaba, con más motivo si algo grave ocurre. Por lo tanto, la confidencialidad no debería aplicarse en estos casos. Se trata de que el público sepa lo que ha ocurrido, no detalles escabrosos sino cuestiones de peligrosidad, supervisión de pilotos y así se puedan exigir cambios”.
Es la opinión de médico, psiquiatra muy experimentado, por otra parte. Desde el punto de vista periodístico me parece que ha de ser igual; debemos obviar detalles íntimos o anecdóticos que puedan atentar contra el honor de cualquier persona por bárbaros que hayan sido los hechos protagonizados por ella. Pero saber qué ocurrió y exigir responsabilidades caiga quien caiga es algo que la sociedad merece y necesita. El peor fracaso de lo ocurrido es que nada cambie y se abone el terreno para que esto vuelva a suceder.
Si hay alguien que podría poner problemas al derecho a saber son los familiares y estos serían consultados en la investigación excluyendo detalles irrelevantes de la misma.
Son los medios de comunicación los que han revelado que Lubitz recibía un tratamiento con olanzapina inyectable. Es difícil verificarlo si no se hace pública la parte de la historia clínica que puede tener consecuencias positivas para la sociedad. El uso de la olanzapina inyectable indicaría
a) que este sujeto estaba en una fase aguda y agitada severa de algún trastorno (y por lo tanto debería haber estado ingresado en un hospital).
o b) que era parte de un programa de tratamiento y recibía inyecciones periódicas y no olvidemos que la olanzapina es un medicamento antipsicótico, con varios efectos adversos severos incluidos del sistema nervioso central y en este caso ¿como es que Lufthansa le dejaba volar?
El uso de olanzapina puede producir confusión y su uso oral está ligado a un aumento del suicidio. En cualquier caso depresión o no la olanzapina no es compatible con ponerse en posición de comandante de vuelos comerciales.
Los que hablan de estigmatización o confidencialidad -concluye mi asesor- son cínicos partidarios de la impunidad médica. No tienen ningún inconveniente en ser cómplices de la estigmatización actualizada y de dañar la salud de la gente con prácticas chapuceras. Es esto lo que parece que quiere ocultarse al público en el caso del avión siniestrado”.