Revista Cine

Interés humano.

Publicado el 16 febrero 2014 por Jesusteatrero @jesusteatrero

Philomena, la emotiva y agradable nueva cinta de Stephen Frears narra una historia que merecía ser contada: la búsqueda de una encantadora anciana irlandesa a su hijo, 50 años después de ser obligada a darle en adopción. Judi Dench protagoniza un largometraje que opta a cuatro Oscars.

por Sofia Pérez Delgado
Interés humano.

Si hay algo que caracteriza la ecléctica carrera de Stephen Frears es su preocupación por los personajes y su desarrollo. Más allá de la contención o liberación de formas que utilice para contarnos sus trabajos, el realizador británico siente predilección por los individuos y muestra hacia ellos, como mínimo, empatía. No olvidemos que fue el hombre que se introdujo en la intimidad de la mismísima reina de Inglaterra. Su última película, Philomena, ha sido la sorpresa de las nominaciones de los Oscar de este año, logrando hacerse un hueco en cuatro categorías, entre ellas mejor película y actriz principal. Frears opta por contar un hecho real trágico desde el humor y la cordialidad más que desde el dramatismo, lo cual aligera el conjunto pero quizás hace que deje menos poso del que debería.
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Tal como cuenta en un momento determinado el personaje de Martin Sixmith (autor del libro en el que está basada la película, e interpretado por Steve Coogan, que también ejerce de co-guionista y director), esta es la historia de una encantadora anciana irlandesa que fue obligada a dar a su hijo en adopción 50 años antes por unas monjas malvadas. Sixmith, escritor y presentador de la BBC que acababa de ser despedido de su puesto de funcionario al servicio del gobierno de Tony Blair, vio en ella una manera de resarcirse, ayudando a Philomena a encontrar a su hijo. Con este argumento uno podría pensar en un melodrama de sobremesa. Sin embargo, la cuidada envoltura y un dúo Coogan / Judi Dench en perfecto estado de compenetración, elevan considerablemente a Philomena de categoría. Estamos ante la versión más correcta y clásica de Frears como director, que se rodea de la elegante fotografía de Robbie Ryan, y la banda sonora del mejor Alexandre Desplat (muy en la línea de la que compuso para El discurso del rey -2010-), con temas melódicos y expresivos que pueden servir casi como leitmotivs.
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La cordial camaradería que surge entre los protagonistas sirve como pretexto para ofrecer dos posturas diferentes frente a la religión. Philomena es la mujer que sigue creyendo ciegamente a pesar de todas las adversidades a las que ha tenido que hacer frente, muchas de ellas en nombre supuestamente de Dios. Sixmith es el hombre descreído y cínico que arremete con ira frente a estas injusticias. No nos equivoquemos, aunque Frears nos presenta las dos actitudes, eso no significa que no se posicione. Su visión de la institución católica es muy crítica, especialmente en lo que se refiere al tema de las lavanderías de la Magdalena, asilos para jóvenes “descarriadas” llevados por las Hermanas de la Misericordia en Irlanda. Sin embargo, se echa en falta algo más de sutiliza en la presentación de las monjas. Si bien la pareja principal está cargada de matices, los personajes secundarios son planos y estereotipados, resultando poco creíbles.
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Pero Philomena es, ante todo, la historia de una mujer que busca a su hijo, y descubre un mundo que no conocía. Y la historia de hombre que busca darle un sentido a su vida, y descubre una forma de ser y de pensar que le eran totalmente extrañas. Una cinta agradable y emotiva, como no podía ser de otra manera por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Pero queda la impresión de que lo más amargo del suceso no termina de estar explotado del todo. Aún así, es meritoria porque se trata de una historia que, como se dice varias veces en la película, debía ser contada.
Interés humano.

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