Esencialmente, el ser humano se mueve por su instinto de supervivencia y así lo ha hecho desde el principio de los tiempos. Este instinto lo ha llevado a buscar siempre el camino del progreso y el avance pese al predominio de miedos y fobias que han obnubilado su afán por el conocimiento de su entorno. Cuando el hombre se hizo sedentario, comenzó la mayor época de prosperidad hasta la fecha ya que, gracias al comercio, mejoraron los bienes de producción, lo que nos llevó a desarrollar mejores productos. Además, eran tiempos de guerra, donde ya sabemos que el grado de competencia es máximo y nos lleva a crear los aparatos más sofisticados para acabar con el enemigo debido al acentuamiento del instinto de supervivencia.
Las transiciones hacia una nueva era siempre han conllevado grandes cambios orientados al avance humano: la escritura, la caída de un imperio romano decadente, el descubrimiento de América etc. Sin embargo, fue la Revolución Francesa o, preferiría decir yo, la americana, la que comportó el advenimiento de una serie de derechos y libertades que ha derivado en la cultura que actualmente vivimos. Estados Unidos, con su constitución, supo establecer una barrera contra el totalitarismo, cosa que no pudimos lograr en Europa hasta la creación de la Unión Europea. Se debe argüir, por tanto, que el progreso emana directamente de la libertad e individualidad del ser humano, competitivo por naturaleza, y que todo intento de colectivización constituye un freno para el cerebro humano.
Tras la Revolución Industrial se sucedió un siglo de desarrollo tecnológico que alcanzó sus mayores cotas tras la Segunda Guerra Mundial. El final de este siglo fue coronado con la aparición de Internet, una herramienta que, bajo mi punto de vista, va a propiciar una revolución similar a la que la escritura y el descubrimiento de un nuevo continente llevaron a cabo en su momento.
Podríamos analizar hasta la disquisición los cambios que introdujeron todos estos descubrimientos, sin embargo, voy a caminar por la superficie de ellos. El descubrimiento de la escritura trajo consigo la constatación inequívoca de la vida de millones de personas que hasta ahora han plasmado en un papel sus pareceres y visión de la realidad.
El descubrimiento de América fue concebido como el hallazgo de un nuevo mundo. Muchos europeos viajaron a él para colonizarlo y exportar nuestras costumbres, además de aplastar buena parte de las allí existentes. A este hecho le sucedió el enriquecimiento de las arcas públicas españolas e inglesas que los primeros desperdiciamos en guerras y lujo artificial.
Sin embargo, Internet no es sólo el descubrimiento de un nuevo mundo, sino de una nueva realidad, la realidad virtual. Gracias a este instrumento, podemos comunicarnos con personas que se encuentran a miles de kilómetros de nosotros, es la mayor fuente de información jamás habida, ya que está formada por la aportación de millones de personas. Además, hunde sus raices en la libertad, puesto que cada uno puede buscar su afición favorita y compartirla con gentes de todos los pueblos, a diferencia de la demoníaca televisión, que nos sume en una dictadura de monotonía y adoctrinamiento, dejando a un lado a las minorías ideológicas.
Puede que dentro de cientos de años, los historiadores bauticen a nuestra era como la era virtual, porque nos estamos adentrando en un mundo de máquinas, ceros, unos y relaciones cibernéticas. Que paren el mundo, que yo me bajo.