Ya se imaginarán que el susodicho panfleto abunda en la idea de que se hace necesario luchar contra la invisibilidad del género femenino y hacer presentes a las mujeres a base de recursos varios como la utilización de dobletes –os/-as, abstractos y términos genéricos en lugar del, dicen ellos, masculino. Les pondría por aquí una muestra pero tal panfleto tiene 14 carillas a todo color –calculen ahora el gasto del Gobierno del Principado de Asturias-, y estoy cansada. Sé, en cualquier caso, que se hacen una idea. Seguro que el bárbaro “miembros y miembras” de Bibiana Aído resuena aún en sus oídos.
Pues bien, al margen de que en el ya famoso panfleto se emplee repetidamente “lenguaje” donde debería utilizarse “lengua”, la mayor parte de sus recomendaciones están viciadas por un gravísimo error de principio, como es la confusión entre género gramatical y género léxico. Me explico. Este último viene motivado por el carácter inanimado o animado del referente y, en este último caso, por su sexo masculino o femenino. Para que nos entendamos, la palabra “mujer” tiene género léxico femenino porque su referente es del sexo femenino, en tanto que la palabra “varón” tiene género léxico masculino porque su referente es de dicho sexo. La palabra “mesa”, a su vez, tiene género léxico inanimado porque es un ente inerte. El género gramatical, por su parte, no tiene por qué coincidir con el léxico, como bien verán con un par de ejemplos. Porque, vamos a ver... ¿por qué la mesa y la silla y la pared y una piedra son femeninos, en tanto que el sillón, el sofá, el monte, etc., son masculinos, si son seres inanimados? O ¿por qué en alemán “la muchacha” –das Mädchen- es de género neutro, como atestigua su artículo y die Kätze, el gato, es femenino? Pues porque una cosa es el género léxico, coincidente con el sexo, o ausencia del mismo, de su referente y otra el género gramatical. Y este último, amigos míos, lo determina tan sólo la concordancia con el artículo o adjetivo. O sea, que “mesa” es femenino porque concuerda con la forma femenina del artículo y del adjetivo, al margen de que su referente sea inanimado y, llegando por fin al quid del asunto, “miembro” tiene género gramatical masculino porque concuerda con formas masculinas, pero puede aplicarse a referentes de sexo masculino o femenino. Lo mismo vale para otras palabras como “concejal” o incluso “profesor”, “niño”, etc. en determinados contextos. En una oración como “El gremio de los profesores está muy descontento”, “profesores” no se aplica tan sólo a los docentes de sexo masculino. Una cosa es que su género gramatical –el que determina la concordancia, insisto- sea masculino y otra que no pueda –que sí puede- aplicarse también a referentes de sexo femenino. Así que cuando decimos, a lo Ibarretxe, “ciudadanos y ciudadanas”, “vascos y vascas”, “trabajadores y trabajadoras”, gastamos saliva en vano y atentamos de paso contra uno de los primeros principios de la lengua: la economía lingüística.
Se va haciendo tarde y no quiero resultar pesada pero con todo lo anterior no estoy negando la existencia de usos sexistas de la lengua –que no del lenguaje-. Haberlos haylos, pero no están en la gramática sino en el léxico; y tan sólo porque este sirve para representar el mundo. Lo sexista no es que se diga “los políticos” sin especificar la existencia de mujeres entre lo designados. Lo sexista es que hombre público signifique ‘político’ y mujer pública ‘prostituta’; y que Zapatero sea Zapatero, Rajoy sea Rajoy y, en cambio, la ministra de Exteriores sea Trini.
Así lo veo yo, al menos. Y lo que también veo yo es que resulta vergonzoso que un panfleto intitulado “Cuida tu lenguaje, lo dice todo”, presente en su primera página una falta de ortografía:
“Cuando el documento es abierto y no se sabe quien [sic] es la persona concreta a la que nos referimos conviene reflejar las dos posibilidades: El/La Jefe/Jefa del Servicio, La Directora/El Director.”
Lo dice todo, ciertamente. Para empezar, que el redactor de turno no ha detectado que “quién” introduce una oración sustantiva interrogativa indirecta y que, como tal, debe llevar tilde o acento gráfico. En fin... es el signo de los tiempos, supongo. Ahora les dejo. Espero haberles convencido. Volveré pronto, espero, para tratar de temas más agradables, menos densos pero no menos tormentosos. Pues si les tengo un tanto abandonados últimamente no es por mi labor de lingüista justiciera, sino porque ando más que entretenida por las borrascosas cumbres del páramo inglés de Emily Brontë.
¡Ya he acabado, papá!