Revista Cine
En un futuro no demasiado lejano el planeta Tierra se está convirtiendo en un lugar inhabitable para la humanidad. La única opción de supervivencia pasa por realizar una peligroso viaje a través de un agujero de gusano interestelar situado cerca de Saturno. Este fenómeno cósmico, presuntamente creado por una entidad superior, dobla el espacio tiempo y acerca mundos potencialmente habitables a todo aquel que se introduzca en él. Esta es la misión que recibe un ex-piloto y padre de familia llamado Cooper (Matthew McConaughey). Su devoción por sus hijos será puesta a prueba cuando no tenga más remedio que emprender un arriesgado periplo hacia lo desconocido.
Con Interstellar, Christopher Nolan escala un nuevo peldaño en su brillante trayectoria. En esta ocasión, construye un film de ciencia ficción tremendamente exigente y denso en su contenido. Y se plantea un reto de enorme dificultad: conciliar la tecnología y las complejas teorías físicas con el humanismo y los sentimientos más profundos. Muchos son los que lo han intentado con resultados desiguales. Stanley Kubrick realizó una obra maestra con 2001 (1969) pero creó un film desapasionado, intencionadamente dotado de una enorme frialdad. Otros consiguieron piezas de gran valor pero olvidaron el ritmo y la tensión narrativa por el camino. Nolan obtiene una mezcla emocionante, conmovedora y muy potente a nivel visual. Con cada película demuestra que sigue evolucionando como cineasta y se plantea retos de mayor dificultad tanto a nivel técnico como argumental. La pregunta es... ¿será capaz de seguir encontrando temas que le apasionen hasta tal punto y de forma tan continuada en el futuro? Esperemos que la respuesta sea afirmativa porque el cine necesita profesionales con esta gran capacidad artística.
El primer aspecto que me llama la atención de la película es la indisimulada conexión con John Steinbeck y Las Uvas de la Ira. Lo que parece estar viviendo el planeta, a nivel global, es una extrapolación masiva del Dust Bowl que golpeó el medio oeste americano a principios de los años 30, contribuyendo al éxodo masivo de población hacia la dorada California. Esta premisa localizada es retomada por Nolan para vestir un punto de partida argumental pero es inevitable recordar esas imágenes de drama rural y halo de pobreza en las fantásticas escenas en los campos de maíz y en la granja donde habita la familia de Cooper. Nolan demuestra su habilidad para dar entrada a formatos diversos dentro de sus películas. En esta ocasión, incorpora el formato documental al agregar testimonios que hablan sobre las tormentas de arena y sus repercusiones en momentos concretos. Me parece un acierto total hacer uso de ello puesto que refuerza el contenido humano y conecta al espectador con la fibra sensible de la historia. Estoy convencido de que algunos de los ancianos que aparecen son supervivientes del Dust Bowl, cuya experiencia real encaja perfectamente con el leit motiv del film.
Resulta interesante ver como la inocencia y el naturalismo de los primeros momentos de la película, fundamentalmente familiares, contrastan con su desarrollo posterior. En algún momento se echa en falta una mayor presencia del contexto general del planeta. Hubiera sido interesante saber que ha pasado con las grandes ciudades o cual ha sido la nueva política que se ha implantado entre las diferentes naciones a la hora de enfocar la supervivencia a tan graves amenazas. Pero no hay tiempo para todo y el director debe establecer prioridades. Sin embargo, eso no nubla el sentir general porque se dan a conocer ciertos detalles interesantes que nos permiten hacernos una idea aproximada sin perturbar la trama central. Esta es una película de base intimista que se desarrolla sobre un marco infinito. Mantener ese principio básico en medio de grandes secuencias, situadas en mundos desconocidos, resulta algo muy difícil de conseguir sin perder el enfoque. Nolan lo logra. Incluso los más críticos con la película reconocen este aspecto.
La reivindicación de la figura del explorador, arraigada desde siempre en la especie humana, también resulta otro elemento interesante. Cuando todo se circunscribe a la rentabilidad, a lo inmediato, y se descarta la aportación que supone para el conocimiento científico la exploración del espacio, se está incurriendo en un error grave. Una gran mayoría de las nuevas tecnologías médicas se debe al desarrollo previo para las misiones espaciales. En la película, por consiguiente, asistimos a una denuncia velada del estancamiento de la NASA en cuanto a misiones tripuladas. La frase "Mankind was born on Earth. It was never meant to die here" resume la necesidad de explorar para sobrevivir, de mirar a las estrellas con la voluntad de acercarse a ellas y no sucumbir a la próxima oleada de polvo y arena. Sin necesidad de entrar en el aspecto religioso ni trascendente, Interstellar consigue trasladar la idea de que la humanidad debe aprovechar sus mayores talentos para perdurar, incluso cuando las circunstancias son adversas. El ser humano, por sí solo, debe agotar las opciones posibles sin rendirse. Y el personaje de Cooper representa esta fe en la salvación, en la supervivencia basada en el amor que siente por sus hijos y el dolor inmenso que siente al separarse de ellos por una arriesgada misión cuya remota promesa es lo único que nos separa de la extinción. El amor que siente por su familia es el motor que le impulsa a lograr el objetivo global.
En su esfuerzo por conjugar sentimentalismo y ciencia, Nolan apuesta por dotar a las naves espaciales de un aspecto espartano, únicamente funcional. No veremos grandes paneles de pantallas, ni controles que pueden salvar el día solo con pulsarlos. Todo este entorno necesario se supedita a la trama humana principal y a la actuación de los personajes. La NASA no está en condiciones de dotar a sus naves de más lucecitas de las necesarias y ahí es donde encontramos el tono del film: la austeridad de escenarios técnicos es el fondo imprescindible para que la atención se centre en los personajes y sus reacciones. Donde había que exponer más era en la visualización del agujero de gusano y de Gargantúa, el misterioso agujero negro que rodea a los tres planetas potencialmente aptos para la vida. La entrada en esas brutales "montañas rusas" recuerda la forma como Ellie Arroway afrontaba el acceso al túnel cuántico de Contact (1997). Y no es de extrañar ese parecido puesto que el argumento se basa en las teorías del físico teórico Kip Thorne y fue este científico el que asesoró a Carl Sagan a la hora de concebir la trama que fue desarrollada posteriormente por Robert Zemeckis.
La caracterización de los robots en la película es otro de los aspectos que sobresalen en la película. En ellos se vuelca el habitual razonamiento lógico que se les supone pero el aliciente es la adecuada incorporación del humor en buena parte de sus intervenciones. Aquí es donde me gustaría referirme a la evolución que detecto en Nolan como director y guionista. Habituados a su visión existencialista, a la obsesión manifiesta por el tiempo, y a su sobriedad manifiesta en los diálogos, ahora vemos como empieza a incorporar, cada vez con más ahínco, notas humorísticas de calidad que favorecen el relato. La inserción de estos apuntes, que también son cultivados por otros personajes, influyen en una mayor conexión con el espectador al que le resulta fácil quedarse anonadado frente al espectáculo visual. Ahora, además de la magnificencia, el director anglo-norteamericano demuestra que empieza a escaparse de ese encasillamiento que algunos le adjudican al catalogarlo como un Malick avanzado y mainstream.
En cuanto a las interpretaciones destacar, una vez más, a Matthew McConaughey. Hay que alabar como ha reconducido su carrera y la manera en que se ha colocado en la lista de los intérpretes masculinos de referencia cuando, hace pocos años, estaba sumido en la marginación y condenado a comedias insulsas y películas de aventuras completamente aborrecibles. Cooper es el canal de conexión con el espectador, el transportador de emociones hacia el público. En este sentido, Nolan buscaba un intérprete que cumpliera con la imagen del hombre fuertemente apegado a la tierra que trabaja. Todo ello es lo que vio el director en la película Mud (2012), donde McConaughey interpreta a un tipo agreste pero noble. Matthew es un tejano de fuerte acento y ese aire de hillbilly rural era algo que Nolan consideraba imprescindible para el papel.
Jessica Chastain, por su parte, tiene en su mano algunas de las escenas más exigentes a nivel actoral. Resalta expresando el sentimiento de reproche. Es la recriminación a un padre que aseguró volver. Lo mismo se puede aplicar a su versión infantil interpretada por un auténtico descubrimiento: Mackenzie Foy.
En el ciclo final de la cinta, asistimos a la secuencia que tiene lugar en el interior de Gargantúa. Allí, esas entidades cósmicas que resultan ser la humanidad del futuro, han creado un espacio en cinco dimensiones donde el tiempo no es lineal. En este teseracto se ocultan los datos de la singularidad fisica que puede resolver la ecuación gravitatoria y, por tanto, permitir la evacuación masiva de la población de la Tierra. En esa mágica secuencia que conecta a Cooper con uno de sus momentos más íntimamente dolorosos, se produce un contacto, más allá del tiempo y el espacio, que expresa el principal mensaje de la cinta: el amor puede ser el motor de la ciencia. Incluso podría decirse que las pulsaciones en morse sobre el reloj se asemejan poderosamente a los latidos del corazón. ¿Puede existir otra metáfora más poderosa?
Por todo ello, pienso que Interstellar es valiente y arriesgada. Traslada una trama densa y compleja a una película con voluntad de llegar a un espectro de público amplio. Y eso la hace merecedora de un gran reconocimiento.