La intimidación chavista de Pablo Manuel Iglesias afeándole a algún periodista que presente las contradicciones de su conducta y de Podemos, son una amenaza latente: si algún día tuviera poder cerraría todos los medios de comunicación, menos su portavoz, el digital Público y algunos programas televisivos.
Pero los medios, en general, llevan años plegándose a los censores de lo políticamente correcto. Y si ahora ya no se puede ir contra ese Iglesias fatuo y ególatra aspirante al totalitarismo, desde mucho antes no se pueden atacar muchas de sus ideas mal llamadas progresistas, y que son extraordinariamente reaccionarias.
Hay casos de censura previa como los que sufren los periodistas españoles más experimentados en guerras que analizan la actualidad basándose en su experiencia, aunque no vayan ahora a los campos de batalla: Arturo Pérez-Reverte, Hermann Tertsch y Alfonso Rojo.
Los dos últimos sufren la censura de numerosos medios por oponerse al maniqueísmo dominante, y cuyo axioma es que occidente, los judíos e Israel son malos, y el mundo musulmán es bueno y víctima.
Además, los palestinos de Hamas y Hezbolá, los talibanes, Al-Qaeda o el DAESH no son musulmanes, sino infiltrados del capitalismo y del sionismo: el islam es una religión de paz que nunca invadió territorios, ni siquiera la actual España en 711.
Sus fieles eran tan imaginativos que inventaron baños, fuentes y acueductos, aunque estaban construidos por los romanos medio milenio antes.
A Pérez-Reverte no pueden censurarlo como desearían porque se ha centrado en sus exitosas novelas. Pero no lo reproducen, como hacen con escritores falsamente progresistas, cuando denuncia las falsedades políticamente correctas.
A Tertsch y Rojo han ido echándolos de todas esas televisiones cuyos presentadores y comentaristas atontan a millones de electores oficiando el culto a la personalidad para los líderes de Podemos y similares representantes de la sensiblería decimonónica.
Para ellos, menos los indeseables occidente, los judíos y el progreso, todo el mundo es bueno, especialmente esas ultraizquierdas, los nacionalistas y los islamistas, que son gente con mucho sentimiento.
Consecuencia: el pensamiento racional que creó las democracias ahora es fascista. No es emotivo, sino frío al analizar cada hecho. Debe prohibirse.
Y se veta a esos periodistas para evitar que transmitan emociones negativas: nadie debe recordar que hay islamistas vendiendo a piadosos multimillonarios saudíes para sus abluciones ante Alá sangre de cristianos asesinados en Siria a 100.000 dólares la bolsa.
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SALAS