Revista Cine

Into the woods

Publicado el 17 febrero 2015 por Heitor

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Hola, mi nombre es Héitor y me gustan los musicales.

Disfruto cuando los personajes secundarios y hasta los figurantes se saben la coreografía y los coros y de repente el caos de una avenida se acompasa y agita al ritmo de una tonada. Me rechifla que el/la protagonista narre la historia a golpe de gorgorito. Me hipnotizan los colorines, las sobreactuaciones y los postureos. Puede ser una pareja a lo Pimpinela que se pelee a ritmo de Queen en un teatro, una princesa de hielo que se marque un jitazo mientras construye un castillo helado o una gordita que describe las bondades de vivir en Baltimore mientras pasea por la calle. Puede aparecer Hugh Jackman trabajando forzadamente mientras se marca biceps y octava, o Barney protagonizando un momento musical en medio de una sitcom, o la malvada bruja del oeste contándonos que no es tan mala y que le encanta desafiar la gravedad.

Necesitan poco para ganarme y tenerme en el asiento marcando el ritmo con el pie y deseando salir al pasillo para protagonizar mi propio número, seguido por el resto del patio de butacas al grito de chuchuá.

Pues aún así, con todas estas taras dentro de mi ser, “Into the woods” me aburrió. Mucho.

Los temas se me hicieron largos y repetitivos, la trama desesperadamente lenta y mi desinterés crecía de forma constante mientras la peli transitaba de un cuento clásico al siguiente, mientras que los actores parecían vagar de un lado para otro, algo perdidos entre tanto príncipe y princesa.

Hay algún momento que se salva de la quema, como la rivalidad cantarina entre dos príncipes azules encarnados por Chris Pine y Billy Magnussen, algún momento loco de Meryl Streep haciendo de bruja (a veces pienso que nominan a esta mujer sólo por hacer la gracia todos los años) y una deliciosa Emily Blunt que es la única que consigue generar simpatía haga lo que haga.

Sin embargo, estos pocos momentos de sonrisa son los menos. En general todo es gris y sin chispa. Ninguno de los cuentos consigue atrapar el interés del patio de butacas y nos da bastante igual que el lobo pille una indigestión con Caperucita, que Rapunzel tenga el pelo fosco o con las puntas estropeadas, que Jack se resbale y se rompa la crisma desde lo alto de la planta mágica o Cenicienta le pida al príncipe un contrato prematrimonial, porque la gran mayoría de las historias son bastante cansinas.

No sé cómo lucía este multipremiado musical cuando triunfó en los ochenta por los escenarios de Broadway pero Rob Marshall, que ya se había forjado en el género con “Chicago” y “Nine”, no ha dado con la tecla. Eso sí, debo decir que no me parece que haya sido su culpa, ya que no puedo pensar en una manera en la que ese Greatest hits de fábulas hubiese podido volverse interesante.

Cuando uno sale de un musical sin tararear ningún tema, sin silbar ninguna melodía, es que algo ha fallado. Así que, si me disculpáis, voy a volver a desgañitar, una vez más, bajo la ducha, la liberación de Elsa.

Let it go, let it go…


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