El presidente estadounidense, George Bush, ha prohibido intoxicar a la opinión pública mundial como pretendía su Oficina de Influencia Estratégica (OSI) con informaciones falsas para ganar simpatizantes contra el terrorismo.
Pero ahora nace la duda, porque esta negativa puede ser la primera gran mentira para contrarrestar la penosa impresión que provocó, el pasado fin de semana, el anuncio de que iban a inyectarle falsedades al mundo.
La OSI, un poderoso organismo militar, anunció su intención de intoxicar a periodistas extranjeros, nunca a los estadounidenses; por ley tiene prohibido engañar a sus nacionales.
Claro que los corresponsales estadounidenses reproducirían las noticias importantes conocidas en el exterior, con lo que también su país resultaría contaminado.
El proyecto de la OSI es diabólico: sabe que el periodista vende su honor por una información lógica, contrastable y exclusiva. Una agencia de propaganda tan poderosa puede fabricar excelentes mentiras, inteligentes e intencionadas, sobre todo si las dosifica entre miguitas de noticias verdaderas.
Así que ahora aparece el dilema sobre la certeza o no de que Bush haya prohibido a la OSI que nos mienta. Puede ser verdad, pero también es lógico que ésta sea el primer producto de una fábrica de intoxicar.
Más: el propio presidente debe hacer lo mejor para su país, y él mismo puede apoyar esta mentira por creerla piadosa y necesaria.
O no, porque en EEUU los políticos tienen prohibido mentir.
O sí, porque está demostrado que todos los presidentes mienten.