In memoriam a André Previn.
Lo más divertido de estudiar música es (no os lo vais a creer) aprender música.
No tanto el hecho de estudiar empecinadamente, como sí de aprender de verdad y de una forma artística; dos cuestiones que con demasiada frecuencia andan lejos de conciliarse.
Y uno de los aspectos más gratificantes de ser músico, en mi opinión y según mi propia experiencia, claro, es crear música. Pero además y en mi caso, después de haber realizado una carrera como compositor que me ha proporcionado suficientes momentos hermosos como para sentirme casi pleno del todo (aunque por lo que veo esto nunca se llega a conseguir), puedo afirmar que lo más placentero que he experimentado en esto de crear música, es improvisar, por ejemplo, al piano.
Los comienzos de una vida para la creación
Yo tuve la suerte de empezar a componer desde prácticamente el momento mismo en que me pusieron a estudiar música. Y es que ocurrió que justo en los días en que mi padre me apuntó a tomar clases, llegó a Úbeda un nuevo director para la banda de música, que resultó ser un diestro compositor. O eso me pareció a mí.
A los pocos días de aterrizar en mi pueblo, empecé a tomar clases con él y pude asistir a varios momentos en los que ese joven maestro escribía en papel pautado unas notas musicales a lápiz, que horas después eran interpretadas por la banda de música en el ensayo de la tarde, y que se convertían de una forma mágica y tremendamente llamativa para un niño de 9 o 10 años, en una música que a mí me encantaba.
Al punto entendí que eso era exactamente lo que yo quería hacer, que eso era lo que de verdad me fascinaba del hecho de estudiar música: aprender a inventarla, a crearla; aprender a componer. Me dije a mí mismo, y también a mi maestro y a mí mi padre, que lo que yo quería era ser compositor.
Así que en cuanto supe un poco de solfeo, es decir, de cómo se leía y se escribía la música, y a base de preguntar cómo se podían componer algunas cosas sencillas, cogí a un compañero mío que tocaba el saxo alto, yo empecé tocando el clarinete requinto, por lo tanto ambos instrumentos estaban en el mismo tono, Mi bemol, y empecé a escribir melodías más o menos a dos voces, que cuando las tocábamos juntos perpetraban una especie de doble contrapunto, que dicho sea de paso, e incluso bajo la perspectiva de aquella época de ingenuidad y entusiasmo, no había por donde agarrarlas.
Bien es cierto que yo no tenía ni idea de música, pero la ilusión por ir escribiendo notas correlativas que sonasen más o menos correctas, aunque fuese sólo por momentos, y que podían formar una especie de musiquita que luego le interpretábamos a nuestros compañeros alumnos, me ilusionaba muchísimo. Y claro que todo era muy malo o muy flojo y muy rudimentario, no voy a decir ahora que me salían genialidades de niño prodigio; yo no lo era, pero recuerdo que lo pasaba maravillosamente al obtener esas pequeñas melodías inocentes y casi con sentido. Aquello era algo verdaderamente mágico.
Chopin, el gran pianista creativo
¿Así que, por qué digo, insisto, que una de las mejores cosas de ser músico es poder crear música? Para mí lo es sin duda, pero además me pregunto ¿qué habría sido de la historia de la música sin personajes como el de Frédéric Chopin?
Chopin fue un enorme pianista, ya se sabe. Un concertista virtuoso que aportó mucho como intérprete a la música y en especial al mundo del piano. Pero el verdadero legado de Chopin, de quien por desgracia no dio tiempo a obtener grabaciones, es su labor como compositor. Si Chopin se hubiese conformado con ser simplemente un buen intérprete, se habrían perdido quizás dos tercios de su aportación como artista.
Nos habríamos perdido lo más trascendente del gran Frédéric Chopin, que era su capacidad, su talento y su genialidad como compositor. Murió demasiado joven pero dejó una obra tan valiosa e influyente que por ella han pasado todos los grandes pianistas del mundo, desde su tiempo hasta hoy, tanto para formarse, como para interpretarla en sus conciertos, más todos los públicos planetarios que se hayan sentido atraídos por la música.
Y es que desde muy temprano ya había alcanzado tanto nivel de madurez creativa, como el que a otros compositores reconocidos les costaría muchas décadas desarrollar. Cuando Chopin iniciaba la composición de sus famosísimos estudios para piano por ejemplo, apenas contaba unos 19 años; y sin embargo, estas obras ya contienen una evolución técnica y ergonómica del piano tremendamente avanzadas para la época, pero también un nivel de composición a la misma altura que muchas de las últimas obras de Beethoven o músicos de ese nivel, que vivieron bastantes más años que Chopin.
Yo valoro muchísimo a los grandes intérpretes, y confieso que me hubiese gustado tocar el piano con el nivel de un Zimmerman, de Argerich, de Joao Pires, o Murray Perahia, pero a la hora de la verdad, admiro y disfruto muchísimo más con músicos como Leonard Bernstein o Andre Previn, por poner de ejemplo a dos grandes compositores e intérpretes a los que todos hemos oído tocar o dirigir, incluso en estilos tan diferentes de música como son la clásica, el jazz o el rock (André Previn fue director musical de Jesus Christ Supestar durante la grabación de la banda sonora de la película de Norman Jewison), que a los Karayan, Sokoloff o Pogorelich.
Intérpretes completos
Prefiero mucho antes a músicos que además de ser grandes intérpretes sean buenos compositores, que a esos que dedican toda su vida a tocar solo las mismas obras que ya han tocado y continúan tocando millones de instrumentistas de todo el mundo. Imaginemos que Bach, que era un grandísimo intérprete de órgano y clavecín, no hubiese compuesto una sola nota. Nos habríamos perdido la herencia de uno de los más grandes artistas de la historia de la humanidad.
Y esto es extensivo a Beethoven, Mozart, Prokofiev, Granados, Falla, Albéniz o a tantísimos otros músicos que fueron grandes intérpretes pero que fueron sobre todo grandes creadores. Qué habría quedado de Nicolo Paganini si no fuera porque compuso algunas obras, que quizás estén por debajo según parece de su calidad como intérprete virtuoso, pero que casi doscientos años después son grabadas, programadas y disfrutadas constantemente en todo el mundo.
Para mí, con todo mi respeto a los grandes intérpretes y al trabajo que les ha costado alcanzar su excelencia como instrumentistas, les percibo en cierto modo como artistas incompletos. Y esto lo digo con absoluta humildad, ya que yo mismo me he sentido toda mi vida un músico al que le faltaba algo, por no dominar la técnica del piano al nivel de concertista. Así que harto de esta sensación y para que me fuese posible improvisar con suficiente solvencia en mi concierto El Arte De La Improviación, me puse a estudiar piano seriamente y por primera vez de verdad en mi vida, a los cincuenta años, con todo mi entusiasmo y sintiendo como que todo volvía a empezar de nuevo.
Un músico que no crea música es como si un pintor que maneja estupendamente la técnica y que además posee suficiente talento artístico, sólo se dedicara a reproducir cuadros ya existentes. Que sólo copiase o imitase o que sólo dibujara o pintara modelos; un pintor que no fuese capaz de inventar jamás un solo cuadro.
De la improvisación hablaré otro día. Si queréis.
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