Siempre he sido fan de Chuck Palahniuk. Le conocí, como la mayoría de gente, por El club de la lucha, y eso me llevó a buscar más libros. Me gustaba esa forma breve que tiene de narrar, con frases que son como puñetazos y esas historias sórdidas y bizarras (en el sentido anglosajón) que se inventaba.
Chuck Palahniuk fue alumno de Tom Spanbauer, el creador de la llamada Escritura Peligrosa. A falta de un corpus teórico, diremos que la Escritura Peligrosa es una escuela de pensamiento americana que se basa en elegir un tema doloroso, morboso o molesto y escribir desde ahí.
Tom Spanbahuer hacía que sus alumnos escribieran sobre los peores momentos de sus vidas, sobre sus traumas, sus pesadillas, sobre lo que les hacía pasarlo mal. Sólo entonces el escritor puede ser sincero, y situarse en un lugar donde es más vulnerable. De ahí nace la autenticidad de la escritura. Otra de las seguidoras de esta forma de escritura es Amy Hempel, cuyo relato La cosecha, se considera un buen ejemplo de esto.
No hay teoría sobre esta forma de escribir, sólo lo que el propio Spanbahuer publicó en este artículo.
Por eso Palahniuk era tan bueno al principio, porque no había tema que le asqueara. Nunca se había escrito sobre asesinatos o sobre terroristas de una forma tan clara. No era de recibo. Sin embargo, no sé si por la edad o las presiones del mercado, sus últimas novelas, como Condenada me produjeron cierto hastío y la sensación de que había perdido ese toque.
Pero ahora ha vuelto con este libro de relatos. No elude ningún tema, por desagradable que sea. Encontraremos adolescentes drogados, jóvenes promesas que usan los desfibriladores de formas que no deben usarse. Accidentes grotescos. Gente que experimenta con su cuerpo. Hijos que sólo quieren contarle a su padre moribundo un último chiste. Nada escapa a la mirada de Palahniuk y a veces es una lectura que conviene dosificar.Tyler Durden aprueba este libro