Vaya pedazo título que me he buscado hoy. Como dice mi comadre Elena, entre palabros tipo "empoderamiento" y "lactivista" parece que cada día estamos un poco más desconectadas del mundo real y parecemos más extraterrestres que mujeres con los pies en la tierra. Pero sí, somos mujeres reales y eso no quita que usemos nuestro cerebro en ebullición para inventarnos palabras con las que describir la nueva realidad que nos rodea... Y con este gran rodeo, llegamos al tema de hoy de mi post: madres y cerebros... ¡Qué bien traído! Aunque, claro, madres y cerebros quedaba un poco raro, así que me he buscado un titular un poco más rimbombante, que para eso una es periodistucha con ínfulas de literata y de vez en cuando le gusta la floritura verbal: inversión maternal y desarrollo cerebral.
No son noticias frescas (gran traición a la profesión), pero sí desconocidas, así que paso a relataros el artículo que encontré el otro día enlazado en Facebook y que describe cómo, entre los mamíferos, una mayor inversión maternal en la cría, tanto en la gestación como en el amamantamiento, se relaciona con un mayor desarrollo del cerebro.
En la Universidad de Durham han estudiado el timpo de gestación y de dependencia de las crías, analizando 128 especies de mamíferos, entre las que se incluían los humanos. Y me paso al modo cita, que siempre queda mucho más lustroso que los científicos hablen en mi blog que que yo hable por tan altas eminencias:
Los investigadores afirman que sus descubrimientos ponen de manifiesto el importante papel que juega la lactancia materna en el desarrollo cerebral, en consonancia con la recomendación de la Organización Mundial de la salud de alimentar a los bebés con lactancia materna exclusiva durante seis meses y complementada con otros alimentos hasta los dos años o más.
El estudio contribuye a explicar porque los humanos, que amamantan a sus bebés hasta tres años después de nueve meses de gestación, tienen crías con un largo periodo de dependencia de sus progenitores, ya que esta dependencia es necesaria para lograr un desarrollo óptimo del cerebro, que alcanza un volumen de 1.300 cc.
En comparación, otras especies que tienen un peso corporal similar al de los humanos, como algunos venados que tienen periodos de gestación de siete meses y lactancias de seis meses, desarrollan cerebros que rondan los 220 cc, seis veces más pequeños que los de los seres humanos.
Este estudio no solo subraya las bondades de la leche materna a la hora de alcanzar un desarrollo óptimo del cerebro, sino que pone de manifiesto que lo importante es la inversión maternal. Los cuidados y recursos que la madre invierte en la crianza de su cachorro arrojan grandes dividendos en términos de capacidad cerebral y, por tanto, de adaptación y flexibilidad para la supervivencia y la perpetuación de los genes.
Así pues, los estiviles y demás defensores de los bebés independientes desde su más tierna infancia deberían darse cuenta de que sus teorías chocan radicalmente con las conclusiones de los estudios científicos y antropológicos. Los seres humanos deben ser dependientes durante periodos prolongados de tiempo para alcanzar un grado óptimo de desarrollo cerebral, que es lo que, precisamente, nos hace ser humanos y nos distingue del resto de los mamíferos. Y la afirmación de que para alcanzar la independencia primero hay que ser dependiente se ve respaldada cada día por más argumentos de peso.
Líquido vivo
El segundo artículo leído y encontrado que os traigo hoy, en apariencia, poco tiene que ver con el anterior, si no es porque contribuye a poner de manifiesto, una vez más, la increíble dimensión de la leche materna como tejido vivo que sigue contribuyendo a la construcción de nuestros hijos una vez abandonan el útero materno.
En el artículo de Lactation Narration, esta mamá nos cuenta cómo su participación en una investigación sobre las propiedades de la leche materna la llevó a descubrir que el oro blanco de sus pechos acumulaba 1,3 millones de células vivas por cada mililitro de líquido. ¡¡¡Oro puro en términos biológicos!!!
Eso, además, la lleva a tener aún más argumentos en contra de los que dicen que a partir de los 4, 6, 8 o X meses la leche materna es solo agua y no alimenta, ya que su leche para su hija de dos años y medio doblaba en número de células vivas a las de otras madres participantes en el mismo estudio pero con niños más pequeños.
Es lógica esta mayor concentración si tenemos en cuenta que los niños mayores van haciendo menos tomas. El cuerpo de la madre reacciona ante estos cambios concentrando los nutrientes y las células vivas que otorgan a la leche materna sus beneficios biológicos e inmunológicos por poca cantidad que se tome y por mayor que sea el niño.
Esas células vivas son absorbidas a través de la mucosa del intestino y penetran en el organismo del niño, donde siguen desarrollando sus funciones normales. Uno de los efectos colaterales de esta simbiosis es que en los casos de transplante de riñon, los receptores que fueron amamantados durante su infancia y recibieron un riñón donado de su madre tuvieron menos probabilidad de rechazar el órgano que los que no fueron amamantados o los que recibieron un riñón donado de su padre. Las células inmunitarias maternas continúan ejerciendo su función de apoyo y soporte al sistema inmunológico del niño. Verdaderamente, es un regalo maravilloso que mi propio cuerpo le da a mi hijo.