A día de hoy todavía nos encontramos en la fase de <<negociación social>> que los partidos políticos parece que necesitan (particularmente ERC y PSOE) para poder llegar a un acuerdo que permita la investidura del nuevo gobierno.
Y no parece sencillo. La realidad compleja del independentismo catalán hace presagiar un eventual fracaso en dichas <<operaciones de tanteo>>. No está claro qué pretende el partido socialista en relación a sus conversaciones con el que, hasta no hace mucho, era su socio regional más afín. Pero sí qué exigen los republicanos al grupo ganador de las pasadas elecciones.
Una mesa de diálogo, frente a frente, cara a cara. De estado a estado. Cuestión de máxima sensibilidad para Pedro Sánchez, ya que ello implicaría el reconocimiento de una realidad que no necesita ser tal. Hasta aquí hemos llegado, dirían muchos…
La cuestión de Cataluña ha amedrentado a muchos actores políticos (sobre todo al PP catalán, que prácticamente ha perdido su relevancia en la comunidad autónoma), pero ninguno llega tan lejos como para querer <<ceder>> en un asunto que, a todas luces, se antoja innecesario. ¿Se debe crear un nuevo país en las tierras del antiguo condado de Barcelona? ¿Realmente todos los catalanes ansían la independencia con semejante fervor?
¿O tal vez se trate, esto sí, de una cuestión de diálogo? Llama la atención el crecimiento exponencial del sentimiento patriótico en la región en un período de aproximadamente (escasos) tres años. Desde la cesión de Mas al grupo de la CUP (y la investidura de Puigdemont como President), todo el proceso se ha desarrollado con una velocidad inusitada. Cabe decir, ¿a qué se debe esto? ¿Estaba ya en los planes de la vieja Convergencia llegar hasta éste punto de aparente no retorno?
Nuevamente, resulta complicado de razonar. Nunca hubo por parte del movimiento conservador (al menos en apariencia) estricta intención de separarse de España hasta que la celebración de la consulta del 2014 forzó a los nacionalistas a adoptar un papel más rupturista con el gobierno central. Año en el cual la crisis aún coleaba, y daba más de un quebradero de cabeza a algún que otro banco endeudado.
Tan sólo dos años después, el otrora alcalde de Girona se convertía en el referente político del mundo étnico catalán, sin (en apariencia), otro fin que el de sustituir a su mentor. Pero, según se comprobó más tarde, el político parecía tener claras sus intenciones con respecto al encaje de la Comunidad en el futuro espacio político que se avecinaba en España.
Aún cabe preguntarse, después de todo, por qué. ¿Cómo se ha llegado hasta la presente situación? Tal vez fuese una necesidad de diálogo… entre Rajoy y los (por entonces) moderados nacionalistas. No sé hasta qué punto se habría podido ceder en semejante situación (en términos políticos), sin romper el orden constitucional.
Pero, sin duda, desde aquel lejano 2014, todo cambió. Y, al parecer, sin otro objetivo evidente que el de la confrontación.