Después de las elecciones municipales, las investiduras de alcaldes, especialmente en Madrid y Barcelona, han sido bastante incongruentes.
En Barcelona el tercer (PSC) y el cuarto (Valls) candidatos más votados han decidido que la desastrosa Ada Colau continúe de alcaldesa. Todo para que un independentista (ERC) no ocupe el sillón del alcalde. El que en mi opinión es el peor detalle de la elección en Barcelona es que la gran cantidad de votantes que se decidieron por Colau con toda probabilidad no lo hicieron por su desastrosa gestión sino por razones ideológicas, porque Colau representa la izquierda extrema de Podemos. Desde que a la muerte de Franco voté por primera vez, siempre me he guiado por hacerlo a favor de quien me parece que puede ser un buen gestor público sin importarme el partido al que pertenecen, y por esa razón a menudo he votado en blanco porque en España los buenos gestores públicos son una especie muy poco numerosa. Al menos la investidura habrá servido para que los barceloneses vean a Colau sin careta.
En Madrid la cosa es todavía peor porque la derecha ha echado de la alcaldía a la que probablemente haya sido la mejor alcaldesa de la capital. Curiosamente, el PSOE, el mismo partido que movió cielos y tierra para evitar un alcalde independentista en Barcelona, ha estado mirándose como la derecha eliminaba a Carmena sin mover un dedo, lo que lleva a la conclusión que para el PSOE el independentismo es un pecado gravísimo mientras el fascismo de VOX es perfectamente aceptable.
Cuando Carmena ocupó la alcaldía de Madrid se encontró con una inmensa deuda municipal, de muy largo la más elevada de España, que se había acumulado por los varios alcaldes del PP. Durante su mandato Carmena redujo sustancialmente dicha deuda, que ahora probablemente el nuevo alcalde del PP volverá a situar donde corresponde.
A pesar de lo serio del asunto, hubo tres momentos en que solté una discreta carcajada. Los dos primeros cuando Collboni del PSC y la alcaldesa Colau se autocalificaron como progresistas y el tercero cuando Javier Ortega Smith de VOX en su discurso de la apertura de la alcaldía de Madrid afirmó que su partido lucha contra el totalitarismo.
Por cierto. En el corto número de meses que Manuel Valls lleva en Barcelona ya ha demostrado ampliamente las razones por las que en Francia no lo quieren ni cobrando por soportarlo. Desastroso gestor público, sumamente maleducado y con continua tendencia a decir y hacer inmensas estupideces. Lo que nunca entenderé es como llegó a Primer Ministro francés, y si realmente fue el candidato de las grandes empresas para la alcaldía de Barcelona, las grandes empresas se lo tendrían que hacer mirar.