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Publicado el 20 diciembre 2020 por Angeles

En estos días de diciembre, cuando un año va terminando y otro está a punto de empezar, parece que el aire se vuelve diferente. Parece que los días saben que son especiales, que marcan una frontera, ilusoria pero significativa, y el ambiente se vuelve festivo, colorista, y algo melancólico también. Hay una sensación de despedida y de novedad, como el reptil que deja atrás su chaqueta usada para empezar a lucir la nueva; una sensación de cambio, de renovación, de esperanza de algo mejor, que este año, por cierto, se acentúa de una manera singular.

Y como es época de tradiciones, nosotros, siguiendo nuestra particualr tradición bloguera, hemos vuelto a invitar a unos cuantos amigos sabios para que nos acompañen un ratito son sus sabias palabras, con algunas ideas que nos reconforten, que nos insiflen pensamientos vivificantes y que nos lleven a reflexionar sobre la vida y el mundo, sobre nosotros mismos y nuestra experiencia.

En esta ocasión los invitados nos hablan, de una manera o de otra, sobre la felicidad, ese estado misterioso que tanto onsesiona al ser humano y cuya fórmula varía constantemente, según quien la defina, según quien la analice.

Quizá una manera de alcanzar la felicidad, o al menos acercarnos a ella, sea la sabiduría, y para llegar a ella Pessoa cree que se debe evitar en lo posible que las circunstancias externas afecten demasiado a nuestro ánimo, para lo que sería necesario una vida interior satisfactoria:

"El verdadero sabio es aquel que se dispone de manera que los acontecimientos exteriores lo alteren mínimamente. Para eso necesita acorazarse, rodeándose de realidades más próximas a él que los hechos, y a través de las cuales los hechos, alterados de acuerdo con ellas, le lleguen."

En lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es en que la felicidad es algo relativo, pues casi siempre depende de las emociones previas que hayamos experimentado:

"Cuatro o cinco días después saboreaba ese rápido, inefable e irreprimible momento de gozo que sucede a un dolor punzante, a una preocupación, a una incomodidad..."

(Joaquim María Machado de Assis. Memorias póstumas de Blas Cubas (1881)

"La felicidad, según le había enseñado la vida, es una cuestión de grados, que hay que medir respecto al sufrimiento o la preocupación o el aburrimiento que la hayan precedido,"

Janet Mcneill. Tea at four o'clock (1956)

La felicidad es incompatible con el miedo. El miedo se adueña de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestra vida, y no nos permite la serenidad, que es hermana de la felicidad. En muchas ocasiones no es la realidad lo que más nos asusta, sino la imaginación descontrolada:

"El miedo es un espejo deformador: cualquier detalle casual se convierte por su fuerza exageradora en algo de dimensiones terroríficas de claridad caricaturesca; y una vez atizada, la fantasía persigue incluso las posibilidades más increíbles y rocambolescas."

Stefan Zweig. La embriaguez de la metamorfosis (c. 1926)

Y por último, si hemos sido felices la muerte nos asustará menos. Quizá quien no se siente satisfecho con la vida que ha llevado se resista a abandonarla, paradójicamente, tal vez esperando una última oportunidad de disfrutarla. En cambio, cuando la vida ha sido satisfactoria el final se acepta mejor:

"Puesto que he disfrutado de una buena vida, aceptaré la muerte con toda la alegría posible cuando me llegue [...] También me gustaría que aquelos que me sobrevivan -parientes, amigos y lectores- eviten perder el tiempo y maragar sus vidas con duelos y tristezas inútiles. En vez de eso, deberán estar felices, en mi nombre, porque mi vida ha sido muy buena."

Isaac Asimov. Memorias (1992)

Con mis mejores deseos para todos ustedes, para todos nosotros.

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