Como saben ustedes, en estos días de transición, en esta época en que dejamos atrás un año y recibimos otro, es tradición que visiten este blog unos cuantos amigos sabios, a los que invitamos para que compartan con nosotros algunos de sus pensamientos, algunas de esas ideas que pueden parecen elementales, pero que quizá no siempre tenemos presentes. Son ideas que, me parece a mí, deberían ocupar nuestros corazones la mayor parte del tiempo.
En esta ocasión nuestros invitados nos hablan, de un modo u otro, del consuelo que nos traen las cosas sencillas, de la compañía que podemos brindarnos mutuamente, y de lo fácil que es, o debería ser, procurarles unos instantes de bienestar a nuestros semejantes.
Porque a veces para eso basta una palabra :
"... estaba convencido de que nuestro humanismo, nuestro apostolado, debía manifestarse -honrada y sinceramente- en los asuntos de escasa importancia, y de que la delicadezay la cordialidad fundamentadas en la consideración, el perdón y la disculpa representaban lo mejor, lo más noble que existe en el mundo [...] A menudo basta con pronunciar en el instante preciso y con toda naturalidaduna palabra en apariencia indiferente pero que el interlocutor necesita desesperadamente."
Por supuesto, podemos ser nosotros mismos quienes necesitemos esa palabra de consuelo, de apoyo, de comprensión, aunque a veces nos resistimos a compartir nuestras cuitas con otras personas, ya sea por miedo a molestar, ya sea por el temor de parecer débiles. Sin embargo, uno de nuestros invitados nos hace ver las cosas de una manera diferente, inesperada y mejor, en la que hablar con otros de nuestras preocupaciones se convertiría en un intercambio de dicha espiritual, beneficiosa para ambas partes:
"Cuando en adelante tuvo penas, y penas reales, no las ocultó, que dando el placer de que le consolaran recibió el de ser consolado. La verdadera abnegación no es guardarse las penas, es saberlas compartir."
Miguel de Unamuno. "Ver con los ojos" (1886)
Por otro lado, es muy posible que la decepción vital que casi todos experimentamos alguna vez se deba no a que la vida no sea suficientemente satisfactoria, sino a que dedicamos muchas energías a buscar nuestro contento donde no se encuentra. Porque parece claro que la verdadera dicha está en la ausencia de deseos excesivos, en liberarnos de anhelos y ambiciones materiales que como mucho suponen una satisfacción sólo momentánea:
"Y ciertamente, mi existencia, consagrada a la complacencia de mis deseos, era absurda y mala, y la afirmación de que la vida es mala y absurda sólo se refería a la mía propia y no a la vida en general."
Y justo en estas fechas navideñas parece que lo que domina muchos corazones es precisamente el deseo de bienes superfluos y el ansia de placeres gastronómicos innecesarios, y nos olvidamos de lo que supuestamente conmemoramos, lo que en teoría dio origen a estas celebraciones navideñas.
Pero otro de nuestros invitados nos recuerda que la verdadera felicidad está en lo más sencillo, que con frecuencia es lo que más nos reconforta y nos da fuerzas para seguir adelante, porque es lo único que verdaderamente necesitamos:
"Tal vez un cobertizo seco y un montón de paja reciente parezcan bienes exiguos, pero me salieron al paso cuando menos lo esperaba y se me iluminó el corazón ante tal hallazgo."
William Godwing. Las aventuras de Caleb Williams (1794)
Dedicado a todos ustedes, con mis mejores deseos para estos días y para todos los siguientes.