Revista Cultura y Ocio
Ir, lo importante es ir. No son asuntos a considerar las alternativas de las que se disponga para alcanzar la meta. De hecho, en ocasiones no importa la meta, la conclusión, la seguridad de que se ha realizado el trayecto y se está en donde se pretendía. Lo que perdemos por esa reducción argumental es el camino. Lo han dicho los poetas. Se me ocurre Machado (caminante, no hay camino) y Cavafis (pide que el camino sea largo) No se disfruta el final, no hay disfrute absoluto al concluir si antes no se ha tenido la precaución de imaginar que no hay final que llene completamente. Perdemos esa voluntad siempre, la de apreciar la travesía. La educación que hemos recibido prioriza el resultado, no las operaciones que obran su existencia. Deberíamos cambiar el plan: hacer que el final no entusiasme tanto, desmontar el romanticismo del desenlace, hacer que cada pequeño fragmento de la historia que contamos valga como la historia completa. No sé si esa literatura triunfará. El cuento no tiene que acabar. No se tiene que ejecutar la venganza, no se deben cerrar las heridas, no se precisa el sacrificio para que el amor triunfe, todo en ese plan académico, puro, limpio. Los sueños son la verdadera literatura. Lo importante es soñar. No lo que los sueños cuentan, sino lo que prometen, ese limbo impreciso, ese delirio narrativo. Bien pensado, no cuenta nada. Sólo esbozan, tan sólo preguntan. No hay respuestas. Está el mundo tan mal porque todo gira alrededor de las respuestas. No nos hace falta saber el porqué del hipopótamo tirando del carruaje. Ni las razones del que lleva la brida y lo jalea. Ni la velocidad importa. Ni el destino. La cosa es ir. Lo importante es el desplazamiento. Esa necesidad de un destino ha malogrado la felicidad del género humano. Hay que cambiar el caballo por el hipopótamo. Lo de la estética es asunto menor, acaba uno acostumbrándose. Las imágenes poco a poco se ajustan al ojo. La memoria consiente estos dislates.