Todo comenzó hace unos días. Me dolía bastante el pecho y tenía cierta dificultad para coger aire. Pasaron los días y me encontré peor, con dolor de garganta, de cabeza, febrícula y un cansancio considerable. Hasta ahí podía ser un simple trancazo, una bronquitis, síntomas que no eran nuevos para mí. Hasta que llegó la sospecha de coronavirus y con ella, miedo e incertidumbre.
Tras hablar con un médico del centro de salud, me dijo que si me encontraba peor acudiese a urgencias o llamase al 112, porque, al no poder verme y tener sintomatología compatible con el covid, me consideraban como un posible caso de contagio.
Entonces todo se convirtió en miedo e incertidumbre en mi cabeza. Aunque estaba convencida de que no lo había cogido, mis argumentos se tambaleaban por momentos.
Sólo existían dos posibilidades:
- Si no tenía coronavirus: Un tratamiento de únicamente paracetamol no cura nada, ¿y si lo que tengo se agrava? Y si me encuentro peor, ¿voy a ir al hospital a contagiarme?, no, mejor aguanto pero ¿y si aguanto demasiado y es peor el remedio que la enfermedad?
- Si tenía coronavirus: ¿de verdad voy a estar solo con paracetamol sabiendo todo de lo que es capaz este virus? ¿y si de repente esto se agrava y empeoro porque no me han tratado? ¿y si se lo he contagiado a mi hija y marido? ¿y si me tienen que ingresar?
Una pelea inagotable por dominar mis pensamientos.
Urgencias, allá voy.
Hasta que una tarde empeoré. De repente me costaba mucho más respirar y no ví otra opción que meterme en la boca del lobo yendo a urgencias del hospital.
No era la primera vez que iba a urgencias pero sí en estado de alarma. El modo de proceder era distinto.
Me sentía confusa, sin saber qué tenía que hacer.
Una vez pasé el triaje, me mandaron a la zona de coronavirus, la " zona sucia". Ahí comenzó mi aventura.
De pie, en mitad de un pasillo, un médico me pregunta por mis síntomas y me manda a una habitación. ¿A una habitación con su tele, su cama y su baño? Sí. Me pareció extraño pero ahí me quedé, sentada en una silla de madera que había.
Al cabo de un rato, una enfermera me toma la tensión, mide la saturación, temperatura y me saca sangre, como unos 6 tubos. Me deja una vía puesta. Le pregunto que qué hago ahí y me dice que ahí es donde debo esperar.
Vale. Serán los protocolos. Al menos no hay nadie más en la habitación así que eso me tranquiliza relativamente.
Vuelve la enfermera y me cuenta que me va a hacer la prueba de meterme una especie de bastoncillo de oído por la nariz y luego por la garganta. Me preavisa que es muy molesto. Pienso que exagera pero menos mal que duró poco la prueba porque fue bastante desagradable.
Pasa un buen rato hasta que se va esa horrible sensación de la nariz. " Bueno, así saldré de dudas y tendré confirmación del coronavirus, tanto si es positivo como negativo ", pienso.
Al cabo de un rato, una auxiliar me trae un camisón y me dice que me lo ponga. " Lo siento pero creo que se equivoca, yo no estoy ingresada".
A lo que me contesta que me lo tengo que poner durante todo el tiempo que esté allí. Ya empiezo a ponerme nerviosa porque no entiendo nada. En todas las veces que he estado en urgencias nunca me han pedido que me ponga ropa hospitalaria a no ser que me fueran a ingresar u operar. Nadie me explica. Pasan horas y nadie entra en la habitación.
No sé qué hacer. Sigo sentada en esa silla incómoda. Para más inri, mi batería del móvil está a punto de agotarse. ¡Genial!
El miedo e incertidumbre empiezan a pesar
En ese momento llega la enfermera y me hace un electro. " Tranquila no estés nerviosa", me dice cariñosamente. Hombre, un electro es para ver cómo funciona el corazón y nadie me dice por qué se están preocupando por él, así que tranquila, lo que se dice tranquila, no estoy.
Me vuelvo a quedar sola un rato y como me sigue estallando la cabeza y me presionan los pulmones, salgo de la habitación para avisar desde el pasillo a los médicos que están en una sala cercana a mí.
" Perdón, ¿podrían darme algo para el dolor que tengo?". De repente, como si hubiese saltado un resorte, una médico contesta de malas maneras " ¿quién te ha dicho que salgas de la habitación?, ¿no sabes lo que es la distancia de seguridad?, ¡¡vete para dentro, ya!!! ".
Entre ella y yo había más de 4 metros de distancia, yo llevaba mascarilla y guantes y NADIE me había explicado NADA. ¿Hay necesidad de hablar así? Me sentía en sus manos, como una muñeca de trapo. UN POQUITO DE EMPATÍA, por favor.
Sin querer, empiezan a brotarme lagrimones por la cara. Me siento impotente y sola. No dejan de caer. No puedo controlarlo.
Al rato se asoma una enfermera y al verme se interesa por cómo me encuentro y si necesito algo. Le comento mi situación y me dice que tengo pautado paracetamol. ¿Y por qué coj*** nadie me dice nada ni me lo da? Encima me dan un diazepam para que me calme. No necesito ni quiero un ansiolítico, joder, sólo que me traten como a una persona y no como un número más y que me informen de lo que va a ocurrir conmigo, ¿es mucho pedir?
Se produce el cambio de turno.
Pasa el tiempo. Los minutos parecen horas. Llevaré unas 3 horas ahí metida. Aparece un señor y me dice que le acompañe. Me van a hacer un escáner de los pulmones. Ahí me siento como en una película de terror, personal ataviado con EPIs y con unas mascarillas que parecían de fumigador, a los que no consigo dejar de mirar con pavor.
Vuelvo a la habitación. Vuelvo a estar sola durante una hora y pico. Entonces aparece una enfermera nueva a interesarse por cómo estoy.
Ni yo sé cómo estoy. Me siento bloqueada, asustada, nerviosa, insegura, desamparada... Y tras 4 horas y pico en urgencias, me explica todo lo que está sucediendo. ¡¡¡POR FIN!!! Como tengo síntomas compatibles con el covid me estaban haciendo todas las pruebas pertinentes. Me explica cuáles son y cuánto tardarán aproximadamente en tener los resultados. Si doy negativo en coronavirus me dejarán marchar y si es positivo pues depende de la gravedad me ingresarán o no.
Me han dejado en una habitación porque a la gente sospechosa la meten en habitaciones para que no estén en una sala de sillones esperando y que el contagio sea mayor.
Le doy las gracias a esa enfermera por esa información tan valiosa en esos momentos de miedo e incertidumbre. Y espero una hora más allí, hasta que se acerca una médico diciéndome que he dado negativo y que me puedo marchar. Pero, a mí me siguen doliendo los pulmones, para eso vine... sigo sin entender nada.
Al final, por los resultados, una vez descartado el coronavirus, creen que es una infección y me pautan un inhalador y paracetamol. Si empeoro que vuelva a urgencias. Ahora mismo voy a volver, claro. O sea, tengo una infección y tras 5 horas de eternas esperas y todo tipo de pruebas ¿no me mandan nada más que paracetamol? WTF!!! Esto es de locos.
Al día siguiente me llaman para avisarme que la PCR es negativa y me recetan antibiótico. Tarde pero llega por fin un poco de sentido común. A los 4 días me repitieron la PCR y volvió a dar negativo. La verdad es que he pasado unos días anímicamente mal, llenos de miedo e incertidumbre.
Pero, a pesar de lo emocionalmente terrorífica que fue la situación, tengo que dar las gracias por todo el despliegue de medios que tuvieron conmigo. Y me parece correcto que lo importante sea el descarte del contagio por coronavirus, no critico los protocolos, pero sí las formas de tratar y la falta de información a pacientes que estamos realmente acojonados por la que se nos puede venir encima, y encima te vas de allí exhausta y no te vas nada convencida de que haya merecido la pena pasar por todo ese miedo e incertidumbre, sintiéndote físicamente igual de mal que cuando fuiste a urgencias.
Sin embargo, tengo que agradecer a las enfermeras por su eterna amabilidad. Las más expuestas y las que te hacen que esa experiencia desagradable sea lo más llevadera posible. GRACIAS.
Sí, sé que hay de todo, que no todos los casos son iguales ni las circunstancias ni profesionales que te tocan pero hay situaciones en las que la empatía no puede faltar jamás y ésta era una de ellas.