Revista Baloncesto

Ir canestro era bono

Publicado el 27 mayo 2021 por Sunara

                            

                                               IR CANESTRO ERA BONO


IR CANESTRO ERA BONO



Una de las visiones más tópicas que dibujan la imagen del baloncesto es aquella que reduce su belleza a su acto final. Pese a lo injusto de tal valoración, no es posible negar la evidencia de que pocas sensaciones pueden compararse a las de la resolución de un encuentro en la última jugada, en especial si esta obra también como punto final de un campeonato. La canasta de Aleksander Belov en Munich, el triple de Djordjevic en Istambul…todo buen aficionado guarda en algún rincón de su memoria sentimental alguno de aquellos tiros decisivos que le llevaron a la gloria o a la frustración. De entre todos estos, pocos habrán sido tan espectaculares como aquel triple desde su propia pista de Dusan Kecman con el que el alero del Partizan daba a los de Belgrado el título de la liga adriatica de 2.010, devolviendo, de la manera más cruda, a la realidad a los miles de aficionados locales que apenas un segundo antes celebraban el triunfo de la Cibona, gracias a otra increíble canasta de tres puntos de Bojan Bogdanovic. Aquel triple de Bogdanovic, parecía romper la hegemonía serbia en el torneo a la par que propiciar el primer título para los de Zagreb, con lo que la postrera canasta del serbio colocaba sobre la mesa todos los ingredientes necesarios para una enorme polémica. Afortunadamente, otro de los grandes signos que identifican este deporte, es el de su continuo afán por avanzar hacia la modernidad. Entre los pasos dados en esta dirección, pocos resultan tan eficaces como el “Instant replay” a través del cual los colegiados pueden, con la ayuda del video, dictaminar sobre si un lanzamiento decisivo ha estado dentro del tiempo. De esta manera, aquel tiro de Kecman o el que en 2005 de Ruben Douglas daba a la Fortitudo de Bolonia su segundo scudetto, eran dados por válidos sin que nadie tuviera espacio para algo más que el simple disfrute/lamento deportivo.

Si, aun teniendo en cuenta lo dicho, a día de hoy el panorama dista de resultar idílico, resulta fácil adivinar hasta donde podían llegar las suspicacias y polémicas apenas unos años atrás. Ejemplos hay muchos, y podrían hallarse en casi cada competición y en cada momento. Entre los más curiosos podría citarse la final de la liga griega de 1.959, disputada en un curioso formato triangular y para cuyo desenlace último la organización se vio obligada a contratar a una pareja de árbitros yugoslavos (Vukovic y Pastor) ante las continuas objeciones de los dos grandes clubes de Salónica. Finalmente con 25 puntos de Ikonomou y 18 de Theothoritis, la moneda caería del lado de un cuadro blanquinegro que sumaría así el primero de los dos únicos triunfos ligueros que atesora. Ahora bien, más allá de ejemplos concretos, a buen seguro ninguna temporada habría de resultar tan convulsa como la 1988/89. Y es que, en una Europa en la que, permítase utilizar el empalagoso título de la canción de Scorpions, los vientos de cambio soplaban con fuerza, hasta tres de sus principales ligas acabarían por ver como su campeón se decidía más allá de los 40 minutos de juego del último encuentro. En Yugoslavia, la retirada del Partizan en un segundo partido que tenía poco menos que perdido cerraba la que bien pudiera haber sido una serie histórica. En cambio, en la Urss e Italia la validez de una última canasta tendría la palabra definitiva.

PERESTROIKA

Procedente del vocablo ruso перестройка, la palabra perestroika fue acogida en el llamado mundo occidental con su acepción literal de reestructuración, focalizando en la figura de Mijaíl Gorbachov, un proceso que en realidad ya había comenzado muchos años antes y en el que incluso podrían rastrearse antecedentes en la desestalinización surgida tras el impacto del informe Jruschov. Con todo, los postreros meses de 1.988 y el comienzo del 89, traían consigo evidencias cada vez más claras del derrumbe, de tal manera que, aunque oficialmente el muro caía un 9 de Noviembre, se puede afirmar que en realidad las grietas ya estaban a la vista. El triunfo de “Solidaridad” en Polonia y los movimientos aperturistas en Hungría suponían los primeros signos evidentes del triunfo desde dentro de la teoría del shock, mientras que la retirada de las tropas de Afganistán ahondaba en la ya innegable vulnerabilidad del otrora gigante soviético. Junto a las cuestiones geopolíticas, la ecuación terminaría de resolverse con la consolidación del “Glásnost” o política de apertura, donde, ahí si, la figura de Gorbachov acabaría de resultar fundamental para el devenir del coloso.

Paralelamente el baloncesto de la Urss vivía a caballo entre dos sensaciones, ya que mientras por un lado figuras tan emblemáticas como la de Sergei Belov o Aleksander Gomelsky criticaban abiertamente a la federación por su falso aperturismo, por el otro, en el ambiente aun permanecía la dulce fragancia del oro conseguido en los juegos de Seúl… aunque para ser sinceros, al igual que en el juego político, la perestroika baloncestistica había comenzado bastante tiempo atrás:

Es muy probable que ningún otro país europeo viva el baloncesto como lo hace Lituania, de ahí que no es de extrañar que el pasado EuroBasket supusiera todo un terremoto emocional para la joven república báltica, que de repente se veía inundada de actos, publicaciones y un sinfín de actividades relacionadas con su “Krepšinis”. Entre todas ellas, destacaba la publicación del excelente libro de fotografía “Legendiniai Zalgirio vyrai”, puesta al día de la histórica obra de los Romualdas más famosos de la fotografía europea: Pozaerkis y Rakauskas, quienes en 1987 publicaban un álbum captando en imágenes los cuatro últimos años de existencia de un club, el Zalgiris, que se había convertido en mucho más que una entidad deportiv, hasta el punto que en la nueva edición, Ferdinadas Kauzonas, uno de los autores del célebre documental “Aukso karstlige”, llegaba a comparar la trascendencia del club con la del movimiento Sajudis *.

Es fácil comprender el orgullo que una ciudad como Kaunas pudo haber sentido cuando en 1998 y 1999 su equipo enlazaba los títulos de la Copa Saporta y la Euroliga, pero quizás sea un poco más complejo tratar de explicar como algo más de una década antes otro Zalgiris es reverenciado hoy con un fervor y un respeto a la altura de los más escogidos. Para explicarlo se podría enfocar el tema desde muchos ángulos, pero quizás ninguno como el de la rivalidad con un CSKA, que como símbolo del ejercito soviético, era elevado a la categoría de perfecta Némesis , y es que como Holmes tuvo a su Moriarty (aunque en realidad el pobre profesor apenas aparece en una historia del canon a la par que es mencionado en otras dos…), la leyenda del Zalgiris va muy ligada a la del equipo rojo.
- Baloncesto en rojo
Hablar hoy en día del CSKA de Moscú conlleva referirse a uno de los equipos más potentes del viejo continente. Sus dos Euroligas y su presencia en las ocho Final Four sólo en la primera década del siglo así lo atestiguan. Con una estructura altamente profesionalizada y un poderío económico casi sin parangón, el actual equipo moscovita poco tiene ya que ver con lo que fue en sus orígenes. Sin embargo, el histórico TSKA también logró dominar Europa, logrando cuatro títulos europeos entre 1963 y 1971 que bien podrían haber sido más de no mediar un par de decisiones políticas. Por un lado, las autoridades soviéticas daban absoluta prioridad al baloncesto olímpico y cada cuatro años sus equipos no participaban en competición internacional alguna. La otra, más dañina para los intereses del TSKA, llega en 1966. Buscando dar mayor protagonismo a los jóvenes valores, la Federación soviética decide limitar la presencia de los mayores de 25 años por lo que, de un plumazo, los moscovitas se ven obligados a prescindir de Zubkov, Korneev y Borodin. ¿Tenía razón el TSKA para quejarse? Evidentemente no, pues si alguien había favorecido la legislación era al equipo del ejército.
- Draft soviético
El Tska de Moscú era oficialmente el equipo del ejército, por lo que, apoyándose en esa condición, comenzó a realizar su particular “draft”. Desde 1954 y hasta 1987, los técnicos del TSKA reclutaban a los mejores jugadores del país para que realizaran su servicio militar en el equipo rojo. De Semenov en 1954 a Goborov en 1987, con excepción de las lituanas, todas las grandes estrellas de la URSS pasaron por el TSKA mediante este procedimiento (Belov, Volnov, Edeshko, Tarakanov...), labrando una hegemonía local tan brutal que, entre 1960 y 1984, los moscovitas sólo dejaran de ganar el torneo en dos ocasiones, en el 68 ante el Dinamo de Tbilisi y en 1975 ante el Spartak de Leningrado de Alexander Belov, que por una vez dejaba de lado su condición de Poulidor del basket soviético (7 subcampeonatos en la década de los 70).

Paralelamente el basket se convertía en algo más que un mero acontecimiento deportivo para definir uno de los símbolos de la identidad lituana, entre los que el Zalgiris se erigía, con algún breve interludio como el del 79 del Statyba, como principal referente. Fundado en 1944 bajo la denominación de Skif Kaunas, el club de la segunda ciudad de Lituania tardaría tan sólo tres años en llevarse su primera liga soviética de la mano de Mykolas Zimiskas, llegando la segunda cuatro años más tarde ya bajo la denominación de Zalgiris. Pese a ese espectacular arranque, el club de Kaunas pasaría su particular travesía del desierto alejándose de manera paulatina de los puestos de cabeza. Con el excepcional Modestas Paulaskas a la cabeza, en los finales de los años 60 y los 70 el club va recobrando su status alcanzando en diversas ocasiones el tercer puesto, aunque la falta de jugadores interiores de garantías acaba por limitar a un equipo preciosista pero falto de contundencia. La irrupción de Raimundad Civilis y la consolidación de Iovaisha como una estrella llevan al Zalgiris al subcampeonato en el año 80 y preparan el asalto al trono de un CSKA que empieza a mirar de reojo la imparable ascensión de un gigantón de la propia Kaunas, de nombre Arvydas. Con Sabonis y Civilis cubriendo el juego interior, la falta de un base puro se suple con la dinamita de Homicius, Kurtinaitis o Iovaisha. El club sigue creciendo, y con la llegada de los play-off cede en las finales del 83 y del 84 ante un CSKA símbolo del poder central de Moscú y ya obsesión absoluta de un grupo que cada día esta más cerca.
Así pues, la temporada 84/85 se ve en Kaunas como la de la definitiva ascensión algo que la propia competición va confirmando de tal manera que el Zalgiris cierra la primera fase liguera con un balance de 20-2 (cayendo solamente por 74-73 ante el Spartak y 100-92 ante el Vef Riga de Valdis Valters), incluyendo una doble victoria ante el CSKA (98-88 en Kaunas y 78-80 en Moscú) y con registros anotadores espectaculares hasta el punto de superar los 110 puntos en 8 ocasiones. La segunda fase de los pupilos de Vladas Garastas es aún mejor, cerrándola invictos y venciendo de nuevo al CSKA esta vez (la segunda vuelta la jugaban los ocho primeros a una sola vuelta) por 88-78. Las previsiones se cumplen y lituanos y moscovitas alcanzan la final con ventaja de campo para los primeros pero con la particularidad de que el equipo peor clasificado juega primero como local. Lejos de acusar la presión, el Zalgiris asalta Moscú por 71-86 con 26 puntos de Homicius, 19 de Kurtinaitis y 15 de Sabonis, mientras que Tkachenko con 12 se queda como el mejor realizador del Tska. Con todo a favor el segundo partido resulta ser mucho más trabado con la buena defensa de los de Gomelsky minimizando a Sabonis y obligando al Zalgiris a jugar a un ritmo menor al acostumbrado. Tensión, dureza, nervios… y empate a 69 que da paso a una prórroga donde un triple de Iovaisha certifica el triunfo del Zalgiris cortando la racha moscovita y llevando al delirio al publico que abarrotaba el viejo pabellón.
La euforia de la victoria y la baja de un Iovaisha al limite condicionan a un Zalgiris que días después pierde la final de la Recopa ante el Barcelona. Esa derrota y la del año siguiente en la final de Copa de Europa ante la Cibona impiden un mayor reconocimiento internacional, pero los verdes con el triunfo ante el CSKA ya se habían convertido en inmortales en su tierra, más aun cuando conseguían repetir título ante el mismo rival en el 86 y el 87, con mención especial a esta última con un tercer partido épico y que probablemente se encuentre entre los mejores de esa década. La temporada 87/88 llega para los de Kaunas marcada por la ausencia de Sabonis, cuya baja se revela especialmente clave en unas finales que devuelven al Tska su condición de vanguardia en el baloncesto soviético. Con Sabonis de vuelta, el Zalgiris afronta la nueva temporada de nuevo como favorito, máxime cuando el rival moscovita pierde a dos jugadores de la talla de Tikhonenko y Volkov. Precisamente la salida del segundo, elegido mejor jugador el año anterior, rumbo a Kiev, donde se reencuentra con otro campeón olímpico como Belostenny, coloca al Budivelnyk entre los aspirantes claros a llevarse un torneo, donde por primera vez en años la dispersión de talento (Valters en Riga, Marciulionis en el Statyba, Tikhonenko en el Alma Ata, Sokk en el Kalev Tallin…) augura un campeonato menos bipolar de lo acostumbrado.

Tras un inicio titubeante con sorprendentes derrotas ante rivales como el Dinamo Moscu o el Kalev, el Zalgiris mete la directa tras el paron liguero provocado por la habitual gira de la selección por los Estados Unidos (saldada con un balance de 8-2 para los soviéticos) dominando con claridad el segundo tramo de la temporada y asegurándose así el factor pista por delante del Budivelnyk y del Tska. El conjunto rojo había recuperado a Tkachenko tras su grave lesión y contaba con una buena base de jugadores encarnada en los Tarakanov, Goborov, Pankrashkin o Miglieniks, pero su excesiva mecanización ofensiva y su falta de frescura habían convertido en un suplicio el hecho de simultanear la competición domestica con una Copa de Europa donde no podían pasar del penúltimo puesto en una liguilla de cuartos que cerraban con un pobre balance de 4-10. De los avatares europeos no estaban exentos tampoco los otros dos grandes candidatos. Por un lado el cuadro ucraniano, que en Europa utilizaba Stroitel como sustantivo, quedaba apeado en la liguilla de cuartos de la copa Korac de la manera más dura posible. Encuadrado en el grupo D junto a Cantu, Orthez y Den Helder, el hecho de que solo el primer clasificado siguiera adelante parecía abocar al grupo a un duelo directo entre ucranianos e italianos que en el primer cara a cara parecía decantarse a favor de los primeros, quienes de la mano de un gran Antonello Riva firmaban un convincente 108-97. Sin fallos ante el resto de los equipos, la penúltima jornada parecía ser la decisiva de tal manera que, cuando tras una estratosférica actuación de Volkov, el Stroitel se imponía por 15 tantos la suerte del grupo parecía sentenciada. Sin embargo, contra todo pronóstico, en el último suspiro el cuadro ucraniano dejaba escapar el pase a las semifinales cayendo por un solo punto en la pista de un Orthez que nada se jugaba. Por su parte, el Zalgiris llegaría un paso más adelante aunque, curiosamente, esto les traería más problemas. Tras liderar su grupo de cuartos de final al quedar por delante de la Cibona gracias al average, el conjunto de Kaunas afrontaba con las máximas aspiraciones las semifinales de una Recopa, que, pese a su condición de segunda competición, reunía en su penúltima fase a tres de las más rutilantes estrellas del basket europeo: el propio Arvydas Sabonis, un Drazen Petrovic que en el otro lado destrozaba a sus antiguos compañeros de la Cibona y un Oscar Schdmit convertido en la mayor amenaza para el conjunto de Garastas, que no obstante lograba controlar la mano del brasileño para llevarse el partido de ida por 86-80. Con todo por resolver, el partido de vuelta en Caserta llegaba igualado a la media parte (53-53) pero acababa cayendo del lado trasalpino tras una segunda parte donde los nervios del Zalgiris llegaban al punto de transformarse en un claro enfrentamiento entre varios de sus jugadores, con Jovaisa apuntando tras el partido directamente hacia su entrenador y alguno de sus compañeros (en especial Kurtinaitis y Homicius) acusándolos de olvidarse de Sabonis. El sensacional jugador de Anykščiai no eludía tampoco la autocrítica y, aunque desde fuera los problemas parecían gravitar en torno a la eliminación, se convertía en el vivo ejemplo de lo que comenzaba a suceder en un club cuya autoexigencia caminaba en paralelo con multitud de problemas estructurales, económicos e incluso políticos.

Con todo, el Zalgiris logra la primera plaza de la fase regular y se presenta en la final con el factor pista a favor ante un Budivelnyk que refirma sus opciones dejando al Tska fuera de las dos primeras plazas por primera vez desde 1.968. La final, programada al mejor de tres partidos con el equipo mejor clasificado jugando fuera el primer encuentro, arranca en la capital ucraniana donde la buena defensa de Belostenny y los problemas físicos de Sabonis condicionan el juego de un Zalgiris que cae por 97-94. De vuelta a Kaunas, el segundo partido de la serie comienza marcado inevitablemente por la ausencia de un Sabonis al que, como en buena parte de la temporada, sus problemas en el talón le vuelven a jugar una mala pasada. El partido transcurre tenso, con los locales abusando del tiro exterior y con los visitantes llevando la iniciativa gracias a un inspirado Volkov que permite llegar a su equipo con 10 puntos de ventaja al descanso. Con todo por decidir, el partido entra en su tramo final mucho más comprimido gracias a una mayor agresividad de los locales y al despertar ofensivo de un Jovaisa que con un triple y una penetración marca de la casa, vuelve a poner al Zalgiris en un partido que de todas formas parece escapárseles de las manos cuando, a falta de un minuto, el punto número 23 de Volkov pone un 81-87 que se antoja definitivo. Con todo en contra, el decimotercer triple local (en 26 intentos) de la noche vuelve a apretar un partido que vive un nuevo golpe de efecto tras un precipitado tiro del omnipresente Volkov cuyo error deja a los de Kaunas 28 segundos para buscar el empate. Con Jovaisa y Kurtinaitis tapados, el balón va hacia un Homicius que recibe la falta de un nervioso Shaptala. El Zalgiris opta por sacar de banda y el balón vuelve a Valdemaras que con un escorzo en el aire intenta igualar el partido encontrándose con el hierro. Con el Budivelnyk paralizado por el vértigo del éxito, el rebote ofensivo cae, bajo el aro, en las manos de un Krapikas que sin oposición alguna y con una frialdad polar sale de la zona y anota el triple del empate con 12 segundos por jugar. En medio de la algarabía baltica, el Budivelnyk pone la última bola en manos de un Volkov que bota sin demasiada fluidez y que incomprensiblemente no ataca el aro, hasta que, con dos segundos por jugar, decide levantarse desde cerca de la línea de la media pista anotando limpiamente un triple increíble que desata la euforia en el cuadro ucraniano. La jugada parece clara, pero el público comienza a mostrar su ira mientras el cuadro que dirige Viktor Bojehar celebra su histórico triunfo en mitad de la pista. Los árbitros dudan, la canasta no acaba de subir al electrónico e incluso un “recuperado” Sabonis hace acto de aparición remangando su camisa de rayas a la par que se dirige hacia unos comisarios de mesa que tras un interminable debate deciden anular el triple visitante. Con el ánimo por los suelos, el Budivelnyk es presa fácil en la prórroga por lo que la serie se ve abocada a un tercer partido al que los jugadores de Kiev no comparecen. El Zalgiris es proclamado campeón, pero apenas dos días después, en una decisión que en Lituania se interpreta como puramente política, el comité deportivo accede a revisar el video del partido tras lo cual decide dar por válido el triple de Volkov y, por tanto, el primer título de la historia al conjunto ucraniano.


La sentencia causaría un enorme revuelo pero los cambios cada vez más vertiginosos pronto la harían olvidar y así, apenas unas semanas después, 45 puntos de Nicos Gallis y un triple letal de Fannis Christodolou apeaban a la Urss de la final del eurobasket. Una Urss de la que en ese mismo verano comenzarían a salir sus estrellas más rutilantes y que, tan solo otro año después, se presentaría en el mundial de Argentina con un solo lituano: su seleccionador Vladas Garastas. Pese a esta diáspora, el Zalgiris volvería a acariciar la final de la Recopa mientras lamentaba aun, una decisión que vista a día de hoy parece totalmente justa y es que, política aparte, la canasta era buena.

Ellos, los vencedores, Caínes sempiternos

Es muy posible que si algún seguidor del Olimpia Milano leyera los inmortales versos de Luis Cernuda aplicados a su equipo enrojeciera de ira o bien, si nos atenemos a los últimos años, optaría por tomárselo como un cruel sarcasmo de dudoso gusto. Pero el caso es que, en buena parte de los años ochenta, esa sensación persiguió al equipo de las zapatillas rojas, alcanzando su momento culminante en la temporada 88/89.

Es difícil encontrar un país tan apasionado como Italia, donde hasta lo más cotidiano es motivo de acalorado debate y donde, hasta los asuntos más trascendentales de su historia siguen siendo años después pasto de las especulaciones, teorías y distintas relecturas que avivan un debate casi tan eterno como su capital. Intentar rastrear este Adn podría llevar al apasionado de la arqueología emocional hasta las propias simas del imperio romano, aunque quizás todo lo sucedido en el atentado de Piazza Fontana podría ser un punto de comienzo más cercano e igualmente válido. El supuesto suicidio del incriminado anarquista Giuseppe Pinelli y la posterior confirmación de la participación de la extrema derecha lazial, abrirían una terrible senda por la que Italia habría de supurar el asesinato de Aldo Moro, el atentado de la estación de Bolonia o la participación vaticana en el banco Ambrosiano tan famoso por su hundimiento como por ser parte fundamental en el blanqueado de dinero de la mafia siciliana, la contra nicaragüense o el sindicato Solidaridad en Polonia. Con mil incógnitas sin resolver, no es este el momento ni el lugar donde dirimir semejantes cuestiones, dejando tal asunto para gente más cualificada como los guionistas de la excepcional serie “Romanzo criminale”… aunque justo es apuntar que ante tal caldo de cultivo, difícilmente el deporte podría escapar de esa tesitura.

A nivel deportivo el gran manjar para los amantes de las teorías conspirativas gravitaba en torno al fútbol, con la concesión del mundial 90 como tema estrella. Y mientras tanto, en medio de ese cóctel de pasiones, la lega vivía una década de esplendor con unas escuadras que crecían en lo económico y dominaban en lo deportivo. Como muestra, valga decir que solo en la década de los 80, hasta tres equipos (Cantu, Roma y Milan) habían sido campeones de Europa, mientras que hasta otros seis (Varese, Venezia, Rieti, Scavolini, Virtus Bolonia y Caserta) alcanzaban al menos una final de competición europea. Pese a ello, un equipo destacaba por encima del resto: un Olimpia de Milan que afrontaba la temporada 88/89 como vencedor de las dos últimas copas de Europa, al tiempo que defendía una racha de siete finales ligueras consecutivas. Con todo, y pese a ser los vigentes campeones de Europa, la derrota en la final liguera del 88 y la eliminación, ya en esta temporada, en las semifinales de la copa Korac ante un Cantu que deambulaba en la lega habían vuelto a reabrir el debate en torno a un equipo sobre el que pesaba demasiado el sambenito de la edad. Fuera también de la final copera, la irregularidad liguera acababa por costarle el puesto a Bill Martin que era sustituido por un Albert King que, más allá de compartir nombre con el más gigante de los bluesmen, llegaba avalado por una interesante carrera nba. Con King debutando en la última jornada, el Milan cerraba la fase regular en un quinto puesto que le obligaba a disputar la ronda de octavos de final.

Por si fuera poco, la serie, un derby lombardo ante el Irge Desio, se abría con una monumental sorpresa ya que el conjunto de Guerrieri asaltaba la pista milanesa por un espectacular 114-116. Guiados por la dirección de un joven Coldebella, el tiro exterior de Capone y la fuerza interior de un Chris McNealy que se iba hasta los 32 puntos, el Irge remontaba una desventaja de 15 puntos, ganándose la posibilidad de pelear por cerrar la eliminatoria como local. Con el ex de San Jose por encima de nuevo de la treintena, los locales llegaban por delante al descanso, pero la mejora defensiva y el papel de revulsivo de Montecchi devolvían la igualdad a una serie que el Philips cerraba en su pista no sin algún que otro apuro.

Espoleados por el susto recibido, los dueños de las zapatillas rojas abrían los cuartos de final completando una primera parte de ensueño en Treviso y sentenciando de inicio un brillante paso a las semifinales, donde esperaba el vigente campeón y a la sazón el líder de la fase regular: el Scavolini de Pesaro.

El club de la bella ciudad adriática, vivía por entonces un sueño que de tan real abarcaba ya casi una década. Con la llegada de Petar Skansi (que como jugador ya había defendido a los blanquirojos después de ser subcampeón de Europa con la Jugoplastika) a los banquillos, el Scavolini daba a principios de los 80 un salto cualitativo en su hambre competitiva que solo un año después (81/82) tomaba forma. Tras un año brillante en el que la llegada de Kikanovic había disparado el potencial ofensivo de la escuadra, una inolvidable suspensión de Domenico Zampolini ante la Virtus de Bolonia certificaba el pase a una final, donde de manera ajustada los de Pesaro caían ante un Milan más habituado a verse en esa tesitura. Un año después, las semifinales ligueras eran el techo de un equipo que pese a todo despedía el año haciendo un balance de lo más positivo ya que a sus vitrinas llegaba el título de la Recopa, tras derrotar, en Palma de Mallorca, al Asvel Villaurbane de Pilles y Szanyel. La marcha del genio de Cakac, provoca un mal año, pero en la 84/85 el Scavolini vuelve por sus fueros colándose de nuevo en la final liguera y sumando el título de “coppa” al imponerse al Varese de la mano de un gran Frederick. Las dos temporadas siguientes no son tan fructíferas a nivel liguero, pero la definitiva consolidación en la élite de jugadores como Gracis o Magnifico unidos al talento anotador del propio Frederick, derivan en la presencia del club en cuatro finales en dos años. Con el Milan como verdugo en las dos coperas, Barcelona y Cibona apartan a los de Giancarlo Sacco de la Recopa. Con el club ya acostumbrado a la máxima autoexigencia, la ciudad vivía una revolución con la llegada a los banquillos del hombre que había llevado a Cantu y Roma al título de campeones de Europa, un Valerio Bianchini que además veía reforzada su plantilla con el fichaje de Aza Petrovic. Pese a la ilusión inicial, los primeros meses de la temporada mostraban a un Scavolini algo falto de intensidad física lo que unido a la eliminación en las semifinales de la Recopa ante el Limoges, desencadenaba una serie de cambios que habrían de tener un efecto histórico. El primer damnificado era un Aza Petrovic que caía victima de su irregularidad (45 puntos en su despedida) siendo sustituido por un Darwin Cook más director y con más capacidad de elevar la intensidad de su equipo. Tras ser cortado, el de Sibenik es rellamado un par de semanas después para suplir los problemas físicos de un Greg Ballard que finalmente, pese a que vuelve a intentarlo, acaba siendo sustituido por Darren Daye. La llegada del elegante ex de UCLA pronto se revela como la catarsis necesaria para un equipo pasa en unas semanas a vivir una metamorfosis solo comparable a la del pobre Gregor Samsa. Quintos finalmente de la fase regular, los propietarios del “Adriatic arena”, abrían los play-off eliminado en tres partidos al Reggio Emilia de la pareja Dale Solomon-Roosvelt Bouie, aunque el verdadero golpe de efecto lo logran al imponerse en el primer partido de la serie de cuartos al Caserta por 108-109 dejando en estériles los 42 puntos de Oscar y los 35 de Gentile. Con un ambiente infernal de por medio, el Scavolini no falla en casa y accede a unas semifinales que vuelven a poner de manifiesto el amor propio de un equipo que comienza la serie cayendo en Varese , pero que termina por colarse en la final tras vencer como local y cerrar la serie con un agónico 77-78 en el PalaWhirlpool. Así, en pleno éxtasis competitivo los de Bianchini afrontan el último reto ante un Tracer de Milán que no solo es su verdugo más habitual sino que llega tras revalidar pocas semanas antes su condición de campeón de Europa. Con el peculiar formato 1-2-1-1 en el que el peor clasificado abre la eliminatoria como local, el Scavolini aprovecha la circunstancia para, tras una excelsa primera parte (55-35), tomar la iniciativa en la serie y con esa confianza asaltar en el segundo acto el PalaMazda en un enorme partido de Walter Magnifico. Con el 0-2 en la serie, el Philips salva el primer match ball en contra, pero en la vuelta a la ciudad de Rossini, los rojiblancos no dejan escapar tan histórica ocasión y con un triple de Ario Costa (el único en su carrera) cierra un 98-87 que vale tanto como el primer título de su historia.


Con estos precedentes, la semifinal del 89 cobraba cierto significado de final anticipada y a la sazón prueba definitiva sobre la hegemonía del pallacanestro. De inicio, el primer encuentro comienza marcado por el demoledor acierto de Darren Daye hasta que, justo cuando los equipos enfilan el túnel de vestuarios camino del descanso, algo lo cambia todo. Ante la incredulidad general, Dino Meneghin se desploma sobre la pista mientras se echa las manos a la cabeza y se retuerce en el suelo. Ayudado por sus compañeros, Meneghin sale corriendo de la pista y la cosa no parece pasar a mayores. Sin embargo en la segunda parte, el pivot no salta a la pista y su equipo cede en unos 10 minutos finales de locura donde la conexión entre Norm Nixon y Darren Daye hace volar al Scavolini. Tras el partido se conoce que Meneghin ha tenido que acudir al hospital a causa de un supuesto monedazo en la cabeza y que, por tanto, la Philips decide impugnar ante el tribunal de competición el partido. En Pesaro la indignación bulle y atribuyen a los milanistas un exceso de teatralizacion vista la salida de Meneghin. Con el ambiente sumamente caldeado, el segundo partido depara un espectacular cara a cara donde los 25 puntos de Pittis dan el triunfo al Milano por 85-82 y con él, la igualdad a una serie que tan solo unas horas después queda dilucidada. Reunido el comité, el veredicto es favorable a los lombardos, dando por perdido el primer partido a los de Pesaro por 0-2… y con él la eliminatoria. El escándalo es mayúsculo e incluso los partidarios de castigar ese tipo de acciones se cuestionan la “oportunidad” de un veredicto que de haber visto la luz unas horas antes podría haber cambiado muchas cosas de aquel partido. Sea como fuere, la Philips volvía a la final y se preparaba para combatir en tierra hostil ante la gran revelación del año, un Enichem Livorno que en ese momento pasaba a contar con el corazón de buena parte de la Italia cestista.

La Monetina”: 

Situada en la costa, Livorno encarnaba como pocas ciudades ese espíritu subversivo de la Toscana viendo nacer entre sus calles al partido comunista italiano, en una identificación que Enric González definía perfectamente en su magnifico articulo “Sueños de un niño de Livorno” cuando, al hablar de Cristiano Lucarelli, afirmaba “Lucarelli es de Livorno y comunista, lo que equivale, casi, a decir que alguien es de Osaka y tiene los ojos rasgados”. Pero más allá de esa vertiente ideológica, Livorno no era ajena a la historia de un pallacanestro donde había estado representado ya desde la temporada 55/56 (el Libertas debutaría apenas cuatro años más tarde) aunque quizás su mayor representación había llegado a título individual contemplando los primeros pasos de Gianfranco “Dado” Lombardi antes de su paso a la Virtus. Clave en el gran papel de la selección azurra en los juegos del 60, Lombardi fue además el primer jugador italiano en conseguir el galardón de máximo anotador de la Lega tras la llegada de los extranjeros, al anotar seis tantos más que Doug Moe en la temporada 66/67 (un año más tarde tal condición recaería en el yugoslavo Trajko Rakovic jugando precisamente en Livorno), en un hito que no se volvería a repetir hasta que Carlton Myers lo lograra casi 30 años más tarde.

Pese a semejantes fogonazos de grandeza, nada comparable con lo que estaba por venir en esa temporada 88/89. Con Alberto Bucci al frente, el cuadro toscano comenzaba la temporada sorprendiendo gracias a un conjunto rápido, de cariz ofensivo y un espectacular tono físico pese a lo corto de su rotación. Liderados por un Alessandro Fantozzi (quien por cierto al igual que Lucarelli era originario del barrio de Shangai en la propia Livorno), en estado de gracia, el Libertas contaba con una buena base nacional en la que, al margen del base (más de 18 puntos de media ese año), destacaban Andrea Forti, Alberto Tonut y un Flavio Carera, quien tras su llegada de Bergamo años atrás vivía sus mejores momentos. A ese armazón se le había unido una pareja de americanos de excepción, complementaria y eficaz, conformada por la fuerza de un Joe Binion intratable bajo los aros y por la elegancia de un Wendell Alexis que alternando las posiciones de 3 y 4 completaba una temporada excepcional. Con estos mimbres, el Enichem arranca endosando un claro 101-82 al Knorr Bolonia, en una muestra clara de sus intenciones para una temporada en la que acabaría superando los 3 dígitos de anotación hasta en 13 ocasiones. En la sexta jornada, los toscanos se imponen al vigente campeón (24 puntos de Carera), un par de semanas después al Caserta y apenas otras cuatro más tarde, con el liderato en juego, asaltan Milano, imponiéndose por 99-105 al Philips con un Joe Binion espectacular (29 puntos y 18 rebotes). El cuadro de Bucci sigue a lo suyo y pese a que los agoreros apelan a que las 12 de la noche cada vez están más cerca para Cenicienta, los de Livorno, como buena ciudad portuaria, entienden más que nadie de cuitas noctívagas manteniendo la primera plaza hasta bien entrada la segunda vuelta, donde una derrota en Pesaro coloca al Scavolini como líder. Lo que parece una derrota más, comienza a tomar visos de preocupación en la siguiente jornada cuando los de Bucci vuelven a caer, esta vez como locales, ante el Alno Fabriano de un inspirado Marcel. La racha perdura dos jornadas más y es aquí, en la cuarta consecutiva, cuando la historia toma un giro inesperado. Una horrible segunda parte ante el Reggio Emilia echa sal a una herida que supura especialmente a través de un Joe Binion absolutamente frustrado. Totalmente fuera de sí, el pivot comienza a golpear las paredes y en un desafortunado gesto acaba por destrozarse la mano tras propinar un enorme puñetazo a la puerta del vestuario. Con las primeras exploraciones, las noticias confirman los peores augurios: Binion se pierde lo que queda de torneo. Con todo aparentemente perdido, el Libertas contrata a David Wood. Procedente de la Cba, tras haber pasado por los Bulls, el nuevo jugador toscano se adapta a la perfección al espíritu indómito de una escuadra que si bien pierde presencia interior, gana en recursos ofensivos de cara al aro y aun más en agresividad defensiva. Como el año anterior en Pesaro con Daye, la casualidad tiene un ejemplo catártico y el Enichem Livorno vencen en cinco de las ultimas seis jornadas, incluyendo un nuevo triunfo ante el Milan (100-94 con 24 de Forti) y un espectacular 114-118 en Cantu. Como segundos de la fase regular, los de Bucci abren los play-off derrotando por 2-0 a la Fortitudo de Bolonia y pasan a las semifinales, donde ante el otro equipo de la hermana Bolonia, sellan el pase a la final en un espectacular tercer partido saldado con un claro 108-82 y en el que esta vez es Flavio Carera, como Costa el año anterior, quien hace estallar al público con el único triple de su carrera.

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Pese a todo lo logrado, los pronósticos parecen favorecer a un Milan mucho más avezado a encontrarse en esas tesituras…pese a lo cual, el Livorno abre la serie con un claro 92-79 donde los 26 tantos de Alexis son solo la punta de lanza de un festival de un equipo que en ese momento trasciende cualquier explicación racional. Con la final adoptando un nuevo formato donde cada partido supone un cambio de sede, la Philips da un puñetazo en la mesa imponiéndose por 100-81 en un encuentro que ya esta sentenciado al descanso. Con esa inercia, los hombres de Casalini llevan el tercero a su terreno y se apuntan el segundo tanto con un exiguo 69-73 que les da opción de sentenciar como locales. ¿Fin de la historia? No, que se quede sus teorías Fukuyama que Livorno viaja de vuelta a Milano con su ADN a flor de piel: patricios contra plebeyos, vasallos contra señores, obreros contra patrones…la historia se repite y solo la dialéctica la hace avanzar. Y así en una muestra de coraje envidiable, los gladiadores de Bucci logran de nuevo la machada y envían la serie al quinto partido. A muerte súbita, la final es ya un clásico instantáneo que logra que Italia entera se pegue a los televisores para presenciar tan desigual lucha. El partido es tremendo con el Philips imponiendo su veterania y llevando el partido a un ritmo más lento, más adecuado a sus intereses y con el que consigue rentas cercanas a los 10 puntos. Con todo aparentemente perdido, emerge la mejor versión de un Alexis impecable y de su mano y de la de un Fantozzi que encadena dos triples, Livorno iguala el encuentro (80-80). La recta final supera lo imaginado y en un duelo tremendo sendos triples de D´Antoni y el quinto de un Alexis ,al que en la posesión anterior habían dado de dos una clara canasta de tres puntos, dejan el marcador en 85-86 cuando el partido enfila su recta final. El base italo americano amasa el balón y a falta de siete segundos envía un pase a un Roberto Premier que lanza un errático triple mientras se queda absolutamente indolente al tiempo que Alexis recoge el rebote, saca un primer pase sobre Fantozzi y este asiste a un Forti que sobre la bocina misma anota la canasta que da el título al Livorno. A partir de ahí, resulta casi imposible poner en claro todo lo que sucede. El pabellón se ve invadido, mientras que Montechi y Premier pierden los nervios, con especial gravedad en el caso del segundo que en apenas unos segundos golpea a puño cerrado a un espectador, con una toalla enrollada a un periodista y que sale de la pista con los dedos corazón alzados. Poco parece importar, las calles de Livorno se llenan de banderas azules y amarillas mientras Alexis se encarama al aro plasmando la viva imagen de la felicidad.

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Sin embargo, apenas hora y media más tarde, salta el bombazo: el Philips es el campeón. Reunidos en el vestuario, los árbitros de la contienda deciden que la última canasta no es buena y alegan que la anulación no ha llegado antes por motivos de seguridad. Como en Sibenik unos años atrás, frente al mar las dipsomanas muestras de gozo se tornan en lágrimas, unas lágrimas que tienen más que ver con la injusticia que con la tristeza. Como era de esperar, Livorno decide reclamar y por si fuera poco, encuentra aun más fuerza cuando al revisar el video se comprueba que Albert King juega el tramo final de partido con cinco faltas sin que la mesa ni los árbitros se percaten de ello. Todo da igual, el comité de competición no admite ninguna de las alegaciones y el sueño se ve cercenado.
Apenas unos meses después, la Philips de Milano se encuentra disputando el Open McDonalds. En ese equipo ya no esta un Roberto Premier al que la lega castiga con cinco partidos de sanción, que habrá de cumplir en Roma y es que la llegada a Milan de Antonello Riva le ha sentenciado. En un duelo anotador de altura, Toni Kukoc supera a Bob McCadoo y evita el sueño milanista de enfrentarse a los Nuggets en un torneo en el que los lombardos están presentes en su condición de campeones ligueros. Cuando la derrota es ya un hecho, un aplauso surge en uno de los laterales del pabellón. Aparentemente injustificado, pronto se ve su origen: dos jóvenes ataviados con camisetas del Livorno enarbolan una pancarta, simple pero directa: “Ir canestro era bono”.




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