Revista Insólito

Irene Corazón

Publicado el 03 mayo 2023 por Monpalentina @FFroi
Irene Corazón


Una tarde, harta del papeleo que le había tocado firmar, preguntó cómo iba la venta de la casa del pueblo adónde ya no pensaba volver por distancia y porque en él solo vivían dos familias que, tarde o temprano, apenas sus hijos necesitasen ir al colegio, acabarían marchándose. Y fue del modo más tonto, cuando sacó la conversación, el instante, duro y doloroso en el que supo, con lágrimas en los ojos y una punzada en su corazón que, lo vendido, no era aquello sino su "caserón" aquel piso céntrico y al que -eran palabras de la sobrina- podría ir de vez en cuando para recordar y permanecer algunos días. Jamás supo que sacaron un pastón repartido a partes iguales entre los tres sobrinos e ingresaron en la libreta de María una cantidad suficiente, pensaron, que junto a su buena pensión, cubriría los gastos de la residencia algunos años y que debido a su edad, 84 años, bastaría. Lo del pueblo, no había prisa dado que mucha gente rica, para huir de la ciudad, estaban adquiriendo casas por poco dinero que, luego, reformaban con verdadero gusto. Eran un modo de colonización puesto de moda por gente pudiente que, poco a poco, cambió el lugar.

A partir de entonces, María perdió la ilusión que le quedaba, a pesar de que la residencia era grande y bien dotada en cualquier aspecto: desde el orden y la limpieza, la ausencia de ruidos desagradables, las instalaciones para tiempo libre, la piscina, y una amplia y bien surtida biblioteca. Desde el primer momento, María intentó convencerse a sí misma de que, allí, podría, además de estar bien atendida, ser feliz. Era poco probable, dado su carácter afable y cariñoso, no encontrar amigas... Pero los días pasaban y se dio cuenta de lo difícil que resultaba intimar allí con alguien mayor o menor que ella. Por más que lo intentaba, no logró escuchar más que monosílabos de aquellas personas con quienes intentó entablar una conversación más o menos superficial, sobre el tiempo, o lo bien que se pasaba en las actividades que, cada día, eran programadas y a las que siempre se apuntaba. Parecía que cada una de ellas estaba anclada en un mundo lejano del que le costaba bajar y pensó que, tal vez en él, con sus pensamientos, recuerdos o ensoñaciones, eran felices y no compartían el don divino de la palabra que hubiese hecho los días un poco más cortos; sobre todo en el invierno que aceleraba su paso, sin pedir permiso, minuto a minuto, restando horas de sol y haciendo más larga la noche que, a María ya le comenzaba a pesar. Y recuerda que, aquellos primeros años, comenzó a refugiarse en la biblioteca, y eligió, cada 15 días tres libros, dos de los cuales podría -eran las reglas- ir leyendo allí mismo y llevarse uno a la habitación individual que ocupaba, previo pago mensual de una cuota más elevada. Fue entonces cuando comenzó a escribir cuentos en unas libretas que guardaba con sumo cuidado.

Era ya el quinto año de su estancia. Poco a poco, con paciencia, derribó barreras y su círculo de relaciones sociales se amplió. Incluso el día de la Fiesta que se celebraba tres veces al año, fue invitada a leer alguno de sus cuentos ante los residentes y los escasos familiares que solían visitar a quienes duraban y duraban, parecía mentira, pero si cada día estaban más jóvenes...Tal vez los cuidados que recibían y el ambiente tranquilo, norma habitual, facilitaba que la vida de cada residente se alargase. Pudiera ser.

María se acercaba a los 90. Y se encontraba bien, salvo esos pequeños dolores que parecían clavarse en su pecho y que eran más frecuentes desde hacía unos meses. Una tarde en la que leía atentamente una historia de judíos y cristianos, escrita por Julio Valdeón, su profesor en el Instituto Núñez de Arce, en la ciudad en la que había estudiado Magisterio: Valladolid, notó que una mano se apoyaba suavemente en su hombro y una voz acariciadora le dijo: ¡Hola corazón!, ¿Está muy interesante?... ¡Ya lo creo!, contestó sin volverse... Cogió el marca páginas y lo colocó entre dos hojas para saber dónde llegaba en su lectura. Entonces giró la cabeza y no vio a nadie. ¡Qué extraño, pensó, pero si es casi imposible recorrer la sala en tan corto espacio de tiempo!

Durante la cena no dio vueltas al asunto. Después de ver un ratito la tele y comentar con las amigas cosas sin importancia que hacían posible esa socialización que aminora el tiempo de soledad, largo y gélido, se despidió deseando a todas un grato descanso. Mientras se cepillaba los dientes le pareció oír, de nuevo, aquellas dos palabras, ¡hola corazón!... ¡Seré tonta! se dijo como si hablase consigo misma: aquí no hay nadie.

Sin embargo aquella fantasía, invención o lo que fuese, llegó a ser una grata actividad mental con la que pasaba el tiempo hasta que el sueño llegaba. Imaginaba cómo sería aquella personita de voz dulce como la miel. La soñó de mil maneras: morenita, rubia, de pelo largo, melena rizada... ¿Y su nombre? por su mente pasaron, cada noche, nombres largos, cálidos, sonoros, de cuatro letras, de siete...Y entonces eligió entre los de cinco: María, el suyo, Anita, Marta, Amada, Irene...Sí, Irene, es bonito, y le cae bien, se dijo, si es rubita de melena larga como ella había visto en las estampas en su tiempo de niña y colegio de monjas; los ángeles se dibujaban así, con grandes alas y, sobre sus cabezas, una hermosa guirnalda de flores. De pronto el dolor aquel le produjo un desgarro intenso. No se sabe a ciencia cierta si fue María quien llamó: Irene, corazón...o, por el contrario, fue la Irene soñada por María quien contestó, con su voz dulce y cálida: "Sí, María, estoy aquí, tranquila".

Cuando a las ocho de la mañana, el nuevo turno de auxiliares se puso en funcionamiento, Ana, una de ellas, dio la luz para despertarla. Y llamó. María, ¿Cómo fue la noche?

María no respondió. Se había marchado al país del que no se vuelve pensando en Irene corazón, tranquila y feliz. La directora de la residencia marcó el número de la sobrina, sería más fácil comunicarle a ella la muerte de la anciana. La sobrina dejó oír a través del teléfono ¡Dios mío, no puede ser!... En realidad, respiró aliviada.


Volver a la Portada de Logo Paperblog