Uno de los grandes corresponsales extranjeros del periodismo español en las últimas décadas, especialmente en París, fue Ramón Luis Acuña, que desde su actual atalaya de reflexión acaba de escribir “Douce France,je ne te reconnais plus!”, un artículo sobre la ultraderechización del país que tanto ama.
“Dulce, (pero también agradable, encantadora, suave) Francia, yo ya no te reconozco”; y es que hoy la población de ese país tiene poco que ver con aquella libre, abierta, de izquierdas y derechas tolerantes que existía cuando llegó desde la dictadura franquista.
Hoy se acerca rápidamente a la extrema derecha del Frente Nacional de Le Pen, padre e hija Marine, que explotan los miedos mayoritarios: empobrecimiento creciente, que ya llega al 13 por ciento, inmigración incontrolada, pocas esperanzas para el futuro.
Dice Acuña que se resquebraja el lema de la Revolución Francesa, inspirador de los Derechos Humanos, “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Pero quizás, Ramón, es porque el mundo ahora es difuso, líquido, sin fronteras ni controles en cada esquina que antes permitan fiscalizar los movimientos poblacionales.
Nadie puede negar que François Hollande y su ministro del Interior, Manuel Valls, teóricamente son progresistas en tanto que socialistas.
Pero están expulsando a familias de gitanos no franceses, incluida la de Leonarda, la chica de 15 años que se llevó la policía de una excursión escolar, y que le permitirán volver, pero sin sus padres ni sus seis hermanos.
Mariane Le Pen dice que decenas de millares de familias inmigrantes sin papeles como la de Leonarda, sin vínculo con Francia, que nunca pagaron impuestos, gozan de viviendas, alimentos, sanidad y servicios que no logra con igual facilidad ese 13 por ciento de franceses necesitados, incluso parte del resto de la población.
Y aquí está el problema de la extremaderechización francesa y, como bien sabes, Ramón, de toda Europa: ¿Cómo pararla?
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SALAS