Buscar la novedad, lo que nos enamore de nuevo, la ilusión perdida, o nunca encontrada. Moverse con una intención -no tenerla clara es lícito, por el camino a veces surge un objetivo-, poner distancia y oxígeno.
La clave, no cabe duda, está en ir. Aunque ir suponga marcharse, dejar el lugar en el que uno tiene sus cosas, sus secretos, sus espacios conocidos, los hechos de su pasado.
Jean Echenoz emplea dos palabras para titular, para empezar y también para acabar su novela: Me voy. En ella Ferrer, francés posmoderno, se marcha al Gran Norte dejándolo todo, en busca de unos restos étnicos ocultos en un barco hundido. Él huye de lo cotidiano, buscándose, y llegando finalmente casi al mismo punto de partida. Emprender el viaje es lo más valiente que ha hecho y la conclusión algo circunstancial. Al menos lo ha intentado.
José Mota, sociólogo mordaz, buen actor, siempre divertido, nos regaló hace años una de las frases más repetidas en toda clase de círculos: Si hay que ir se va, pero ir pa ná... es tontería. Aunque no tengamos idea del para qué, necesariamente tiene que haberlo. Tal vez poniéndonos en marcha empecemos a dibujarlo.
La disyuntiva de Obama en Afganistán: malo irse, peor quedarse. En fin, qué sé yo, políticas de altos vuelos, crímenes de bajos fondos,... en este caso no hay necesidades atendidas -no las del pueblo afgano que desea vivir en paz-, ni corazonadas, ni nada ajeno a la codicia. Muy pocos de los que han ido saben lo que hacen allí.
Bebe, en una de sus mejores canciones, hurgándose muy dentro como siempre, reflexiona sobre la huida más práctica y sanadora: Me fui pa echarte de menos. Me fui pa volver de nuevo. Me fui pa estar sola... Una necesidad, creo. Irse para alejarse de lo que duele y redescubrir todo lo bueno que hay en lo que teníamos.
En definitiva: moverse, sacudirse, revolverse, avanzar. Adelante. Siempre hacia delante.