En el mundo cortesano del siglo XVIII, la caza era una de las principales distracciones de los hombres y también de las mujeres. Como contrapunto de una vida sedentaria, sin esfuerzo de ninguna clase, muy encerrada en palacio, cazar suponía salir al campo, hacer ejercicio, liberarse de los rigores de la etiqueta.
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Montar a caballo, disparar las armas eran actividades consideradas nobles por su vinculación a la guerra, ejercicios que participaban del estilo de vida aristocrático por excelencia y eso los hacía especialmente adecuados para llenar muchas horas de la vida cortesana.
Isabel de Farnesio, reina de la caza
Felipe e Isabel de Farnesio eran unos cazadores apasionados y valientes, excelentes jinetes, además para el monarca fue una terapia a seguir para remitir sus enfermedades psicológicas, cazando se sentía liberado de sus miedos y tristezas, se notaba seguro y feliz.
La última Farnesio fue una buena amazona y una espléndida cazadora, muy arriesgada y con gran puntería. El amor por este deporte sería una de las muchas aficiones que unían al matrimonio. Desde el primer momento, la reina acompañó a su marido en sus frecuentes excursiones cinegéticas, prácticamente la única distracción que el rey se permitía. La reina demostraría una gran habilidad y arrojo que dejaría asombrado al monarca, quien sabía reconocer el valor físico, además de provocar la admiración y el elogio de toda la corte.
Tanta importancia tenía la actividad cinegética en la vida de Felipe e Isabel de Farnesio, que el duque de Saint-Simon en su retrato de la corte de España le dedica todo un capítulo, donde explica el desarrollo de las cacerías reales según se practicaban en los años veinte, cuando los reyes se habían decantado por fórmulas más cómodas y seguras, que se centraban sobre todo en hacer puntería sobre el blanco móvil que era el animal.
Un grabado de caza
Es muy revelador el grabado de Matías Irala inmortalizándola en 1715. Una masculinizada imagen de la reina que no era en absoluto novedosa, pues la misma Isabel de Farnesio la había promovido desde su realización. La obra de Irala reelabora los modelos retratísticos femeninos de la iconografía áulica europea para ofrecer una efigie de la reina Farnesio cargada de significativas connotaciones políticas. Según Vázquez Gestal, Isabel de Farnesio se muestra no sólo como un componente y cazador varonil, sino que además se apropia del símbolo regio por excelencia, la corona, para certificar sin ninguna duda su condición pública de soberana.
Para reforzar todavía más este último aspecto, su marido y rey la apoya a través de un retrato, el cual asemeja ser el reflejo perfecto con el que figurar las dos caras de la majestad. Con actitud firme, Isabel de Farnesio parece insinuar sus propósitos de asumir sin ningún titubeo cualquier tarea política que se le encomiende. Personificada como amante de la caza, la naturaleza, la música y las artes, actividades todas ellas no sólo nobles sino propias de los reyes.
Se representa en traje de caza, el arcabuz en mano y varias reses muertas a sus pies, además en un segundo plano se muestra una imagen indefinida de la reina cazando con su séquito. En esta obra se enseña las aficiones y virtudes de la nueva reina, como eran: la música, la lectura y la pintura. Incluso ella misma llegaría a pintar un retrato de su esposo, el cual se encuentra en las habitaciones de la reina en el Real Sitio de San Ildefonso.
Posiblemente, el grabado de Irala estuviera basado en una pintura italiana realizada en Parma en 1714 durante el tiempo que transcurrió entre el compromiso y la magnífica ceremonia nupcial celebraba en la catedral de Parma, con la ausencia del novio, tal y como demuestran las pinturas del palacio real de Caserta ejecutadas por Ilario Spolvori.
La representación de Isabel de Farnesio vestida de hombre no obedeció a un capricho del artista, sino que se tiene noticia gracias a una crónica existente en los Archivos Farnesianos de Nápoles. Este suceso se encuentra recopilado en el estudio de Edward Armstrong, explicándolo de la siguiente forma:
El último jueves asistió la Reina, vestida de hombre, a una cacería; mató dos ciervos y un jabalí, y disparó, sin desmontarse, sobre un conejo que corría, dejándolos muertos en medio de la admiración del Rey y de su comitiva, que quedaron pasmados de la extraordinaria agilidad y destreza de Su Majestad.
Autora: Sandra Antúnez López para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
ARMSTRONG Edward, Elisabeth Farnese: «the termagant of Spain», Aberdeen, University Press, 1892.
MORILLAS ALCÁZAR José María, Felipe V e Isabel de Farnesio en Andalucía, vol. I. Sevilla, Padilla, 1996.
PÉREZ SAMPER María Ángeles, «Fe, virtud y devoción» en Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza Janés, 2003.
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