[ Esta reseña apareció en Aceprensa el 17 de enero de 2017 ]
Ishiguro emplea unos cinco años en cada novela y diez han pasado ahora desde la última. Cambia por completo de registro (traslado a la Edad Media y elementos fantásticos) pero su tema es el de siempre: cómo influye en el hombre su pasado y cómo debe manejarlo.
Ahora nos encontramos con una trama clásica de viaje. Axl y Beatrice son una pareja de ancianos britones que emprenden la marcha en busca de un hijo que hace años dejó el hogar. El aliento de Querig, una hembra de dragón, es el supuesto origen de una niebla que entierra los recuerdos. La pareja sólo conserva fugaces destellos del pasado y sólo de vez en cuando atisban brevemente que sus relaciones no siempre han sido tan buenas como ahora. Se preguntan qué motivó la marcha del hijo y, en el caso de recuperar la memoria, si su unión resistirá al pasado. Se encuentran con Wislan, un fiero guerrero sajón y con Sir Gawain, único caballero superviviente de la corte de Arturo. Ambos, por distintos motivos, tienen la misión de acabar con la vida de Querig.
La versatilidad del escritor da un nuevo fruto. Habíamos leído tramas clásico-realistas con toques victorianos (Los restos del día), o de novela negra (Cuando fuimos huérfanos), o de ciencia ficción (Nunca me abandones) y, ahora, de novela histórico-fantástica. El libro avanza con el ritmo cuidado y elegante clásico del autor (no hay fractura en el trabajo de este tercer traductor para Ishiguro en España). La ambientación y la temática en cambio, alejados de nuestro contexto actual, que había sido el de las anteriores novelas de Ishiguro, hacen menos evidente el interés de la trama. La aparición de caballeros y dragones puede desorientar al lector más comercial en busca de aventuras. Conocer el pasado de la pareja y el destino final de Querig mantienen el interés pero la novela carece de la intensidad y brillantez de las últimas del japonés, toda vez que su visión sobre el pasado queda de nuevo suspendida en la niebla de la ambigüedad.