Revista Sociedad

Islamización de la Radicalidad

Por Jmbigas @jmbigas
Oía esta mañana a una colaboradora de Espejo Público en Antena 3 hablar de que, al hilo de los recientes atentados de Bruselas, deberíamos hablar más bien de islamización de la radicalidad que de radicalización del islamismo. Creo que tiene mucho sentido.

Islamización de la Radicalidad

Imagen de las cámaras de seguridad de los tres (presuntos)
terroristas del Aeropuerto de Zaventem (Bruselas).
(Fuente: elpais)

Viendo el perfil de los presuntos autores de estos atentados, no parece que fueran profundamente religiosos para nada, y eran conocidos por la policía por sus actividades delictivas comunes (trapicheo, drogas, peleas,...). Lo que da mucho sentido al enunciado. En España ya hemos vivido una situación parecida. Cuando en la mayoría de ciudades españolas los radicales, entendiendo por tales a los extremistas y/o excluidos en busca de una tribu de la que sentirse orgullosos, se nucleaban en torno a los grupos ultra, fanáticos de los respectivos equipos de fútbol, en el País Vasco la mayoría de radicales de ese perfil sociológico se nuclearon en torno a la ideología abertzale y a la kale borroka. La explicación de este tipo de fenómenos es simple. Cualquier elemento sociológicamente radical, está en permanente busca de causas que merezcan su soporte y apoyo, y de la que pueda sentirse orgulloso. En su momento, la ideología (y práctica) abertzale proporcionaba una narrativa épica muy atractiva para este tipo de elementos. Una tribu organizada en torno al victimismo de una presunta ocupación extranjera y al orgullo de pertenencia a la patria vasca. En la actualidad, el islamismo yihadista aporta una narrativa que puede resultar atractiva para ciertos elementos básicamente asociales, o mal integrados en sus respectivas sociedades. Un relato que genera el orgullo de trabajar (o incluso inmolarse o suicidarse) para la recreación de un presunto Califato que forma parte de su imaginario colectivo. Identifica con claridad a los enemigos (los infieles o incluso los malos musulmanes), lo que resulta casi imprescindible para este tipo de personalidades. Da la sensación de que los cerebros que se esconden tras el yihadismo han descubierto una de las mayores debilidades de la acomodada sociedad occidental. En los márgenes de estas sociedades viven (o malviven) muchos individuos que no se consideran integrados en su sociedad, y por tanto no son, strictu sensu, miembros de la misma. Son individuos asociales en busca de una causa que dé sentido a sus deprimentes vidas. El yihadismo les aporta un relato épico al que abrazarse para convertirse en héroes. El tema no me parece para nada baladí, ya que debería frenar por completo las reacciones sociales de islamofobia. Si no fuera, claro, que la islamofobia también aporta un relato emocionante y épico para muchos marginados de nuestra sociedad. El problema grave sería que la islamofobia se acabara instalando en el el pensamiento predominante (mainstream) de nuestra sociedad. Pensemos un poco en ello. Nos hemos acostumbrado ya a que los marginados de la sociedad, aquellos que no tienen ninguna esperanza en los llamados ascensores sociales y se sienten condenados a repetir la vida de sus padres, acaben cayendo en las garras de las delincuencias habituales, que giran en torno a los tráficos ilegales de todo tipo, con su correspondiente carga de violencia y demás. El yihadismo (como, por cierto, el fanatismo ultra de cualquier equipo de fútbol) aporta a estos individuos un relato en el que sentirse integrado, y una tribu de la que pueden sentirse orgullosos. Nos hemos acostumbrado (y no digo que sea positivo ni conveniente) a que se desarrolle una cierta tolerancia social y policial con la pequeña delincuencia, porque mantiene ocupados a los marginados, con un impacto social limitado. La diferencia es que el impacto social del yihadismo es dramático y se traduce en decenas o cientos de asesinados por el solo hecho de que pasaban por ahí. Esas consecuencias son las que nos resultan intragables. Seamos sinceros. Nos preocuparía muy poquito, más bien casi nada, que el yihadismo provocara la exportación de esos marginados a otros países, donde desarrollaran sus actividades delictivas. El problema es que se instruyen allí y luego vuelven, para sembrar la desgracia en nuestras acomodadas sociedades. Contra eso no queda otro remedio que el desarrollo de unos servicios de inteligencia bien coordinados y sin ningún tipo de resquemor para compartir libremente la información entre ellos, que tengan controlados e identificados a todos esos elementos potencialmente letales. En otras palabras, que la sociedad disponga de la información suficiente como para poder detener en cualquier momento a cualquier sospechoso habitual si se detecta cualquier síntoma de preparación de un evento (atentado) de mayor trascendencia que el trapicheo usual. Lo mismo que nos hemos habituado a ver en infinidad de películas, en que el pequeño camello circula con relativa libertad mientras se mantiene en el menudeo, pero es detenido en cuanto su ambición le lleva a intentar ocupar un mayor espacio en la cadena de valor de los tráficos ilícitos. Contra el yihadismo debe haber dos guerras distintas, cada una con sus propias reglas. De una parte, el combate contra las ideologías excluyentes que tienen por único objetivo la eliminación física de sus enemigos (como es actualmente el autoproclamado Estado Islámico) y del otro la guerra de Inteligencia contra sus dispersos soldados, que tanto daño nos pueden causar. En otras palabras, combatir las redes de tráfico ilegal, sin dejar de tener controlados a los pequeños camellos del menudeo. O entendemos este desafío con claridad, o seguiremos intentando matar moscas a cañonazos, o elefantes con petardos de feria. JMBA

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