Entre los movimientos revolucionarios que reformarán la Europa fundada tras la II Guerra Mundial por cristianodemócratas y socialdemócratas, y que aceptaba todas las ideologías, incluso la comunista, aunque prohibía la nazi, hay uno con fuerza progresiva: el que exige enfrentarse al islam para “impedirle que conquiste el Continente”.
Sus impulsores afirman que el islam destruye la Ilustración y la democracia europeas, idea que apoyan un creciente número de votantes de partidos tradicionales, especialmente izquierdistas, y que se unen masivamente a quienes llamaban racistas y xenófobos.
En las próximas elecciones en países norte y centroeuropeos, como los libérrimos Noruega –con un islamófobo asesino de 77 socialdemócratas por “permisivos” con el islam--, Suecia, Dinamarca, Alemania, Bélgica, Holanda, Reino Unido y Francia, hay una revuelta creciente contra la tolerancia con ese islam político-religioso totalitario que impone la sharia, ley islámica, donde se asienta.
Numerosos gobiernos del continente deberán negociar y quizás coaligarse con estos islamófobos, supuestos ultraderechistas, irritados además con la autocensura políticamente correcta de los medios informativos ante los delitos de tantos jóvenes mahometanos socialmente inintegrables, y cuyos datos se oculta para no estigmatizar a su minoría.
En la Europa nórdica está naciendo una revuelta ignorada en España, pese al 11M de 2004, quizás porque aquí los musulmanes parecen menos radicales, y todavía no hay esa contraproducente censura políticamente correcta.
Así, no se ocultó que era musulmán quien amenazó este viernes con volarse en la estación madrileña de Atocha, y que otro musulmán mató poco después a un policía arrojándolo a un tren.
Los atentados yihadistas, las amenazas, pero también los choques culturales, provocan una islamofobia que está acabando con la apertura al exotismo oriental, atractivo antes en sus países de origen, pero poco sugestivo desde que emigró para establecerse en el corazón de Europa.
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SALAS