Revista Cultura y Ocio

Ismael Serrano - El vagabundo de las estrellas

Publicado el 11 mayo 2012 por Diebelz

Una grafía sonora se envuelve en el aire de la estancia. El recuerdo es el alma de los objetos y percibo su latir cuando se eleva esa canción de manera elíptica por el espacio que resguarda apilados libros, revistas, postales y la luz, del enfurecido viento que azota las calles noctámbulas.  Ese recuerdo es un beso en su arrugado rostro. Es su susurro, su mano sobre la mía, ocultando de la lejana mirada del abuelo, un rojo billete que me apretó sobre la palma de mi mano. Aquél gesto de mi abuela fue, sin yo saberlo, la llave hacia un cosmos en el cual habito. Fueron tiempos donde vivía lejos de mis seres queridos, de amigos que, con los años, perdí. Pero siempre regresaba en las luces del verano o en los edulcorados inviernos para ver a mis seres queridos y aquella vez mi abuela me dijo que me comprara algo, "pero algo que te vaya a hacer falta", como solía recordarme. Fue entonces por casualidad cuando, en una tienda de discos, exhausto de recorrer la febril ciudad y decidido a esconder aquel billete en mi caja metálica de ahorros, descubrí "algo que me hacía falta". Con parsimonia me puse unos enormes cascos, surgiendo del silencio una voz sólida y a la vez serena. Una voz de la cual florecían dulces poemas, un lirismo embaucador. Muchas de sus canciones apenas las entendía y quizás fuese su voz o quizás el enigma de las palabras que me impulsó a comprar aquel CD. Días, semanas, meses, siempre andaba con mi Compact Disc descifrando el conjuro del estado abatido de Últimamente, la cartografía como la Historia como su fúnebre cara, la memoria que albergaba Al bando vencido, Las madres de mayo o Vine del Norte. Los años pasaban y mientras mi entorno escuchaba discos en otros idiomas, yo seguía adherido a la Memoria de los peces con la certeza de que era un pez en un inmenso océano. Un pez solitario en medio de un país llamado Alemania donde nadie sabía quién era Ismael Serrano.

Ismael Serrano - El vagabundo de las estrellas

Ismael Serrano 

La música, como toda expresión artística, es como un gesto de belleza. Un tierno gesto mediante el cual uno aprende a sembrar flores sobre las junturas de piedra en las aceras, a deshilar los sentimientos para arroparse en ellos, a aprender a aprender del universo y sus habitantes. Con los años fui acumulando más de sus partituras cantadas con un portentoso lirismo. Las cuerdas de su regazo se fundían con galopadas rumbas, con tiernas baladas, sublimes ritmos de jazz y bossa-nova hasta llegar a emplear aladas metálicas y ritmos folclóricos de lejanos continentes. Como una banda sonora, sus canciones se adhieren a mi piel. Aprendí a transcurrir años desérticos y, como un tipo solitario, aprendí a desayunar envuelto en el silencio y con noticias asesinas. Aprendí a ser autosuficiente en días donde los espectros de Dickens hacen su aparición de manera inesperada. Supe del amor, de la felicidad que surge como un rayo de luz, como un destello de felicidad. Supe del desamor que se desanda los domingos en huérfanas ciudades. Cansado, desarmado y rendido, como un republicano vencido, suspiraba taciturnamente por la enfermedad de este mundo, por esas zona cero que se desparrama por el mapamundi. Y, sin embargo, apretaba los puños y sonreía un despertar cuando surgía el subcomandante Marcos en Chiapas o la masa recordaba aquella petición que hacían a sus respectivos padres: Papá, cuéntame otra vez.  Como aquel protagonista de Jack London, preso en un oscuro y abyecto mundo, Ismael Serrano se evade de él. Subversivo como el Principito, vaga por las estrellas, sueña, sonríe tras los inviernos las primaveras que todavía han de aparecer. Transmite las emociones y las circunstancias, los momentos que laten en las ciudades que habitamos. Al escucharle, vuelvo a surgir refulgentemente tras las trincheras que defienden tu sonrisa. Vuelvo a creer -como él- en otro epílogo que abrume los calendarios de sueños que compartimos. Abrazo la guitarra y arreglo la mella que han dejado las pesadillas de Casandra.  Y bueno, aquí les dejo una canción que, de tantas, tantas, tantas, siempre me ha gustado. Es una canción que he llegado a cantar, sonrojado por los sorbos de la noche, en un karaoke. Es una canción que me ha llevado a ese continente que tanto me gusta. 







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