De corazón y científicamente: así amaba al hombre del tiempo. Sus ojos azules, aquellos anuncios de anticiclones. Su viril presencia ante el mapa de isobaras. Tenía un plan. Era periodista. Fue fácil concertar con él una entrevista. Llegada la fecha, cambió las sábanas, escenificó un desorden perfecto en el apartamento, se subió la cremallera del vestido guiñando un ojo al espejo y abandonó la casa confiada en sus armas de mujer. La entrevista fue bien. La velada, mejor. El hombre del tiempo aceptó encantado el desorden de su piso y, a media noche, superando todo pronóstico, un maravilloso huracán (categoría cinco) devastó su dormitorio.Texto: Mikel Aboitiz