En Israel están creciendo los actos violentos de unas minorías ultraortodoxas que hacen peligrar la simpatía de los demócratas de todo el mundo hacia su país, que representa la civilización moderna y democrática frente a las dictaduras árabes y a la barbarie islamista, el nazismo y el antisemitismo.
De los actuales 8,2 millones de israelíes, 6,1 millones son judíos. De ellos, 750.000 son Heredi, ultraortodoxos, aunque no todas sus subsectas apoyan la violencia, como tampoco son violentos todos los 1,7 millones de árabes israelíes.
El último acto de unos colonos ultraortodoxos ha sido terrible: mataron a un bebé palestino e hirieron a su hermano de 4 años y a sus padres al incendiar dos casas en el pueblo de Duma, en la Cisjordania ocupada por Israel tras vencer en la guerra contra los árabes en 1967.
Inmediatamente las autoridades anunciaron detenciones y justicia, pero el impacto de esta ferocidad está siendo muy dañino para la imagen de Israel.
El pasado junio 16 jóvenes ultraortodoxos fueron detenidos también tras incendiar una importante iglesia cristiana, y el pasado día 30 otro ultraortodoxo acuchilló en nombre de Yahvé a seis personas, dos de ellas de gravedad, en el desfile del orgullo gay en Jerusalén. En 2005 el mismo fanático había herido a tres personas en otro desfile gay.
Todo crimen de israelíes atrae las críticas del mundo, mientras se presta poca atención a las decenas de millares de niños y adultos que mueren de manera similar en las actuales guerras musulmanas.
Pero el destino y la responsabilidad de los israelíes inspiran simpatías no por sus creencias sino por ser víctimas perennes de pogromos, persecuciones y holocaustos, por lo que ni uno solo de ellos debe recordar con su conducta a la de sus verdugos.
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