Ayer me desperté con el amor entre las piernas,
sensual, atrevido, escurridizo,
me bañe con él
recitando poemas de Benedetti y Neruda,
miro hacia mí con cierta molestia
con desidia.
Le empalagan las versiones antiguas,
la nostalgia y la culpa que deja vivir muy poco,
los mil y un errores plasmados en el lienzo,
el eterno cuestionamiento de su existencia.
Los escritos en plenilunio se fugaron con el tiempo y el espacio,
sus infinitas figuras hicieron de aquel
un solitario,
un incomprendido,
un inocente,
un amante facineroso y embustero,
un sinfín de sinfines.
Hoy, me escabullí entre las sabanas para encontrarlo
pero se había ido,
se cansó un poco de todo y de todo lo poco…
de los requerimientos.
Caminando a solas sobre el borde,
se pierde entre los que no ven
los que aún no entienden y preguntan,
sigue siendo todo lo que ha sido pero en metamorfosis,
en un constante girar en el tiempo,
que inflexible lo obliga a madurar, hacerse fuerte.
Lee en voz alta la culpa es de uno y soneto 22,
no es que no le guste
le extasía de maneras imprudentes.
Mañana lo volveré a ver;
juguetón como siempre habrá lamido sus heridas hasta secarlas,
entre palabras tejidas a mano
me explicara el mundo nuevamente,
yo, volveré a enredarme en sus rodillas de acero
mientras la luna lo envuelve
y el valor sucumbe ante sus ojos.