En Austria una nueva mayoría le ha parado los pies al fascismo. En Italia, una nueva mayoría le ha dicho “no” al burocratismo autoritario de Renzi. Austria ha debido acordarse de que Hitler era austriaco. Las mujeres han salido a dar la cara. En Italia, se han debido acordar de que colgaron a Mussolini boca abajo. Los jóvenes han salido a dar la cara. Como ha escrito Pablo Bustinduy: ” El pueblo italiano ha derrotado el intento de subvertir la Constitución antifascista de 1947, la que dice en su Artículo 1: “L’Italia é una Repubblica democratica, fondata sul lavoro.” Renzi significa traer a la política europea el márketing latinoamericano. Un galán joven y sin ideología para aplicar la segunda fase del modelo neoliberal. Menos Gramsci y más telenovelas. Después del neoliberalismo de la fuerza, ahora el del maquillaje. Un neoliberalismo con rostro amable que ha abducido a la izquierda socialdemócrata y necesita frenar el poder del parlamento. Siempre después de haber convertido la prensa en una sucursal de las torres Trump de turno.
Europa esta volviéndose a buscar. Una parte importante se encuentra en la extrema derecha trayendo presagios de los años treinta. Pero otra, más numerosa, entiende los riesgos y está aprediendo a articularse. Son tiempos de aclarar el discurso, de dar herramientas para defender las ideas y de sumar desde ahí hacia esa nueva mayoría. En los años treinta también nos confrontamos. Aprendamos una lección: ser débiles con los fuertes no ayudó. Llamemos enemigos de la democracia a los enemigos de la democracia. Y perfilemos el futuro. Para que quien escoja sepa qué está escogiendo.
No se trata de adaptarnos a lo que existe. Para ganar a Hofer en Austria, para derrotar a Renzi en Italia, ha hecho falta tomar partido, dar argumentos, enfadar a algunos para que otros entiendan la gravedad del momento. Las nuevas generaciones necesitan tener una escuela donde diferenciar los argumentos que emancipan y los que encarcelan. El populismo de derechas solo agita los excesos del sistema. Lo que venga a ocupar el lugar antaño llamado “izquierda” tiene que atreverse a señalar con el dedo al corazón del sistema. Tanto en lo que funciona como en lo que no funciona. Europa no aguanta su propia legalidad. Por eso necesita dinamitarla envuelta en un traje de Armani. Y por eso los verdaderos antisistema son los que envuelven en cualquier forma de “gran coalición” -incluida la mediocre coalición hispánica- el fin de la política. Cuando se abusa de la indignación moral suelen desaparecer los argumentos.
Renzi llegó al poder sin elecciones, apoyado por la Troika, la patronal y los medios de comunicación. Y la vieja izquierda. Democracia sin elecciones. Como ocurrió con Papademos en Grecia o con Monti también en Italia. Como pasó en España con la reforma del artículo 135 de la Constitución. Trump ganó después de que el Partido Demócrata hiciera trampas para sacar a Bernie Sanders. Fillon sale elegido en las primarias de la derecha porque el Partido Socialista le ha puesto la alfombra roja. Rajoy gobierna con menos del 30% de los votos porque el PSOE es un animal herido que prefiere morir antes que perder la vida. La extrema derecha, donde gana, lo hace porque la izquierda que ha sido hegemónica se ha convertido en una empresa que tiene que pagar dividendos a sus socios y empleados. Y no duda. O rearmamos nuevas mayorías o regresa el fascismo, eso sí, aseadito. De momento, en Austria han sido las mujeres las que han estado a la altura. Y la gente joven que intuye que hay vida más allá del centro comercial.
En España, la reconstrucción de esa mayoría tiene que venir de revisitar lo que significó el 15M. No con esa mirada boba que dice que todo en el 15M fue maravilloso. Lo suele decir gente que no estuvo allí. Mucha gente que estuvo en el 15M ha votado a sus verdugos de la derecha. Hay que ir más allá. Lo más grandioso del 15M es que repolitizó a la sociedad española y la sacó de la resignación. Abrió una grieta. Y es en esa grieta donde debe colocarse la nueva política, para hacer fuerza, sembrar corresponsabilidad, salir de esa solemnidad idiota de la sala de reyes visigodos del Congreso de los Diputados y regresar a una calle y un Parlamento donde esté también la vida. No hay contradicción entre la calle y el Parlamento: basta con recordar que es la calle quien pone a los políticos del Parlamento.