Prosciutto, salame, pizza al pesto, helado, pasta, crepes con nutella, parmesano, tiramisú, antipasto a la toscana, y todo esto acompañado siempre de un buen capuchino, ¡Mamma mia!. Cuando Elisabeth Gilbert escribió su obra maestra “Comer, rezar y amar”, y dijo que Italia era el paraíso de la buena mesa, sí que sabía de lo que hablaba.
“Si ya al segundo día aquí, engullía brioches con mermelada, y bebía capuchinos como desalmada mientras le cerraba el ojo al “Pan de Oro” (especie de queque similar al panettone pero más blando), era de esperarse que a las tres semanas no me cruzara la chaqueta, y me costara agacharme íncluso para amarrarme los zapatos”.
Para mí, Perú siempre había sido siempre el destino más gourmet de todos, incluso el año pasado recibió el premio WTA al Mejor destino Gastronómico del mundo, pero con Italia me pasa que TODO lo que veo y pruebo es maravilloso!. Hasta sus snack callejeros son sabrosos, castañas tostadas calientitas para sobrevivir al frio italiano.
Las cafeterías de Milán, comúnmente llamadas “Bar”, venden paninis, pizza, brioches, alcohol, y lucen generalmente una torre de antipasto (aceitunas, maní, pistachos, etc), de la que puedes servirte libremente si consumes algún cóctel, sin embargo, al contrario de lo que se pudiera imaginar, la mayoría de los italianos son delgados (sobretodos los de Milán, recordemos que es la capital mundial de la moda). Comer en Italia es una perdición para el turista, pero ellos llevan una vida bien alejada de excesos.
Como recomendación si se van a tomar un café siempre pidanse el capuchino, o les servirán un dedal concentrado de café fuertísimo que con un sorbo ya está acabado. Ojo que aquí se cobra por casi todo (el kétchup para las papas fritas, el pan de la mesa y hasta por sentarse), claramente por un café de dos euros no vale la pena pagar seis más por una mesa, así que les recomiendo preguntar primero, o tomárselo parado frente a la barra como lo hacen la mayoría de los italianos.
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