Decía Lenin de los alemanes que qué podía esperarse de un pueblo que cuando le ordenan asaltar la estación de tren, antes sacan el billete para el andén. Los pueblos de tradición católica, como España, somos más obedientes aunque también más irreverentes. Nos reímos del poder, pero le obedecemos. Hasta que la caldera se llena de vapor y estalla. Somos un pueblo de motines, revueltas y algaradas.
El 15M fue la explosión de un hartazgo frente al paro, la precariedad, los desahucios, los recortes, la emigración de la juventud, la expulsión de la universidad, la falta de soberanía, el bochorno de la debilidad democrática y, encima, la corrupción. Enmascarado todo en unos disfraces demasiadas veces remendados donde el Rey, definitivamente, estaba vestido con ropas que no le pertenecían.
"Los jóvenes salieron a la calle y, súbitamente, todos los partidos envejecieron", escribió al día siguiente del 15M El Roto. Y esa juventud airada, sin quererlo, se puso en el lado de la historia contrario al de las élites, el que habían ocupado cuando menos desde la Restauración Canovista de 1874. En 1845, ya el General Narváez, ayudado del prefascista Donoso Cortés, le dijo a los liberales que pedían libertades civiles que ser español no era tener derechos, sino vibrar ante la identidad española (que recuerda tanto a Ayuso y a Abascal). Pero la alerta para las élites vino de la I República de 1873, expresión de una España con militares progresistas que, para más susto, había expulsado de España, en la figura de Isabel II, a los Borbones. Por ladrones.
Por eso, la Constitución de Cánovas (1876) dijo que a partir de ese momento España era monárquica y correspondía al Rey el control de las fuerzas armadas; que era centralista; que la Iglesia y el Estado estaban íntimamente unidas; que el sistema político era bipartidista y turnista; que las mujeres no pintaban nada fuera del ámbito privado; y que los negocios se hacían con el favor clientelar de la Corte.
El 15M dinamitó el ADN de las élites españolas y tres años después, cuando se funda Podemos, se le asesta el golpe de gracia: el Emérito, en los emiratos (y el PSOE, el PP, Vox y Ciudadanos queriendo salvarle a él y a la institución); el Ejército, democrático y europeo (de ahí la presión de Vox de infiltrarlo desde la extrema derecha); la capacidad de la Iglesia de determinar el BOE, casi inexistente (permanece el poder en la educación privada, pero no han podido frenar la Ley de Eutanasia); el bipartidismo ya no es capaz de brindar gobernabilidad y la posibilidad de una gran coalición (defendida por el gran adalid del modelo, Felipe González) significaría la desaparición del PSOE como en el resto de Europa; el centralismo no da más de sí, y los indultos son la constatación de que estamos en una nueva etapa que reclama otro pacto territorial igual que expresa una nueva mayoría que tiene forma de un nuevo "bloque histórico"; y Rato y el expresidente de la CEOE, Díaz Ferrán, en la cárcel por ladrones, igual que buena parte de la dirigencia del PP, un partido que, si fuera de izquierdas, ya estaría ilegalizado.
Toda acción genera una reacción
Las élites han intentado todo -dentro del marco europeo, claro- para frenar a Podemos. El PP, con su falta de respeto al Estado de derecho, ha sido el brazo ejecutor. Con demasiada frecuencia, el PSOE, con su silencio o haciéndose eco de las mentiras que se lanzaban contra la dirigencia morada, ha colaborado en esa estrategia.El Ibex 35, que controla buena parte de los medios de comunicación de este país, se marcó como meta sacar a Unidas Podemos del escenario electoral. No solamente cebaron a Ciudadanos -y, cuando la soberbia de Rivera hizo naufragar el intento, pasaron los recursos a Vox-, sino que empezaron una campaña sistemática contra toda la dirigencia de Podemos.
En la historia de la democracia en España nunca más vamos a ver a energúmenos en la puerta de la vivienda de la Vicepresidencia gritando todos los días barbaridades. Esto lo ha permitido el PP, el PSOE y el Estado de derecho. No creo que volvamos a ver una policía política al servicio del partido en el Gobierno inventando pruebas contra adversarios. No creo que veamos a jueces progresistas inventando juicios contra dirigentes del PP, PSOE o Vox para sacarles de juego. No creo que veamos al 100% de los medios audiovisuales coincidiendo en denigrar a una misma fuerza política. Cuando te lanzan muchas flechas, alguna te da. Y Pablo Iglesias dimitió de todos sus cargos después de que la derecha ganara en Madrid con unas promesas que apenas han durado tres semanas.
Pero ya basta de llorar por la leche derramada.
Podemos e Pablo Iglesias contra la momia de Cánovas
El liderazgo de Iglesias estaba vinculado a su persona (y al núcleo fundador de Podemos), al momento social que expresaba el 15M y a las circunstancias políticas de agotamiento del modelo de 1978. Irrumpir en el marco del bipartidismo político y el duopolio mediático no era nada sencillo. Hacía falta una dirección cuasimilitarizada, personalista -la imagen de Pablo Iglesias en la papeleta de las europeas de 2014 es la más evidente señal-, vertical, con capacidad de respuesta instantánea y constante presencia mediátic a. Eso chocaba con las exigencias expresadas en el 15M de una mayor participación popular, de una democratización de la política, de una manera diferente de hacer las cosas desde los partidos. Esa tensión ha acompañado a Podemos hasta la dimisión de Iglesias.
La personalidad del "político de la coleta" era condición de posibilidad de la irrupción de Podemos. Sin su determinación -mezcla virtuosa de amor propio, compromiso, diagnóstico, coraje y azar- hubiera sido imposible que Unidas Podemos entrara en el Gobierno, que ERC y Bildu e incluso el PNV hubieran entrado a formar parte de esa posibilidad de un nuevo bloque histórico, que el PSOE saliera del lento suicidio que prometía el acercamiento al PP. Iglesias forma parte de una hornada de líderes que compartían, desde posiciones ideológicas confrontadas, una lectura similar de las circunstancias: Iglesias, Pedro Sánchez, Errejón, Albert Rivera... Esa voluntad es la que ha permitido romper las maldiciones que pesaban sobre la política española desde hace siglos.
Después de que Iglesias quitara el sueño a Sánchez, después de que dijera Sánchez que el problema era Iglesias, de que Iglesias se quitara de en medio y entonces dijera Sánchez que no era Iglesias, sino Podemos, después de que se alentara una escisión inyectando anabolizantes de ambición a Errejón para que rompiera con Podemos, después de que juicios y más juicios cercaran a la dirección morada, la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno convertía en serrín a la momia de Cánovas del Castillo, a la momia de Franco y la momia de Alfonso Guerra, que dijo que a su izquierda el precipicio.
Y a su izquierda estaba la subida del salario mínimo, la ley de los riders, la salida de Franco del Valle de los Caídos -imposible de pensar sin la existencia de Podemos-, la ley de memoria que se hace cargo de las fosas, los ERTE, el Ingreso Mínimo Vital -pese a la decepción de su aplicación-, el escudo social, la lucha en Europa para que cambiara el rumbo de la austeridad, la ley contra la violencia de género, la ley trans, la ley de protección a la infancia, la igualdad de salarios entre hombres y mujeres...
Podemos y el partido-movimiento: la otra tarea titánica
Después de la irrupción, Podemos entra en una nueva etapa: la del partido-movimiento. La candidatura de Ione Belarra, que será a todas luces la ganadora, implica la mínima continuidad necesaria y la máxima renovación posible. Podemos se ha quedado anémica en el esfuerzo gubernamental. Y tiene que empezar a cuidarse. En la carrera electoral, ha descuidado el partido, asumiendo que las elecciones relevantes eran las generales, que tienen lugar en la televisión y en los debates, y no ha prestado atención a las municipales y autonómicas, que son las que miden el arraigo de una formación política (esa ausencia es la que ha acabado con Ciudadanos). La entrada en el Gobierno, además, se llevó muchos cuadros del partido al Gobierno, vaciando aún más a la organización.
Podemos necesita ir hacia el modelo exitoso en los años 70 en Alemania (que aquí identificamos con el modelo del PNV). El partido es el corazón del proyecto político. El partido está enraizado en la sociedad -con las casas del pueblo, con los batzoki, con los movimientos sociales (que ayer eran los sindicatos y hoy son más plurales y, por tanto, más difíciles de interlocutar), escuchando permanentemente las quejas de la sociedad y caminando con ella, yendo de los territorios a la dirección y de la dirección a los territorios-.
El partido es el que delibera el rumbo de la formación en un debate permanente de abajo arriba y de arriba a abajo. No confía en la brillantez del dirigente, sino que apuesta por la brillantez de la dirigencia, entendiendo que son los órganos colegiados los que deciden (como ocurrió durante la moción de censura, cuando Aitor Esteban, el diputado del PNV, no decidió el signo del voto en la moción de censura de Rajoy sino que tuvo que esperar la decisión de su Ejecutiva).
Esto implica romper una dinámica propia de la época - no es gratuito que exista la tensión en todos lados de las "Listas Macron" que sustituyan a los partidos-, facilitada por la existencia de teléfonos móviles y de internet que permiten la concentración de información en grupos minúsculos e, incluso, en una sola persona.
No existe un partido-movimiento si la información no fluye y se comparte. Y eso rompe las falsas discusiones sobre "bicefalias". Una cosa es el partido -que es el espacio dirigente-, otra el grupo parlamentario, con su lógica legislativa, y otra el gobierno, con sus enormes responsabilidades y urgencias. Hay tensiones entre los tres espacios, pero no disputas orgánicas.
Claro que cada representante institucional debe tener margen de maniobra. Estamos en el siglo XXI y la política reclama autonomía y capacidad de respuesta urgente. Pero los acuerdos de Gobierno, los programas electorales, la selección de cargos, los hacen los partidos. Y esos canales debe funcionar con absoluta claridad para todos los actores políticos. Porque todo lo que no discutan los partidos lo discutirán personas. Y se haría cierto eso que criticaba Rosa Luxemburgo y Trotsky de que el partido sustituía a la sociedad, el comité central al Partido y el secretario general al Comité Central (y si miramos lo que ocurre en algunos sitios, el spin doctor sustituye al Secretario General).
Si la fase de Iglesias como secretario general estuvo marcada por su "fuerte personalidad" (expresión similar al señalado amor propio), la nueva dirección de Podemos va a estar marcada por el diálogo y la participación. El espacio a la izquierda del PSOE está en reconstrucción. Y es bueno que sea un escenario con un enorme peso femenino, porque es verdad que hay una manera femenina de hacer política -que no representa Margaret Thatcher ni sus émulas hispánicas-. Llama la atención que algunas expresiones que ya están más en el pasado que en el futuro no quieran hablar de diálogo: los que impidan la creación de un Frente Amplio están trabajando para el regreso de la derecha al poder. Y la ciudadanía va a expulsarlos.
Podemos como nave nodriza en un Frente Amplio
Podemos tiene que construir su referencia propia e insistir en su condición de nave nodriza del espacio transformador, que está presente en todo el territorio, que tiene cuadros, experiencia y se identifica con la novedad que inauguró el 15M. Es el espacio correcto de una izquierda transformadora no dogmática que no mira con nostalgia al pasado y que tampoco quiere vivir en la certeza de las ideologías antes que mancharse las manos gobernando. Una fuerza política que no debe dinero a los bancos, que debe mantener el espíritu del 15M sin ingenuidades pero también sin cinismo, que no debe nada ni a la Casa Real ni al Ibex 35 ni a las eléctricas ni a los fondos buitres, pero que sabe que va a tener que pelear contra todos esos monstruos.
El neoliberalismo está moribundo, pero va a morir matando. La articulación en España de una nueva mayoría que tenga expresión política y legitimidad social -un bloque histórico- requiere mucho debate y mucha generosidad. Podemos, como en un dibujo certero de la revista satírica El Jueves, abrió un nuevo paso en la jungla llenándose de rasguños, mordeduras, picaduras y heridas. Siempre puede ser cierto eso que advertía Quevedo: "Que lo que a todos les quitaste sola, Te puedan a ti sola quitar todos". La política no deja huecos.
Por eso, en este nueva etapa, Podemos tiene que dejar de hablar de Podemos, de los ataques, de lo mal que la tratan, del daño que quieren hacerle. Vale. Ya se sabe. No hay que olvidarlo, pero se entra en otra etapa. Podemos ha sido la frescura, la irreverencia, la alegría. Porque estaba segura de sí misma. Por eso, también, siempre ha sido generosa. Son rasgos que marcaron sus inicios y que ahora puede reconstruir. No hay en todo el ámbito occidental ninguna fuerza política en la izquierda transformadora con la misma fuerza institucional y social que Podemos. Razón de más para empezar con muchas ganas la nueva etapa.