Año: 2017
Editorial: Seix Barral
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Manual de construcción de una novela
La crítica de hoy es para un autor del que ya hemos hablado en este espacio varias veces. Se trata de Iván Repila y de su última obra, Prólogo para una guerra. Iván publicó su primera novela, Una comedia canalla, hace cinco años en una editorial independiente, la hoy tristemente desaparecida Libros del silencio. Poco tiempo después, y todavía en la misma editorial, volvió con El niño que robó el caballo de Atila, y ahí comenzó su verdadero ascenso (que le ha llevado, de momento, a contar con varias traducciones y a publicar con la prestigiosa Seix Barral). Y aunque a esto de independiente ya le queda poco, nos encanta seguir la pista a los jóvenes autores que dan el salto (como muy pronto también haremos con lo último de Antonio Manzanera).
El arquitecto Emil Zarco recibe el encargo de su carrera: diseñar por completo un barrio nuevo en su ciudad. Allí podrá exponer sus revolucionarias ideas urbanísticas y artísticas. A la vez, otro hombre de nombre desconocido, husmea las esferas más bajas de la misma ciudad. Uno y otro están destinados a encontrarse, quizás para una guerra.
Antes de nada, este libro tiene la portada más bonita que he visto en mucho tiempo (y el título no le va a zaga). Sé que no tiene nada que ver con lo que va a ser la crítica, pero como la edición de obras y la elección de portadas y títulos forman parte de mi día a día, tenía que decirlo. Una vez desahogado con lo superfluo, ya pueden llover las hostias con el contenido. Que no, hombre, que no.
La arquitectura de las palabras
Prólogo para una guerra no es un libro al uso. Su objetivo no es limitarse a contar una historia; tiene puestas las miras bastante más allá. Lo importante no es tanto lo que le ocurra a los protagonistas, sino las sensaciones despertadas en el lector. Nada se cuenta directamente, todo es referido como de pasada, buscando evocar más que mostrar. Para ello, su autor arma la narración con una buena panoplia de metáforas y elementos literarios que consiguen no poca abstracción y, por qué no decirlo, cierta resonancia. La idea es que el lector se quede clavado en el asiento pensando en lo que acaba de leer. Y lo consigue, aunque he de decir que no siempre me ha parecido acertada la densidad de figuras retóricas.
“Dejó de buscar los árboles para orinar; meaba junto al banco, sin levantar la pata, hasta que una noche hubo definitivamente más perro en el charco que en el perro, y algunos, los más lúcidos, detectaron la ironía de la metáfora”.
El panteón de Agripa, una de las múltiples referencias arquitectónicas de Prólogo para una guerra.
Siguiendo el hilo de la intención de la obra, Repila busca constantemente la innovación, ya no solo con la forma de la narración, sino con la adopción de los puntos de vista, la creación de los personajes (de los que se podría decir que son anti-personajes), el brumoso (casi inexistente pese a su importancia) escenario, y la estructura quebrada. Su trabajo se asemeja en gran medida al de Emil Zarco. Esa comparación entre la labor literaria y la arquitectura, con sus metáforas y paradojas, explica la cantidad abrumadora de trampantojos y de dobles vueltas que acompaña al lector durante todo el texto. Y que lo engatusa, y lo atrapa, y se lleva un pedazo de él.
“Cualquiera hubiera dicho que miraba hacia el infinito, pero la vieja, con años de silencio en su vestido oscuro, acostumbrada a interpretar la nada y darle significado al más pequeño gesto, no tardó en comprender que miraba a un lugar determinado, a un punto específico del horizonte. Parecía a punto de arrojarse a un agujero. Frente a ellas, edificios a medio construir, obras aparentemente interminables, carreteras cortadas.
—Más ciudad. Como si hiciera falta —dijo la vieja.”
¿Estamos ante un libro de culto?
Y es que todo lo que aparece en este libro está medido. Nada es casual, aunque lo pretenda. De nuevo, nos encontramos las inevitables semejanzas entre escritura y construcción. Tampoco es casualidad, por supuesto. Y es que, al igual que el protagonista intenta levantar una obra inigualable, que perdure en la historia como las pirámides, Repila ha ido sin complejos a escribir un libro de culto, otro más en su haber tras El niño que robó el caballo de Atila. Si lo ha conseguido o no, serán los siguientes años los que lo valoren.
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