La nueeeeve. La nueve la nueve la nueve. Lanuevelanuevelanueeeeve. La tertulia del Covid, como anunció de manera previsible y carente de ingenio un amortizado Sir Charles Lomlarck.
Una de las rondas más largas de PL. Quizá la que más haya durado. No lo sé con seguridad. Tras unos amagos fallidos de reunión y unas bravatas de utilizar videollamadas para realizarla, decidimos formalizar la tertulia en la zona de diversión del Sir Charles Lomarck, que no es otra que en el MC Donald del Erosky donde se juntan los jubilados porque se está fresquito. Esto del virus nos ha hecho estar mucho tiempo sin poder vernos, lo cual retrasó el comienzo de la tertulia por aquello de contar las andanzas de los integrantes de Proyecto Librus a nivel personal. Si no se hace, las anécdotas comienzan a quedarse atrás y se corre el riesgo de perder alguna para siempre. Y no por lo jugoso de lo que nos haya pasado, sino por la falta de memoria y porque nos conformamos con poco.
Una vez iniciado el fuego amigo nos encontramos de bruces con Factotum. Mesié de Condemore alabó la Bukowscada, encontrando en su realismo sucio la manera de enjuagar la falta de suciedad de su propio realismo. El Duque de la Teruelida asintió sin más. Ahá, ahá, parecía decir entre sueño y mascarilla de las de pico de pato torcido. Sir Charles Lomlarck reafirmó su gusto por el alcohólico escritor y Lor Pascualín dijo haberse llevado grata sorpresa por haber esperado menos, ya que no gusta de la gente que basa su talento en lo soez.
Los ratones de Dios tomaron el relevo de Bukowsky. Aquí, como no podía ser de otra forma, se establecieron vínculos con el Camino de Santiago realizado pre-covid por tres integrantes de PL. Todos menos El Duque de la Teruelida. Charlamos sobre si el autor del robo de Códice era tonto, malo o ambas cosas. Es muy gallego, esgrimió Sir Charles Lomlarck, dejando que cada cual extrajese sus propias conclusiones del comentario. Así lo hicimos. Coincidimos de nuevo en afirmar que, a pesar de ser una buena historia, se echaba en falta a un escritor de verdad narrándola.
La lluvia amarilla era uno de los grandes favoritos, viendo las reacciones del personal cuando terminó su lectura. ¿Es gótica? ¿Es de miedo? ¿Es simplemente un canto del cisne a la España vaciada? Quizá sea un poco todo. La magistral narración nos lleva de la mano allí donde queramos, y la profundidad de lo narrado nos acomoda para quedarnos. Todo ello se habló y hubo parabienes, Hubiese habido lanzamiento de confeti al aire.
La guerra del fin del mundo. En esta novela hubo unanimidad acerca de la enorme complejidad de la elaboración para realizar esta obra. Muchos y buenos personajes. Una gran historia… Todos los ingredientes estaban en la coctelera correcta, y quien los agitó era uno de los mejores camareros, o cocteleros, o como se diga. El producto se nos antojó de primera, salvo algunas reticencias de Mesié de Condemore que no se atrevió sino a susurrar, quizá por verse solo en ellas.
Nos comimos los buryer, y fuimos a votar al bar Moreno. Allí, entre cafés, poleo y copas de anís (omitamos la crema de orujo por pastelosa. Omitamos ya de paso el poleo) Se produjo la votación, saliendo vencedora “La guerra del fin del mundo” de una manera un tanto polémica, ya que algunos de los presentes habían alabado de tal manera “La lluvia amarilla” que el resultado final se antojó cuando menos “sospechoso”.
Se aportaron otros cuarenta euros al bote, haciendo un total de 200. Nos pusimos y quitamos las mascarillas varias veces sin que nada tuviese mucho sentido, y entre geles hidroalcohólicos nos despedimos, en busca de la décima, a la cual se le suponen grandes fastos.