Con él duermo bien, aunque sea uno de mis principales problemas ahora mismo, aunque me la lie (y luego diga que soy una liantilla). El papa también usaba siempre la palabra lianta, no sé quién la tomó de quién. Sus sábanas huelen a casa, no metafóricamente, aunque él siempre será mi casa, sino de manera literal, debe lavar la ropa con el mismo cariño que la mama.
Se ha vuelto a leer La catedral del mar, los dos hemos ido a Lanzarote hace poco, me dice que sigo siendo muy expresiva, que hay cosas que nunca cambian. Le cuento por fin las teorías que hablaba con mis amigos, que soy un 6/10 de divertida, me decía S. y yo estaba de acuerdo. Él me dice que no entiende de dónde sale esa nota tan baja, que soy muy graciosa. También el 10/10 como novia, que me bajo a un 9 enseguida porque empujo a la persona a hacer cosas tontas o arriesgadas o innecesarias, como ir en chanclas por la jungla sin una ruta señalada, abriéndonos camino entre los árboles y matorrales y saltando por las rocas.
-Eso mismo te hace seguir siendo un diez. Si no hubiese sido por ti no habría descubierto esa cala tan bonita.
Nos lo queremos contar todo y rápido, por si no existe la posibilidad otro día, pero incluso seis horas juntos se me hacen cortas, podría estarme una eternidad así.
Le digo que vendimos el Clio y el papa se compró un coche nuevo.
-¿Y la mama no se enfadó?
Sonrío de medio lado inevitablemente. Cómo nos conoce a todos.
-Claro que se enfadó. Lo compró sin siquiera consultarle.
-Y, un momento, ¿el Clio lo vendieron? ¿Por cuánto? Si eso ya no valía nada.
Estallo en carcajadas.
-Trescientos -le digo avergonzada, porque incluso a mí me parece un precio muy alto para esa antigualla.
Eran seiscientos en realidad. Les pregunto unos días después a mis hermanos en el viaje de ida al pueblo para confirmarlo.
Siempre acaba pidiendo él, aunque me pregunte qué quiero. Escoge la ensaladilla porque ya la ha probado más veces y, a pesar de que a mí no me convencía pedirla, gana, como siempre. Está deliciosa.
-Este restaurante me encanta, ¿cómo lo has descubierto? ¿De pasear por el barrio? -le pregunto.
-¿No te acuerdas? Tú me habías dicho mil veces que querías ir.
-Ah, ¿en serio? Y nunca fuimos juntos ¿no? -me río.
-No, pero me lo guardé en el mapa.
Me sorprende la buena memoria que tiene y me parece un bonito detalle que me lleve a ese sitio después de tanto tiempo.
Ahora estamos en su terraza, contemplo el pedacito de cielo nocturno que se distingue entre los altos edificios.
-¿Ponemos música? -le propongo. Y me deja elegir la canción, aunque normalmente se metía con mi música. Going gets tough, de The growlers. Y siento que es el sonido ideal para esa noche, para mirar al cielo, para empezar con las confidencias.
Cuando vuelve con dos cervezas en la mano, le digo:
-¿Sabes? No puedo evitar pensar en cuántas veces habrás estado aquí con ella.
Niega con la cabeza.
-No te creas que tantas. Solo un par de veces, ella viajaba mucho. Hicimos una fiesta en fin de año con todos mis amigos, eso sí que me gustó.
Cambia de tema. Creo que no le gusta hablar de su relación.
-¿Por qué crees que hemos vuelto a quedar? ¿Por nostalgia?
-Qué pregunta esa.
-Bueno, quiero que la contestes.
-No lo sé, sentía que te debía una explicación, que te merecías que te contara que había cortado con ella. Quería habértelo dicho antes, pero me pediste que no te escribiera y estaba pensando en una fecha en la que se me permitiese hablarte, Sant Jordi tal vez, tal vez para tu cumpleaños, pero faltaba muchísimo aún, y fue curioso encontrarte en ese bar, es como que pasó justo en el momento adecuado.
Me produce ternura su explicación, siempre me ha tenido presente.
-¿Y tú? ¿Por qué crees que hemos quedado?
-Si te soy sincera, tenía la esperanza de que fuese un cierre, que nos encontrásemos y la charla fuese bien, como siempre, pero que nos diésemos cuenta de que ya no teníamos tanto en común y de que cada uno había tomado un estilo de vida tan diferente que nuestros caminos ya no se podían unir.
-Y ¿ha sido así?
-No, claro que no.
Me dice que echaba de menos mi cuerpo, mis caderas, mis lunares. Que una de las cosas que más echa de menos es ver cómo me toco. Me coge la mano con suavidad y la hace bajar por mi vientre hasta la entrepierna. Me toco mientras le miro solo para ver las pupilas dilatadas de placer.
Cuando me despierto, una hora antes de que suene la alarma, oigo sus ronquidos, pero me sorprendo de lo suaves y acompasados que son, son incluso agradables. Los echaba de menos. ¿Puede que conmigo duerma mejor?
Le digo, algo seria, en la despedida, que no me vuelva a escribir. Me siento mal porque parezco muy fría en ese momento, como si no hubiese significado nada todo lo que ha pasado, pero es al revés. Ha significado demasiado.

