Querido Ángel:
Del niño que fui en Águilas recuerdo el pantalán de la pescadería, era un lugar para mirar el fondo, allí se arrojaban los desperdicios de los pescados. Entre ellos sobresalen en mi memoria las espadas que se arrancaban a los peces espadas, parecían los restos de un combate mítico, pues el agua aun movía aquellos despojos.
En una presentación que hice de tus primeros versos, te imaginé en la noche y en uno de aquellos pantalanes, ahora cambiaría la hora, estás a mediodía, sentado con los pies al aire mirando el mismo horizonte.
Tus versos, mantienen una regularidad, un equilibrio que semeja aquellas aguas trasparentes, casi inmóviles, ocupadas en reflejar nuestro implacable sol, sin embargo cuando me acerco al poema conducen a lo profundo, no se ve, no puede ser atrapado, pero se descubre en ese vaivén que el agua mantiene más abajo.
El libro tiene esa profundidad, que me reconcilia con el hecho de estar esperando algo, que no sabemos lo que es, pero necesitamos urgentemente, no para distanciarnos de esta realidad cansina que habitamos, cubierta de páginas y números, que conducen al tedio, que no tienen sombra de duda, que nada ocultan. Tu libro me remite al misterio que somos, al ser que aspiramos, a la verdad que yace en el secreto de los días.
No hay otra forma de ser que este conjunto de fragmentos que habla de lo que hemos sido. Poemas que el tiempo salva de estos tiempos.
Que los dioses del Molinete, del teatro, del anfiteatro y de Santa María te sean propicios.