Ayer publiqué la primera parte de la entrevista con el cientifico Javier Peteiro autor del libro El autoritarismo científico. Como comentaba, dado que la entrevista es larga hoy ofrezco la segunda parte. Si no lo habéis hecho leed la primera pues no tienes desperdicio y desde que la publiqué se ha creado debate en los comentarios.
La Ciencia es admirable y admirada. Y es lógico que así sea dado el impresionante avance epistémico que ha supuesto el método científico, por no hablar de todas las aplicaciones que nos ha dado. La Ciencia nos ha colocado realmente en el mundo. La imagen científica del hombre y del cosmos ha sido revolucionaria y a ella se resisten sólo ignorantes y nostálgicos (creacionistas, diseño inteligente…). Interrogantes que inicialmente eran metafísicos han sido desplazados por la Ciencia. ¿A dónde mirar para resolver nuestros problemas sino a la Ciencia? El caso del SIDA, por ejemplo, ha sido espectacular; desde su descripción como síndrome hasta el descubrimiento de su etiología y el tratamiento con antirretrovirales han transcurrido muy pocos años y han sido suficientes para convertir una enfermedad letal a muy corto plazo en una situación crónica. Hay negacionistas también aquí (incluso un premio Nobel como Kary Mullis), pero también hay quien niega que se haya llegado a la Luna o que el mundo haya tardado en formarse más de seis días.
Ese poder de la Ciencia para responder preguntas esenciales y para proporcionar solución a problemas prácticos ha hecho que mucha gente vea en ella la gran promesa, la única posibilidad salvífica. Los transhumanistas serían un caso extremo en la manifestación de esta esperanza que acaba creyendo en la posibilidad de alcanzar la inmortalidad asociada a una singularidad tecnológica relativamente próxima.
Al lado del avance imparable de la Ciencia, se ven las consecuencias, nefastas en ocasiones, de las meras creencias. Sabemos a donde han conducido y conducen los fanatismos religiosos de todo tipo. Sabemos de la esterilidad de muchos planteamientos filosóficos. Es comprensible que se llegue a considerar la Ciencia como el gran referente. Pero eso supone ignorar que hay áreas de conocimiento y de discusión que exceden el ámbito científico.
Asistimos a una creencia generalizada en el poder de la Ciencia para hablar de lo que puede pero también de lo que no puede, como la ética por ejemplo (basta con ver los trabajos de los autodenominados “filósofos experimentales”). En esa creencia, hay científicos y divulgadores que asumen el papel de un nuevo sacerdocio, el de la interpretación de datos científicos y la orientación a la ciudadanía. Es habitual oír en los telediarios la expresión “según los expertos…” para dar cuenta a continuación de lo que sea, tanto si es algo rigurosamente comprobado como si es una entelequia sin fundamento. Se ha hecho delegación en esos expertos. Se confía demasiado en los divulgadores, no necesariamente científicos, sin tener en cuenta que en esa divulgación transmiten no sólo ciencia sino creencia.
Creo que se olvida con demasiada frecuencia que la actividad científica es humana, demasiado humana, es decir, susceptible a todo lo bueno y lo malo de quien la hace posible. Hay una historia de la Ciencia, no surge como algo puro, sino influido por intereses de todo tipo, como los que se dan en el ámbito de las grandes industrias alimentaria, diagnóstica y farmacéutica. Los transgénicos, por ejemplo; no se puede decir de ellos que sean buenos o malos. Depende de su utilización. Es incuestionable el valor que ha tenido la ingeniería genética en el acceso a posibilidades terapéuticas como la insulina; pero es muy discutible la pretendida bondad de una potencial colonización vegetal por cultivos transgénicos y sus consecuencias para países pobres.
No se puede confiar absolutamente en la Ciencia. Hay que cuestionársela constantemente porque se da en contextos socioeconómicos determinados, surge con fines concretos y sirve a intereses no siempre éticos.
-¿Puede la Ciencia ser el único referente de conocimiento para el Ser Humano?
Indudablemente no. Con todo lo importante que es, somos demasiado complicados como para ser dichos exclusivamente por la Ciencia. Necesitamos la Literatura, el Arte, la Filosofía… necesitamos pensar, discutir, y lo más importante, conocernos a nosotros mismos.
No tiene sentido tratar de pensar filosóficamente al margen de la Ciencia, pero tampoco lo tiene tratar de responder a las grandes cuestiones sólo desde la Ciencia. Cada uno es un sujeto único e irrepetible y no se explicará a sí mismo desde la Ciencia. El sueño de una comprensión exclusivamente científica del ser humano equivale al olvido de lo que le es más propio, su subjetividad.
-¿Qué puede hacerse para desmarcar a la Ciencia del cientificismo?
Ser honesto. No extrapolar injustificadamente y no tratar de justificar científicamente lo que es un mero prejuicio. Esto último ocurre con mucha frecuencia. No toda la ciencia es buena. Abundan los trabajos científicos ridículos e inútiles. Los premios “Ig Nobel” son un claro ejemplo de ciencia inútil. Sucede que a veces se hace ciencia para fundamentar a posteriori una creencia previa. La hicieron los nazis (basta con recordar el trabajo de la Ahnenerbe), pero también se hace ahora, estudiando los receptores de la vasopresina para relacionarlos con la infidelidad o midiendo regiones cerebrales en homosexuales, por citar sólo dos de muchos ejemplos.
El cientificismo, al poner como única referencia a la Ciencia, es una aberración ética facilitadora de un fascismo de nuevo cuño.
Sólo desde la posición ética podrá hacerse una Ciencia al servicio del hombre y no al revés. No puede admitirse la contemplación de la Ciencia como la realización de lo posible. Y esos planteamientos éticos no precisan de circunstancias excepcionales para que hayan de hacerse, como ocurrió en el desarrollo armamentístico. En la actualidad la Biología sintética es accesible incluso a aficionados (bio-hackers) y ante ella los métodos de ADN recombinante parecen un juego de niños. Como la Economía, la Ciencia debe ser regulada ética y políticamente. Estamos sufriendo las consecuencias del neoliberalismo, del dejar hacer a los mercados. Sería mucho más terrible dejar hacer todo lo que la Tecnociencia puede hacer, especialmente en el ámbito biológico.
-Me parece sano mirar el mundo desde la Ciencia y con un sano escepticismo y pensamiento crítico pero ¿no necesitamos también interpretar la ciencia con escepticismo y espíritu crítico?
El espíritu crítico es esencial a la hora de juzgar una publicación científica. Por ejemplo, en oncología una elevada significación estadística puede acompañarse de una escasa significación clínica, y una reducción importante en riesgo relativo puede acompañarse de una disminución muy baja en riesgo absoluto. Resultados llamativos aislados aconsejan la prudencia de esperar a ver si son reproducidos, como ocurrió en su momento con la “fusión fría”.
La Ciencia en general debe contemplarse como lo que es, una acción humana realizada en un contexto social determinado. Se han dado sesgos por conflictos de interés y ocultación de resultados negativos. No siempre los autores de un trabajo han contribuido a él, abundando las llamadas “salami publications” y el ghostwriting. La competitividad entre científicos, que siempre se ha dado, tiene efectos positivos pero también consecuencias tan negativas que pueden llegar al fraude en la obsesión por la primacía de un descubrimiento. Y hay resultados que deben verse con un sano escepticismo. Cuando un ensayo multicéntrico dice algo sobre la eficacia de la oración intercesora en la evolución de operados de by-pass cardíaco, por ejemplo, habrá que pensar qué motivó semejante estudio, porque por muy científico que sea y muy prestigiosa la revista que lo acoja, no deja de ser una solemne tontería, ciencia basura.
-¿Cree que hay gobiernos y grandes corporaciones que están empleando la ciencia de modo utilitarista, que se basan en ella para justificar la introducción en el mercado de servicios y tecnologías cuya inocuidad se desconoce e incluso que se sabe que no son inocuos pero se crea “ruido científico” para distraer a la población de sus efectos?Sí. En nuestros días ese carácter utilitario se da especialmente en el ámbito de la salud y de la alimentación. Asistimos a una medicalización de lo normal (“disease mongering”) por la que no sólo se tratan enfermedades, sino también alejamientos de una hipotética normalidad y el riesgo de padecerlas aunque éste sea bajo o esté mal definido. Los niveles de colesterolemia considerados óptimos han ido bajando progresivamente lo que supone que las estatinas sean uno de los medicamentos más utilizados y los estanoles dietéticos cada vez más consumidos; cada día hay más niños medicados por sobrediagnóstico de déficit de atención con hiperactividad. Ya no hay timidez ni impotencia sino fobia social y disfunción eréctil con webs informativas dedicadas a revelar su alta prevalencia y a señalar la esperanza que proporcionan los fármacos consiguientes. Aun siendo de eficacia similar, más bien pobre, la cantidad de antidepresivos distintos disponible aumenta de día en día.
La gripe A mostró el poder de las multinacionales para movilizar el miedo generalizado a través de un organismo como la OMS. Creo que, con ser grave, el problema principal de esa actuación no fue la acumulación inútil de vacunas y de antivirales sino la desconfianza generada en la ciudadanía ante futuras alarmas realistas con implicación de reticencias a vacunaciones masivas.
En estos tiempos es habitual demonizar a la industria farmacéutica, a veces con razón, pues se han dado escándalos manifiestos. Pero la Medicina está siendo dirigida también en buena medida por los intereses de la industria diagnóstica con programas de cribado masivo de eficacia dudosa y con el abuso de pruebas complementarias generadoras en una fracción importante de casos de mero ruido informativo y yatrogenia.
En cuanto a la alimentación asistimos a una obsesión por lo “saludable”. Prebióticos y probióticos inundan los supermercados del primer mundo, a la vez que millones de personas mueren de hambre. En tiempos había publicaciones que avalaban que el café era un factor de riesgo de cáncer de páncreas; ahora se dice que es bueno porque tiene antioxidantes. Hay quien ve que el hambre en el mundo es solucionable mediante los transgénicos, pero su efecto ecológico dista mucho de ser conocido y no parece ser precisamente beneficioso para la biodiversidad. El cambio climático asusta y por eso se patentan ya especies modificadas con genes de resistencia.
El interés por proporcionar antidepresivos, estatinas, transgénicos o incluso plásmidos con genes concretos no es científico ni humanitario. Es comercial.
Hay que tener en cuenta además el gran cambio que se ha operado en la comercialización de la Ciencia. No hace muchos años, salvando alguna excepción, se patentaba lo sintético, lo construido por el hombre. Ahora es patentable lo descubierto, sean semillas o genes. No puede decirse con propiedad que la Ciencia sea patrimonio de la humanidad, sino más bien de quien la compra.
En cuanto al “ruido científico” es curioso ver en telediarios y suplementos dominicales las promesas de una Medicina inminente, personalizada, con sus microarrays, sus instrumentos nanotecnológicos y sus estudios genome wide. Casi cada día nos hablan del descubrimiento de genes que podrían ser interesantes en la lucha contra el cáncer, el envejecimiento, el Alzheimer. Ante tanta promesa parece darse la obligación de ser “positivo” y optimista. Y si alguien no lo es, acabará siendo culpable de lo que le pase, por no tener sus endorfinas a punto. Todo eso sí que es ruido informativo, distracción pura y dura que contrasta con una realidad, la económica, que ningún divulgador explica con la misma claridad con la que se explica el origen del cosmos. Y es un contraste con una realidad en la que la sanidad universal no lo es tanto, como se ha visto últimamente, siendo así que esa Medicina prometida, esos cribados costosos tan sensibles y los medicamentos novedosos acabarán siendo para ricos; para los que no lo sean siempre quedará lo que algún político ha calificado con el mayor descaro la “medicina básica”, esto es, de beneficencia.
Ya que ha surgido el término “distracción”, aunque sea en otro contexto, me gustaría señalar el efecto perverso de la divulgación científica existente, que muestra lo bello de la Ciencia pero no las serias dificultades que acarrea la investigación científica. El joven que tiene vocación científica, a veces desde la divulgación, ha de sortear en condiciones normales numerosos escollos para poder realizarla, incluyendo condiciones salariales precarias y apropiaciones indebidas de autorías por otros, y de eso en general no se habla nunca. Por otro lado, a la vez que todos los políticos reconocen en público la importancia de invertir en I+D+i, estamos viendo cómo en nuestro país eso pasa a ser un lujo en época de crisis.