Hay recetas que funcionan siempre, como la de la tortilla. No es complicada: si uno sigue los pasos y usa los ingredientes, saldrá algo que, como poco, será comestible. Pero por alguna razón, vas a un sitio y aquella tortilla no pasa el examen. Es tortilla, sí, pero meh.
Jack Reacher: Nunca Vuelvas Atrás es la secuela de Jack Reacher (2012), a secas. Y poco tiene que aportar, salvo el apellido del título. Se trata de la repetición eterna de la estructura, los personajes y el ritmo narrativo de películas del género redondas y convencionales como la serie Venganza, de Liam Neeson, o Bourne; es la fórmula imperecedera del cine de acción, sólo que despojada de la efectividad y el interés con que aquéllas nos atrapan y entretienen -aún cuando todo es inmensamente previsible- y conformada por secuencias verdaderamente pobres, en cuanto al acabado visual y la puesta en escena. Y hecha con pereza; con mucha pereza. Tal vez es que los huevos no estaban bien revueltos.
Resulta abrumador cómo, alcanzando ya cierto clímax, la película huele cada vez más a corchopán: el decorado de estudio nos agarra del pescuezo cual villano iracundo y nos grita: "¡No te lo creas!". La ejecución de los planos a través de una figuración impostada imita la trepidancia de la lucha y la persecución, pero se queda en práctica universitaria. Una muy buena, sin duda, pero una práctica para la que normalmente no se contaría con un Tom Cruise y una Cobie Smulders (ains) a la cabeza del reparto. Por supuesto, habría compromiso contractual de por medio.
Jack Reacher: Nunva Vuelvas Atrás es un cumplimiento de contrato, es una resolución de encargo. Finiquito de obra. Su protagonista, por otro lado, tiene suficiente interés como para sostener todo el metraje, aún cuando sus relaciones interpersonales son torpes y a trompicones. Y no me refiero a su carácter errático y solitario, sino a la atropellada cadencia con que esas relaciones son contadas, sin más evolución que un futuro entre poco y nada prometedor. No hay, sin embargo y salvo contadas excepciones, un atisbo de empatía en un personaje así.
La sucesión de los hechos se deviene cual obligación impuesta por el género mismo, pero no es fácil encontrar las motivaciones concretas que sustenten todo lo que ocurre. Ni están todos los elementos, ni los que están resultan lo suficiente relevantes. Es un constante cumplimiento de las reglas, bastante hueco de alma. Se sabían la receta, se sabían los ingredientes, pero por alguna razón, la tortilla ha quedado sosa. Sosa de narices.
Hablemos del cocinero. Parece que Edward Zwick, su director, vació toda su sensibilidad y su capacidad de ser orgánico e intenso, de mostrar una violencia visceral y conmovedora, de generar acción con contenido y personajes carismáticos, cuando realizó Diamante de Sangre, por ejemplo, película suya que admiro mucho. En esta ocasión, el desapasionamiento es aplastante. Y no me gusta ensañarme, pero hay situaciones que resultan incluso ridículas, debido a la artificialidad con la que están construidas, acercándose casi a una caricatura de estilo.
La receta es comestible, pero da para pinchito. Ni siquiera para medio bocata. La desayunarás y te llenará la barriga hasta mediodía, pero dudosamente volverás a repetir. Nunca vuelvas atrás. Nunca vayas a donde la tortilla a secas, cuando tienes a tu madre que te la hace del diez.
Quien dice tu madre, dice buenos directores de cine de acción. Dígase Greengrass, dígase Pierre Morel.