El ex asesor de Mitterrand pronostica la concentración de las decisiones globales.
(La Nación) Se ha dicho que Jacques Attali es una suerte de Maimónides del siglo XXI. Como el gran sabio judío de la Edad Media tiene una inteligencia poderosa, que lo ha convertido en uno de los intelectuales europeos más brillantes de su generación. El ex asesor especial de François Mitterrand durante diez años y primer presidente del Banco Europeo de Desarrollo (BED) es capaz de resolver en media hora lo que otros no consiguen en tres años. Como no necesita dormir más de cuatro horas por noche también encuentra tiempo para escribir novelas, ensayos, piezas de teatro y crónicas y ha pasado la vida vaticinando lo que sucederá en el futuro con el planeta.
"Son sólo quimeras”, dicen sus adversarios. Sin embargo, las utopías de este hombre que acaba de cumplir 60 años, hijo de un joyero sefardí nacido en Argelia, suelen convertirse en realidad.
"La tragedia conmigo es que cuando digo que voy a hacer algo termino por hacerlo”, suele bromear.
Eso sucedió cuando se le metió en la cabeza que era hora de poner sus conocimientos y sus recursos al servicio de los más pobres. En pocos meses creó una federación planetaria de organismos de microfinanzas, los "bancos de los pobres”, que, en este momento, ayudan a salir de la miseria a 65 millones de personas.
—Usted conoce perfectamente América latina porque fue asesor del gobierno mexicano.
—Más que eso. Nuestro emprendimiento, Planet Finance, tiene una oficina en México y otra en Brasil. Y espero que pronto podamos abrir una en la Argentina. Nuestro director general estuvo recientemente en su país con ese objetivo.
—Entre las numerosas formas de definirlo, ¿podríamos decir que usted es un defensor de la buena globalización?
—Digamos que soy muy hostil a las civilizaciones que se vuelcan sobre sí mismas y también a la globalización anárquica, pero pienso que una mundialización gobernada es una buena cosa, que un mundo unido y reunido podría ser excelente.
—¿Es ésa la globalización que nos espera?
—No, para nada. Lo más probable es que esa globalización sea anárquica, que los pueblos la rechacen y que volvamos al proteccionismo. Hubo en los últimos tres siglos tres tentativas de globalización: a fines del XVIII, a fines del XIX y entre las dos guerras. Esos intentos fracasaron por culpa del proteccionismo, que condujo a la guerra y a la violencia. Creo que esa globalización anárquica bajo dominación estadounidense será rechazada por los pueblos. Espero que no lo hagan para regresar al proteccionismo antiguo, que fue un desastre, sino para poner en su lugar un verdadero gobierno mundial que asegure el desarrollo equilibrado del planeta.
—Para usted, el individuo que vivirá en ese nuevo mundo será un hombre nómada. También vaticina un cambio de naturaleza del trabajo y de la educación...
—Estamos viviendo un período en el cual está desapareciendo lo que mucha gente creía ver como la verdadera naturaleza humana, es decir, la vida sedentaria organizada en torno de naciones con fronteras, con gente que vive en el mismo país durante siglos. Estamos regresando a lo que existía antes, hace cinco mil años, cuando los hombres eran nómadas. El valor dominante de las sociedades actuales es la libertad. El hombre podría haber escogido otros valores dominantes —la igualdad, la responsabilidad, la lealtad, la virtud—, pero escogió la libertad, incluyendo, desde luego, sus mecanismos: el mercado, en la economía, y la democracia, en política. Una de sus dimensiones es la libertad de movimiento. Viajar también es fundamental para la política: el primer reclamo contra una dictadura es el derecho a partir, a escapar, a exiliarse, a salir y a volver. Las democracias —que son, irónicamente, hijas de sociedades agrarias, totalitarias, sedentarias— harán explotar eso mismo que las hizo nacer. Un poco como los hijos con sus padres. Creo que estamos viendo cerrarse el paréntesis sedentario.
—Pero no todos los hombres pueden permitirse el lujo de ir de aquí para allá cuando les da la gana. Fíjese, por ejemplo, en las dificultades de los ciudadanos de los países del Sur para emigrar hacia el Norte...
—Es verdad. Hoy tenemos tres formas de nomadismo. Primero, los nómadas ricos, que tienen acceso a las tecnologías del movimiento. El segundo grupo está formado por 3000 o 4000 millones de individuos que deben moverse sin cesar para poder comer y sobrevivir, que van del campo a la ciudad, de la ciudad a otro país y que, con enormes dificultades, cada vez se mueven más. Y, entre los dos, hay mil millones de personas de clase media, que son los lectores de nuestros diarios, los consumidores de productos masivos, un poco auténticos nómadas, porque viajan por razones turísticas, y un poco al límite del nomadismo de miseria, porque a veces pierden sus trabajos y se ven obligados a moverse. Esas tres formas de nomadismo provocan reacciones en las sociedades: una reacción proteccionista y una reacción fundamentalista. Esta última significa, simplemente, un retorno a los valores de la inmortalidad en detrimento del valor de la libertad, condenada por los integristas.
—En uno de sus libros, El vendrá, consagrado al mesianismo, usted decía que el siglo XXI sería religioso o no sería. Si cambiamos "religioso" por "integrista", no pudo haber estado más acertado...
—Porque el hombre siente la necesidad de darle un sentido a su vida. ¿Qué significa en nuestras sociedades la libertad? La libertad es tener el derecho de cambiar de vida. Y quien dice "derecho a cambiar la vida" dice "reversibilidad", es decir, "precariedad". Muy poca gente se da cuenta de que el otro nombre de la libertad es precariedad. Cuando decimos que nuestras sociedades producen empresas precarias, trabajo precario, parejas precarias, objetos precarios, sin saberlo, nos estamos refiriendo a un aspecto estructurante del valor dominante en nuestro modo de vida: la libertad implica precariedad. Como reacción a esa precariedad, ya que ninguna sociedad puede durar sin dar sentido al esfuerzo, hay una búsqueda a largo término. Esa búsqueda se orienta hacia las dictaduras, hacia las sectas, hacia lo religioso o hacia una verdadera agenda democrática de largo plazo. La gran dificultad de hoy es cómo encontrar un verdadero proyecto de largo plazo que le dé sentido a la democracia y a la sociedad laica. Ese proyecto de largo plazo es la constitución de un planeta unido con un gobierno mundial, donde cada uno tenga su sitio y tenga los medios para realizar su sueño.
—¿Ese gobierno mundial tendría que pasar por las Naciones Unidas?
—Hay una forma muy simple, que es fusionar el Consejo de Seguridad de la ONU con el G-8: que todos los miembros del Consejo de Seguridad estén en el G-8, y viceversa. Naturalmente será necesario agregar a América latina, que no está en ninguno de los dos. Y a Africa. En segundo lugar, habrá que someterle el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC), para darle al Consejo de Seguridad una nueva legitimidad. Tercero, cambiar los estatutos del Consejo de Seguridad, para que todos los países puedan participar en las decisiones. Esto se puede hacer en diez minutos. No es demasiado complicado. A partir de ese momento habría un gobierno mundial. Se lo podría llamar de otro modo, para no darle miedo a la gente, pero tendríamos una auténtica estructura de gobierno.
—¿Para qué fusionar tantas estructuras? ¿No bastaría con reformarlas para que funcionaran mejor?
—Hoy, el G-8 y el Consejo de Seguridad son puntos de enfrentamiento entre naciones. Cada una trata de sacar el mayor beneficio para sí misma. En el caso de un gobierno mundial, ya no serían las naciones las que se enfrentarían para obtener la mejor parte de la torta. Se trataría de hombres que, reunidos, reflexionarían sobre la forma de hallar lo mejor para el planeta. Pasaríamos, así, del multilateralismo a la soberanía planetaria. Actualmente estamos muy lejos de ello, pero ése es el salto cualitativo que hay que dar.
—¿Pero qué pasaría con la soberanía de los Estados?
—El actual proceso de construcción europea muestra que es posible crear una entidad con varios niveles en la cual coexistan las soberanías nacionales con una estructura supranacional. Por eso la construcción europea es tan importante. No sólo para los europeos, sino porque es una especie de laboratorio de lo que conviene hacer a escala planetaria.
—Según usted, entonces, la constitución de bloques de naciones, como el Mercosur, es fundamental...
—Así es. Los bloques permitirán construir progresivamente una estructura global.
—¿Cuántas son las personas que, en su nivel, comparten esta idea?
—Hay mucha gente que comienza a murmurar que es una hipótesis seria. Estoy convencido de que será una realidad dentro de 50 años. La cuestión es saber si existirá antes de una guerra, en lugar de una guerra o después de una guerra...
—Como asesor especial del presidente Mitterrand, usted organizó once reuniones del G-8. ¿Sirven para algo esas cumbres?
—Siempre: ahora y antes. El G-8 es el único sitio donde los grandes del mundo hablan durante todo el año. Sin el G-8, el mundo sería aún más caótico de lo que es.
—En ese nuevo planeta que usted anuncia, con un gobierno mundial, los hombres no tendrían más oficinas ni empresas...
—Creo que, con el tiempo, los hombres serán empleados de sí mismos, porque las empresas están desapareciendo físicamente. La gente trabaja en sus casas o en entidades diversas, y los individuos tendrán cada vez más una especie de multipertenencia a distintas empresas y a diferentes profesiones y deberán administrar sus vidas como si ellos mismos fueran empresarios. Esto planteará a las empresas una cantidad de problemas, porque la gente habrá dejado de ser fiel a sus empleadores para serlo a sí misma. Creo que cada vez más emergerá la idea de que cada uno dispone individualmente de su herramienta de trabajo: lo que se tiene en la cabeza, lo que se aprende, que será la clave. Aprender a aprender será la principal riqueza. Después, el desarrollo se realizará mediante contactos entre esos individuos que producirán solos o en red. A veces pienso, como ejemplo, lo que sucede en el ambiente del espectáculo. Para hacer un film se escogen las capacidades, se las reúne en torno de un proyecto (montajistas, actores, escritores, directores, productores, financistas) y cuando se termina, éstos se separan. Las empresas de mañana serán, sobre todo, así. Serán rarísimas las empresas tradicionales que podrán perdurar.
—Explíqueme su concepto de autoeducación, de escuela del futuro.
—Esto sucederá gracias a las nuevas tecnologías. Cada uno podrá aprender solo, en su casa, como lo permiten ahora ciertos casetes o CD-ROM. Como esto en parte reemplazará —y no sólo completará— la enseñanza directa de los profesores, la educación dejará de ser un gasto para la sociedad y se transformará en una fuente de ingresos para la industria del saber. Pero para que esto funcione la sociedad deberá pagarles a aquellos que se forman. En la autoeducación, el consumidor se vuelve, a la vez, un producto de consumo. Formarse ya no será un consumo, sino un trabajo socialmente útil. Y cada uno deberá recibir un salario por ello. Cada autoformación merecerá un salario.
—¿Y la gente que no tiene nada, ni posibilidades de aprender ni de hacer contactos?
—Esa gente, que es la inmensa mayoría, podrá también crear sus empresas unipersonales y obtener los medios para asegurar su existencia si la humanidad, en su conjunto, lo decide. Para que así sea, es verdad, son necesarios muchos medios; no los de la caridad, sino aquellos que permiten confiar en el otro. Hay que darles a los más pobres los medios para concretar sus sueños, para crear sus propios empleos. Lo que yo digo es posible. En Planet Finance hemos logrado en pocos años que 60 millones de personas en el mundo obtuvieran los medios para crear sus propios empleos dándoles lo necesario sin pedirles nada como garantía. Funciona muy bien, sobre todo con las mujeres. Dentro de cinco años más habremos llegado a 300 millones de jefes de familia con estos proyectos.
—Usted es un humanista, pero ¿cuál es la ventaja, para el mundo del dinero, de hacer una cosa semejante?
—Mire: los ricos tienen interés en hacerlo porque es la única manera de evitar que el mundo les estalle en la cara. Deben evitar la violencia, porque la miseria es fuente de violencia y de frustración. La segunda razón, aunque a usted no le guste, es comercial: los pobres son un mercado. Las empresas comenzarán a comprender que es idiota pelearse para compartir un mercado de 800 millones de personas solventes cuando hay 4000 millones de pobres que sólo piden poder consumir.
—¿Y cómo ve usted a América latina en ese nuevo planeta?
—América latina tiene una reputación muy inferior a su realidad. No sólo es una región llena de promesas, sino que está en pleno desarrollo demográfico y económico. La tasa de crecimiento de América latina es dos veces la de Europa. América latina encontrará definitivamente su camino cuando comprenda lo que Europa tardó mucho en advertir: que es fundamental tener instituciones estables, evidentemente, democráticas, que hay que combatir la corrupción por todos los medios. En consecuencia, que son fundamentales las conexiones viales, ferroviarias, aéreas, el fin de los derechos de aduana, la emergencia de un verdadero Mercosur. Esto América latina aún no lo ha comprendido. Todos los demás, sí.
—Gobierno mundial, una humanidad generosa y solidaria, trabajo para todo el mundo, una América latina recuperada y en marcha... ¿Usted cree que es verdaderamente posible?
—Los seres humanos no somos espectadores de un partido de fútbol. Somos los jugadores. Yo nunca me pregunto quién va a ganar el partido, sino cómo hacer para jugarlo. Y para ganar.