Revista En Femenino

Jacques Cousteau

Publicado el 06 marzo 2013 por Evaletzy @evaletzy
En un año se adquiere muuuucha sabiduría, por ello, como es tu cumpleaños te levantas mucho más sabia que de costumbre y, como todos sabemos, al ser una más sabia tiene mejores ideas. Así es como ha venido a tu mente una que ganaría el Óscar a la mejor idea de reparto: te vas a autorregalar un curso de buceo. «Es justo lo que necesitas Letzy», te aseguras, «nada mejor para combatir la edad».
Hete aquí que como eres mucho más sabia que antes de cumplir años decides poner la fecha de inicio del curso a las pocas horas de llegar de un largo viaje. «Nunca tuviste jet lag, no lo vas a empezar a tener ahora que con la edad que tienes ya eres sabia elevada al cuadrado y, como dice el dicho, sabio elevado al cuadrado no padece jet lag», te dices.
Te subes a un avión de fácil turbulencias que te bambolea durante 12 horas desde Buenos Aires hasta Madrid. Bien turbulentada y bamboleada aterrizas a las 06:20 a. m. en Barajas airport (local time, pero en tu fuero interno son 5 horas menos), sin haber dormido ni media hora seguida y con más vino derramado sobre tu ropa del que te gustaría. Pasas por el control migratorio, esperas tu valija/maleta, caminas, te subes al subte/metro, viajas en colectivo/autobús, llegas a tu casa, saludas a Ernesto, dejas el equipaje, vas al garaje, te subes al coche y conduces hasta Las Rozas (40 minutos) que es donde se imparten las prácticas en piscina del curso en cuestión. Por muy sabia elevada al cuadrado que eres de camino empiezas a sentir los primeros efectos del jet lag: un profundo cansancio acompañado de una especie de irritabilidad que empieza a crecer cual alien en tu interior. Una vez en el vestuario te pones la malla/el bañador, el traje de neopreno y las ojotas/las chanclas. Tu sabiduría y tú os presentáis en la piscina donde un grupo de siete personas y un instructor os esperan. Éste último empieza a mostrar los componentes del equipo de buceo: que la junta tórica, que el manómetro, que el octupus, que el profundímetro, que el latiguillo de hinchado en el jacket, que el botón de purga en el regulador, que el que el que el que (aunque tú eres Sabia Girl (recordemos que los años cumplidos son los que te han otorgado este título) sientes que te están hablando en chino, y no en chino básico como querrías, sino en chino avanzado).
Luego el instructor procede al montaje del equipo:
1º enseñanza (sueño, sueño, sueño): cómo poner el jacket en la botella de aire.
2º enseñanza (nada te gustaría más que estar durmiendo): cómo conectar la primera etapa a la botella.
3º enseñanza (bostezos varios, rascado de ojos, pensamientos de odio hacia todo lo que te rodea y de amor pasional hacia tu cama): cómo conectar el latiguillo de la segunda etapa al jacket.
4º enseñanza (estás dormida de pie): tirar el jacket a la piscina previo inflado, tirarte tú y ponértelo en el agua.
Te cuelgas la máscara y el snorkel del cuello, te calzas las aletas, te colocas el cinturón de plomos, te tiras al agua y te pones el jacket haciendo un denodado esfuerzo para no ahogarte (la autora recomienda: tirarse a una piscina con un cinturón lleno de plomos cuando una tiene más sueño que Blancanieves no es buena idea). Entonces llega el momento en el que tu sabiduría y tú os ponéis la máscara en ojos y nariz, el regulador en boca, desinfláis el jacket y os sumergís. Se supone que es un momento único e irrepetible, que jamás olvidarás: será la primera vez que respiras bajo el agua, debes relajarte y disfrutarlo.
Ni relax, ni disfrute, ni hostias, ni nada que se le parezca. Aguantas con la cabeza sumergida tres segundos, y estás siendo generosa. Sales a la superficie, el instructor lo hace contigo. «¿Qué pasa Letzy?», te pregunta. «No puedo respirar, me ahogo», le dices. «Inténtalo de nuevo», te pide. El jet lag que tienes ha conseguido que tu irritabilidad se dispare, el alien ya no está acurrucado en tus vísceras, sino que puja por salir. De mala gana te sumerges y otra vez no logras que a tus pulmones les llegue el oxígeno necesario si no se desea ser un buceador suicida. Sales a la superficie. Dudas de toooooda tu sabiduría adquirida, pues si fueras Sabia Girl como creías no te habrías apuntado a un curso de buceo al que sabías que irías luego de un vuelo transatlántico. Otra vez sumerges la cabeza y, ¡aleluya hermanos!, consigues inspirar. Peeeero lo que no puedes es espirar a través del aparato que tienes entre los dientes todo ese oxígeno que ahora está en tu interior. Antes de explotar por oxígeno acumulado sales a la superficie y lo echas. El instructor ya te mira un poco mal, es que mientras tú sientes la necesidad de sacar la cabeza fuera del agua cual tortuga acuática en día soleado, él se ve obligado a salir contigo y a dejar a sus otros siete alumnos, que ni tienen jet lag ni problemitas como tú, en el fondo de la piscina. El alien está a punto de atravesar tu pared abdominal, sientes una irritación muy muy irritada. «¿Qué hago acá? ¿Por qué estoy en medio acuoso y no en medio colchonoso? ¿Quién soy? ¿Qué hora es?», y mientras te vuelves a sumergir te preguntas: «¿Jacques Cousteau también habrá hecho su primera inmersión con jet lag?».

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