A escasos kilómetros de Jaén Capital, en dirección al Pantano de Quiebrajano el cual surte de agua a gran parte de la Sierra Sur mediante la derivación Víboras-Quiebrajano nos podemos adentrar en lo que se conoce cómo Parque Periurbano de Jaén. Una extensión de monte en el que encontramos parajes cómo la Cañada de la Azadilla, Santa Cristina, el mismo Pantano de Quiebrajano y sobre todo el fascinante, atrayente, misterioso y por desgracia, en estado avanzado de ruina de Otiñar. Un castillo quie en su época ocupó una meseta elevada desde la que se controlaba gran parte del antiguo camino a Granada, todo el valle del río Quiebrajano y en visual directa hacía el norte el más importante Castillo de Santa Catalina, guarda y Custodía de la capital del Santo Reino, Jaén. El Castillo de Otiñar, Bien de Interés Cultural, se yergue silencioso y abandonado en un paraje de belleza salvaje que, pese a estar circundado de zonas urbanas y explotaciones agrarias guarda una naturaleza casi en estado puro, alejada de cualquier señal de vida humana.
El Castillo de Otiñar se encuentra enclavado muy cerca de una población del siglo XIX, Santa Cristina, actualmente abandonada y que muchas personas utilizan para pasar el día del domingo visitando, sobre todo en tiempo de lluvias, los impresionantes paisajes que comprenden el pantano, la aldea y el Castillo. El Avanzado estado de ruina del conjunto amurallado que corona el cerro sobre el río, constrasta fuertemente con su declaración de Bien Cultural. Sobresale sobre todo el lienzo alargado de muralla, en buen estado que se extiende desde el inicio de la Meseta, desde la que se accede, al sur y donde se encuentran algunas construcciones totalmente derruidas. Dicho lienzo de muralla se extiende unos cien metros hasta alcanzar la parte fuerte del castillo, donde se alzan las torres y la muralla de defensa que separa la zona noble del resto de la Meseta. Dicho castillo data de la época de la reconquista y fue importante en la defensa del camino desde Jaén a Granada hasta al toma de ésta última.
El Castillo se alza desafiante sobre un risco pronunciado que compone la frontera de su meseta y está situado a escasos trece kilómetros de Jaén, llegándose a él desde la urbanización de Puente de la Sierra. El acceso es una carretera estrecha y sinuosa que asciende entre explotaciones de olivar hasta que se pasa el vítor de Carlos III, tras el cual, entre impresionantes cañones recortados por agua, fallas y tiempo la carretera desciende hasta el estrecho y alargado Valle del Valdearazo. El castillo habría sido erigido sobre una fortaleza tomada a los andalusíes y cogería importancia militar a raiz del Pacto de Jaén en mil doscientos cuarenta y seís, tras la toma del bastión jiennense y la fijación de la frontera por parte de Alhamar, primer rey nazarí de Granada y Fernando III el Santo, conquistador de la antigua Xauen. Hasta entonces la zona de Otiñar, por la que discurría uno de los tres caminos desde la avanzadilla jiennense hasta la capital granadina habría estado dedicada por entero a la agricultura y el ganado sin más importancia estratégica.
El Castillo está ralizado en mampostería, y aprovecha todas las defensas naturales del risco sobre el que se asienta. Al lado oriental no hay murallas pues el acceso por ese lado era simplemente imposible, estando formado por un acantilado de unos cien metros prácticamente en vertical. Al lado occidental se encuentra el lienzo que he referido anteriormente que tiene un pequeño bastión en su punta más meridional, constituyendo la parte más septentrional el referido núcleo fortificado, constituido por una Torre de Homenaje más alta que hacía las veces de vivienda en dos plantas de la reducida guarnición, compuesta por apenas dos o tres hombres y que tenía conexión visual directa con la Torre Bermeja, a la entrada de Jaén y con el Castillo de Santa Catalina que gobernaba toda la campiña de Jaén los accesos por el sur, desde la Guardia y Otiñar. Podemos encontrar en el recinto un aljibe de la época árabe y primera reconquista cristiana y los tejados, abobedados y realizados en ladrillo visto.
El Castillo serviria cómo avanzadilla y control de un camino que, cruzando la sierra por el paraje conocido cómo Cañada de las Azadillas, serviría cómo uno de los nudos principales de conexión entre la recién conquistada Jaén y la Capital nazarí, Granada. Su pequeña entidad sugiere que el camino era de los tres, el que menos problemas presentaba, al estar más fortificado el que transcurría por la Guardia o el que superando Alcaudete y Alcalá la Real llegaba por la zona de Iznallor al territorio andalusí. El mismo se mantendría hasta poco después de la Toma de Granada en mil cuatrocientos noventa y dos cuando su función perdiera sentido y se abandonara tras unos años de refuerzo por parte de los Reyes Católicos al no constituir una unidad estratégica en el desarrollo de una nueva España que finiquitaba siete siglos de lucha contra los árabes posando sus ojos en otras zonas estratégicas mucho más alejadas en el espacio, al otro lado del Océano Atlántico.
Hoy apenas quedan los fantasmas de la construcción que durante siglos marcó una frontera de dos mundos diferenciados que dirimían sus diferencias invocando a Dios. En la desolada meseta, con algunos árboles retorcidos que recuerdan un pasado que transcurrió sin pena ni gloria. El Castillo no pareció sufrir asedios ni ataques y su construcción incluso resulta desmesurada para la posición estratégica que ocupaba. Es una mole inmensa que corona un risco y domina todo un valle primoroso que en estaciones de lluvia se cuaja de neblinas misteriosas que pueden incitar a la imaginación a restallar los combates que cristianos y moros libraron con frecuencia en los pagos desde Jaén hasta la Ciudad de la Alhambra y de los cuales quedan infinidad de manifestaciones, tanto culturales cómo de otra índole en todos los pueblos de Mágina y la Sierra Sur. El silencio se adueña del Castillo cuando cae la noche, sirviendo de amparo a algún mendigo que ha dejado su impronta en forma de grafitti en alguna de sus paredes.
El Castillo, que desde el Vítor de Carlos III se ve cómo la torreta de un buque que surca las aguas de la Historia, queda atrás en un lugar en el que parece imposible que nunca hubiera un ápice de vida ni interés humano. Es un hito en mitad de un lugar temporal anclado en un pasado mucho más cercano de lo que nos pueda parecer pero que, insertado en las neblinas de ese tiempo cuajado de ruidos de metales y cargas de caballería nos parece más un espejismo fantasmal que una realidad tangible. Aquel que lo visita, puede sentir en su interior los fantasmas de otra época y lo que vivieron y sufrieron y nunca puede dejar atrás el recuerdo de aquel risco que tuvo su parte modesta en la Historia de España. Otiñar sigue siempre ahí, esperando ocupar su lugar en la Historia, el lugar que no obtuvo por su factura de edificio medieval y que sólo pudo intuir, quedando cómo otro bastión más de los cientos que ocupan las tierras fronterizas que marcaron un antes y un después en la evolución de Europa.
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