Me sucede pocas veces que un libro me deje sin saber qué decir de él, no saber por dónde entrar.
Jagannath me ha dejado prácticamente sin palabras. Un poco con cara de bobo. Más de la que tengo. Pero con una gran sensación de gozo. De…de…satisfacción.
Jagannath me ha entusiasmado y ha superado mis expectativas, pero pasa que no sé cómo definirlo. Las reseñas que leo de Jagannath lo tratan de extraño, raro, y es una definición del todo acertada, los relatos de este libro son sin duda extraños y raros, alguno perturbador, pero al mismo tiempo son tiernos y delicados, hay relatos con toques mágicos que brillan como una luciérnaga en un mundo oscuro, hay otros tristes, pero sin la tristeza desamparante de la tragedia, hay otros simplemente extraños o indefinibles que rozan el horror, los hay íntimos e introspectivos, poéticos o melancólicos.
Pero si hay algo que la mayoría de ellos comparte es que son en gran medida inquietantes.
No sé de qué dota Tidbeck a sus relatos, esa es la dificultad al describirlos, pero parece que emanan una calidez en la que nos sentimos seguros, en la que el miedo es algo que se supone, o que lo extraño se da por hecho, pero que no se teme, es como si paseáramos por la galería de los horrores protegidos por un grueso cristal que impide que alguna de esas bestias nos inflijan algún daño.
Son los hechos cotidianos que se vuelven fantásticos o extraños a nuestro alrededor, son pequeñas cosas que se salen de lo común y viajan de nuestro imaginario a la realidad.
Ya el primer relato, Beatrice, nos da muestra del extraño imaginario de Tidbeck. Un hombre que se enamora de un pequeño dirigible, que lo venera, le habla, lo cuida, establece una relación con la máquina. Pero no es el único. Hay en el relato una mujer que también se enamora de un objeto mecánico, una bomba de vapor. Éste es un relato con un marcado aire Steampunk pero con toques fantásticos, empieza siendo muy tierno para virar a un final más bien oscuro.
No es el único relato oscuro, hay bastantes más. Como Rebecka, donde una adolescente intenta una y otra vez suicidarse sin éxito, tal cual y tan crudo como frustrante, ni pastillas -que vienen seguidas de un oportuno vómito – ni lanzarse al metro – donde el maquinista para el convoy metros antes iluminado por una ocurrente intuición- . Además de su llamada al todopoderoso para finar su vida, nuestra adolescente atormentada requiere la ayuda de su mejor amiga que, ante los desaguisados y la sospecha de los falsos intentos, no le queda otra que ayudar a su amiga una y otra vez a limpiar las escenas de los intentos de sangre, vómitos y demás desatinos. Un relato turbador y lleno de humor negro.
¨Vine a parar aquí porque era la única amiga de Rebecka. Yo era la que venía a limpiar después de sus intentos de suicidio desganados: la sangre de los cortes superficiales de las muñecas, los vómitos de vozka mezclado con tranquis, ganchos de lámparas y marcos de puertas que habían cedido bajo su peso.¨
O ¿Quién es Arvd Pekon?, uno de mis relatos favoritos, un relato con tintes fantásticos donde un teleoperador contesta llamadas de abonados haciéndose pasar por las personas con las que éstos quieren hablar, un relato –este si- extraño, a medio camino entre un relato de posesión, costumbrista o mágico. Y con un final totalmente desconcertante.
Oscuros y extraños y perturbadores e incluso truculentos son Tías y Augusta Prima, dos relatos conectados por un mundo extraño donde el tiempo no corre y donde –en el primero- la premisa de tres mujeres es engordar hasta morir para luego ser canibalizadas por sus sucesoras y así una y otra vez, y en el segundo, Augusta Prima es un ser que vive en ese mundo sin tiempo, donde las normas de conducta son inexistentes, donde el libre albedrío, la violencia o el sexo son comunes, pero… ¿qué pasa si en ese vacío temporal alguien encuentra un reloj?
Los hay que rayan la normalidad, como Cartas a Ove Linström – otro de los que más me ha gustado-, es pura narrativa, primera persona y epistolar. El relato son las cartas que Viveka le escribe a su padre que ha muerto recientemente, cartas donde le cuenta más el presente que el pasado, más lo que está sintiendo con su perdida que lo que ha sentido durante años de separación. Es un relato triste, evocador, íntimo, una pequeña maravilla sobre la relación padre-hijo, sobre las oportunidades de la vida, sobre los perdedores.
Un relato que es buen ejemplo de esos donde la realidad se mezcla con la ficción, donde no se sabe qué es cierto y qué no, donde no sabemos si estamos ante un hecho real o parte de un sueño es El complejo de vacaciones de Brita, donde el escenario es un pequeño camping de doce bungalows cerrado por temporada baja, y donde una joven escritora ha ido a pasar unas vacaciones en busca de la inspiración. Una vez allí y pasados unos días, nuestra escritora tiene sueños extraños que coinciden con la crecida de una raras plantas al borde de los bungalows de las que cuelgan unos bulbos blanquecinos. Al poco, una extraña familia numerosa ocupa todas las casetas e invitan a nuestra protagonista a una gran fiesta…
Hay más relatos, como Pyret, una suerte de ensayo-relato sobre seres fantásticos que se mimetizan entre los animales, unos seres que adoptan la forma de animales comunes y traen la suerte y la abundancia de allá donde aparecen, o Mermelada de mora ártica y La señorita Nyberg y yo dos relatos con la maternidad como tema común, una maternidad entendida desde el punto fantástico y en ningún caso algo convencional o La montaña de los renos que es el más folclórico de todos los relatos y el que nos habla de los vittra, unas personas o seres que bajan de las montañas para vivir entre nosotros, para ser uno más de nosotros, un relato también íntimo, donde dos niñas son las protagonistas y en el que las decisiones tienen un peso más que crucial.
Y por último y cerrando la antología esta Jagannah, relato que bebe directamente de la ciencia ficción, un relato excelente que se hace increíblemente corto y del que bien saldría una buena novela. Un relato que choca con el resto, que rompe con la globalidad de la antología y que nos muestra que Tidbeck es capaz de dominar cualquier género que se proponga. Un gran ser –Madre- entre humano y mecánico alberga en su interior otros seres que en perfecta comunión con ella viven y hacen vivir a Madre, de ella se alimentan y a ella hacen vivir. Una simbiosis extraña y cruda que Tidbeck apenas esboza y que nos deja con una sensación de desolación tremenda.
¨Dentro, iluminado de un suave color rojo, estaba en cerebro de Madre: un espacio muy pequeño inundado de cables que se metían por la carne. Las paredes palpitaban con un pulso lento.¨
Cuando uno lee el conjunto de relatos, establece rápido las conexiones entre la mayoría de ellos; sobre la pérdida, la familia, la vida, el paso del tiempo, todos están finamente conectados, sutilmente unidos por escenarios, personajes, situaciones o acciones, son al fin y al cabio un todo dividido en pequeñas porciones, en pequeñas escenas que nos muestran el mundo o los mundos que habita karin Tidbeck, su potencial, su extrañeza, sus ganas de salirse de lo habitual, de ir contra corriente, de escribir lo que le gusta sin etiquetarse, sin ser parte de nada más que de ella misma, de hacer su voluntad y reivindicarse.
Con una prosa en apariencia sencilla pero experta, donde cada palabra es la exacta, con una fuerza narrativa escandalosa escondida bajo un lirismo y una suavidad deliciosos, y donde la sensibilidad del texto hace irremediable la conexión íntima con sus protagonistas, Tidbeck nos ofrece unos relatos sorprendentes, diferentes, increíblemente originales, extraños, intensos, unas historias a veces terribles y desgarradoras, otras dulces e íntimas, un conjunto ecuánime y redondo, que fluye sin darnos cuenta entre seres diminutos, máquinas de vapor, hombres abejorro, mundos paralelos, extraños oficios y un montón de fantásticas e inexplicables cosas más.
Jagannath
Karin Tidbeck
Sello Fábulas de Albión, Ed. Nevsky Prospects 2014
166 páginas.