Les propongo una breve interrupción, de paso que no se me aburren tanto con Arendt y cía. Los que me conocen bien, conocen también mi interés por Jaime Bayly. Lo veo con regularidad los domingos, básicamente porque me parece un tipo sumamente divertido. Tiene malos días e, incluso, malas temporadas (hace un par de años dejé de verlo por un período extenso debido a que ya no lo soportaba mucho). Pero mi interés va más allá de su humor impostado y elegante –aunque dudo que podría existir sin él–, Bayly es una figura fascinante porque, como conversaba con un amigo profesor hace unos meses, nos toma el pelo a todos todo el tiempo y, sin embargo, sabe bien lo que quiere. Bayly, básicamente, me entretiene; pero a veces veo en él más que eso. Más que simple y puro show. Anoche vi más que eso y, anoche, Bayly me entusiasmó.
Hay otra cosa que me interesa mucho, me refiero a la política. No todos mis amigos saben de eso porque suelo hablar más de filosofía y de religión que de política. No soy un activista político –por vocación personal, aunque he tenido algunas propuestas interesantes– y tampoco soy un teórico político, como algunos de mis buenos amigos. Es más, ni en filosofía tengo como tema de principal interés a la política. No he escrito casi nada sobre el tema y; sin embargo, es un tema que me apasiona hace muchos años. Hace al menos unos 15 años sigo la política nacional con mucho interés, de modo informado y cada vez más juicioso en la medida en que avanzaba el tiempo y con él mi madurez para examinar el asunto.
Tengo varios amigos muy entusiasmados por Jaime Bayly. La mayoría de ellos es gente alejada de la política y que ven en él a un sujeto diferente, una reacción ante la mediocridad de la representación nacional. Varias de sus propuestas les parecen atractivas y de seguro tienen razón en su aprecio por ellas. Yo, en cambio, siento muchas reservas, quizá se deba a mis prejuicios convencionales en el diagnóstico de la política: lo siento poco serio; siento que su preocupación por la niñez del Perú es genuina, pero etérea; siento, en suma, que su candidatura misma es una quimera, quizá una tomadura de pelo más. Y, no obstante, ayer Bayly hizo algo suficientemente serio como para que le dedique un buen rato de mi mañana. Se bajó de la puta combi de José Barba.
A mi juicio, Pepe Barba es uno de los políticos más despreciables de la fauna/representación nacional. Lo que más detesto de él es su afán en pregonarse a sí mismo como un hombre intachable. Todo aquel que predica su pureza moral con tal vehemencia siempre me ha generado repulsa, pero más aún él: un conocido tránsfuga de la política peruana y un encubridor retórico de violaciones de DDHH. Cuando Bayly dijo que postularía con Barba no pude sino asombrarme en el peor sentido, pero la cosa pasó a un segundo plano porque al no haber nada confirmado no me lo quise tomar demasiado en serio. Creo que hice bien. Uno llega a conocer “algo” a Bayly si lo ve durante años en la televisión y lo que uno debe aprender es a ver cuándo habla en serio y cuándo no. Es un arte difícil porque suelen jugar en contra nuestros propios prejuicios; reconocerlos, sin embargo, es la clave para comprender mejor una situación, como diría el buen Gadamer. Bueno pues, yo creo que Bayly no se tomaba muy en serio lo de Barba. Lo aceptó como quien sigue la corriente ya que ni el mismo estaba seguro de las cosas. Ayer sí lo estuvo.
Ayer se puso serio y le dio duro tanto a Barba como a Kouri, dos políticos de lo más impresentables. No obstante, no es eso lo que más me importa, si hoy escribo es más por lo que eso representa. Jaime ayer se hizo signo de algo fundamental para nuestro país: la ruptura con la pactadera política y con el clientelismo. Si algo repugna al ciudadano más o menos lúcido es la corrupción de la política, su perverso juego de poder, los pactos oscuros bajo la mesa y la apelación a clientelas para ganar elecciones. “Si no pactas, no ganas”, parece ser el lema y, de seguro, hay mucho de verdad en él. Yo no sé si Bayly quiera o no ser presidente, no sé si lo dice en serio o en broma; lo que sí sé es que pudo, sin problema, haber sido candidato. Que si hubiese querido, hubiese podido postular por ese bien llamado –por él mismo– meretricio que es Cambio Radical. No sólo eso, yo creo que si Bayly hubiese postulado –aún puede hacerlo– hubiese sacado más votos que PPK y muchos otros. No me lo imagino muy lejos de un 10% en las elecciones generales. Todo esto fue dejado de lado por no ceder ante el pacto corrupto, utilitarista y pragmático (recuérdenme escribir un post sobre esto, porque me indigna que el minusválido intelectual mancille a una ilustre corriente de pensamiento filosófico). Bayly ha dado una lección de desinterés en ese sentido. Yo no sé si dice la verdad o si sólo quiso hacer un show, yo no sé si se acobardó y encontró la excusa perfecta; no sé si nos tomó el pelo siempre –muy probable– o sólo algunas veces. Lo que es un dato empírico es que Bayly pudo postular con Barba y que no lo hará más y eso, de suyo, ya es meritorio y aleccionador frente a la ruindad de nuestros políticos convencionales.
Bayly me hace pensar en Antanas Mockus. Pronto los entendidos querrán criticarme por decir algo así, pero no trato de hacer una comparación grosera, no es mi estilo. Mockus es un hombre con experiencia, ha sido uno de los mejores alcaldes de Bogotá y, con un poco de suerte, será presidente del vecino país de Colombia. Yo creo que Mockus es una señal de esperanza para la política –si algo así puede haber en un terreno tan turbio– y lo es porque podría permitirnos ver, quizá por primera vez, el triunfo “libre” de un candidato y su partido. Un candidato que no se ha casado con nadie –a lo mucho habrá tenido algún encuentro nocturno bajo alguna farola– y cuyas ideas han triunfado sobre la mediocridad de la corrupción y el pacto pululantes. Si bien hay grandes distancias, Bayly me recuerda a Mockus no sólo porque es medio payaso como él ex rector de las nalgas expuestas; lo hace, sobre todo, porque me sugiere por ratos que quizá se pueda tener una política más digna. Una en la que triunfen las ideas y las propuestas y no los candidatos manejados como títeres por los llamados poderes fácticos.
Pero cuidado, yo no me tomo a Bayly tan en serio, no se me acuse de ingenuo: muy lejos estoy de serlo. Bayly me entusiasma por lo que podría representar, por las posibilidades que abre, por el ideal detrás de la payasada. Sea como fuere, ayer hizo bien, hizo lo que debía hacer: se bajó de esa puta combi. Ojalá nuestros políticos tuviesen las agallas de bajarse de la combi cuando las circunstancias les exigen honestidad y coherencia; ojalá los peruanos fuésemos capaces de bajarnos de esas combis asesinas que se cobran tantas vidas. Esto valga para la metáfora y no sólo para ella.