Jaime sin Tierra evolucionó de un rock con guitarras espesas a los viajes espaciales y, por qué no, hacia cierta neopsicodelia. Del noise rock al minimalismo explorado en un estudio de grabación, con una poética circular que coquetea con lo naif. Cada sonido, cada silencio, está claramente planeado en busca de crear atmósferas densas, pero no hay oscuridad, no, sino recorridos sonoros, propuestas de viajes a través de paisajes hondos. Tan hondos que, en el último tema, "Chascomús", llega casi a los veinte minutos para concretar lo que parece ser la idea general en "Tren": hacer de la canción el camino menos evidente. Tomar la estructura original y llevarla a un lado y otro, y a otro más, y a otro. Una estructura que amplíe las posibilidades iniciales con movimientos mínimos, pero constantes en diferentes repeticiones.
Edición Rockarte