Revista Música
En la cada vez más infatigable búsqueda de más y más música, entre las toneladas de basura olvidable, uno siempre va encontrando pequeños oasis de agua cristalina con una agradable sombra de palmera en los que se respira aire fresco. Sucede que, a veces, cual explorador, resulta inevitable introducirse en angostos terrenos en pos de nuevos continentes y, excepcionalmente, aparece la tierra prometida, ese paraíso que una vez soñaste y nunca lograste encontrar.
Desde tierras inglesas (cómo no), nos llega el último caramelo musical que sin duda hará las delicias de cualquier gafapasta: el debut en largo de James Blake. Si sus tres Ep’s anteriores (imprescindibles), ya fueron colocados entre lo mejor de 2010 para la biblia indie, el Lp no me cabe ni la menor duda de que estará muy arriba en la de 2011.
Encasillado por los entendidos en el post-dubstep, me resulta tremendamente complicado describir lo que hace en un solo estilo, puesto que bebe de la electrónica, el dubstep, el avant-garde, el soul e, incluso, del folk. Si piensas que el resultado sólo puede ser un mazacote extraño e intragable, te equivocas; posee algo extraño, atractivo, accesible, hasta familiar en él, donde se detectan los ecos de ‘sospechosos habituales’: esos drones de algunas canciones, tan de (los últimos) Radiohead; la sombra alargada de un Bon Iver electrónico en Lindesfarm I y II; una versatilidad vocal que es capaz de recordar a Antony Hegarty (I never learnt to share, Give me my month) o al mejor de los krooners (Limit to your love, espléndido cover de Feist). Quizá creas que, entonces, estamos ante más de lo mismo. Puede que así sea, pero con otra vuelta de tuerca. ¿La definitiva?